Una
de las metas de la arqueología es la reconstrucción
de la historia cultural de los pueblos antiguos. A un
nivel muy general, se ha podido delinear una secuencia
de desarrollo evolutivo, en la cual el hombre se
inicia en el pasado muy remoto como cazador-recolector
con una tecnología muy sencilla. Después de varios
millones de años de evolución física y cultural, el
hombre perfeccionó sus posibilidades adaptativas a
tal punto que llegó a poblar todas las regiones de la
tierra, incluyendo las zonas afectadas por las
glaciaciones durante el Pleistoceno. Hace unos 10.000
años, se iniciaron cambios climáticos que condujeron
lentamente a las condiciones actuales y muchas
sociedades de cazadores tuvieron que adaptarse a un
nuevo régimen alimenticio debido a la violenta
extinción de la megafauna. Hubo en este período de
readaptación una tendencia hacia la utilización de
nuevos recursos tales como los alimentos marinos,
fluviales, plantas silvestres y cacería menor. El
hombre desarrolló nuevas tecnologías para mejorar la
explotación de estos recursos en los diferentes medio
ambientes (costa, desierto, selva, sabana, montaña o
bosque). La observación de los ciclos de vida de los
animales y vegetales, así como la adopción de hábitos
más sedentarios, le permitieron la explotación de
ciertos recursos abundantes, como los moluscos y
algunos granos silvestres. Esto también condujo a la
experimentación con la agricultura y un lento proceso
de domesticación de plantas y animales. Como
consecuencia de este proceso, se dio un marcado
incremento de la población, una mayor sedentarización,
el establecimiento de aldeas y un aumento en el ajuar
tecnológico que incluye la aparición de la cerámica,
los tejidos en telar y el trabajo en metal.
Posteriormente, en ciertas áreas del mundo, hubo una
tendencia hacia la concentración de la población en
centros urbanos y el surgimiento de sociedades políticamente
jerarquizadas, que se caracterizaban por una
arquitectura monumental, economía de mercado,
religiones estatales, militarismo e imperialismo e
innovaciones tales como sistemas de riego a gran
escala, escritura y estudios astronómicos. Para
facilitar la descripción de ese tipo de desarrollo
evolutivo del hombre, se han creado varios sistemas
clasificatorios que dividen la historia en etapas,
eras, edades o épocas. Para Europa es bien conocido
el esquema que divide la historia cultural en 5
etapas: Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Edad de
Bronce y la Edad de Hierro. En el Nuevo Mundo, se han
propuesto otros esquemas parecidos, tal como el de
Willey y Phillips: Lítico, Arcaico, Formativo, Clásico
y Post-Clásico. Para Venezuela y el área Caribe, se
han formulado otras clasificaciones que reflejan el
carácter particular de las evidencias arqueológicas
locales (en particular, la ausencia de restos
correspondientes al Clásico o Post-Clásico, o sea,
correspondientes a sociedades estatales). En este
trabajo seguiremos la formulación propuesta por José
María Cruxent e Irving Rouse en su obra de 1961, una
Cronología arqueológica de Venezuela, de 4 etapas
denominadas Paleo-Indio (20.000 a. C.-5.000 a. C.),
Meso-Indio (5.000 a. C.-1.000 a. C.), Neo-Indio (1.000
a. C..-1.500 d. C..) e Indo-Hispano (1.500 d. C.-
presente). Incorporaremos además algunos de los
criterios esbozados por Mario Sanoja e Iraida Vargas
en su libro de 1974 Antiguas formaciones y modos de
producción venezolanos que sirven para refinar la
caracterización de las diferentes etapas. Hemos señalado
unas fechas para cada etapa, pero, no obstante, es
preciso tener en cuenta que son divisiones cronológicas
aproximadas. En realidad, si se conciben las etapas
como niveles de desarrollo, caracterizados por un modo
de producción predominante (por ejemplo,
cazador-recolector o agricultura no industrializada)
es obvio que algunas «etapas» son más bien
contemporáneas, puesto que aún pueden perdurar en
algunas áreas, mientras que en otras se han
introducido innovaciones. Tal es el caso en Venezuela,
donde para el momento del contacto, algunas sociedades
como los waraos todavía mantenían una subsistencia
en base a la recolección, debido a la riqueza de
recursos silvestres que les brindaba el delta del
Orinoco, mientras que otros grupos derivaban su
principal sustento de la agricultura. Sin embargo,
tampoco es conveniente adoptar una visión «progresista»
de la evolución, lo cual podría llevarnos a
menospreciar los desarrollos en aspectos no materiales
de una sociedad, tales como el lenguaje, la cosmovisión,
la mitología o la organización social, sólo por no
poseer una tecnología sofisticada. Los logros tanto
materiales como intangibles de los aborígenes
venezolanos fueron el resultado de milenios de
adaptación a su medio ambiente natural y social. Es
precisamente el interés de demostrar la dinámica del
proceso histórico cultural lo que nos ha llevado a
organizar los períodos prehispánicos según un
esquema de etapas de desarrollo en vez de seguir un
esquema estrictamente cronológico o por áreas geográficas.
Con este enfoque intentaremos destacar los factores
que incidieron en los cambios que ocurrieron a través
del tiempo, ya sean de índole ambiental como de carácter
netamente social. Es nuestra meta demostrar el papel
que las poblaciones precolombinas de la actual
Venezuela desempeñaron en la formación de la
compleja realidad social que encontraron los europeos
al llegar al Nuevo Mundo. Esperamos destacar que los
focos de innovación y de avance cultural cambiaron a
través del tiempo y que además de receptor, la
tierra venezolana fue escenario de importantes aportes
al acervo cultural americano.
El
Paleo-Indio: 20.000 a. C. - 5.000 a. C.
Esta
época tiene sus comienzos con la entrada del hombre
en el continente americano desde Siberia durante la última
era glacial. La proveniencia asiática de los aborígenes
americanos se comprueba por evidencias genéticas,
lingüísticas, osteológicas y odontológicas.
Algunas investigaciones recientes demuestran, por
ejemplo, que la morfología dental de las poblaciones
autóctonas de las Américas tiene mayor relación con
la de grupos asiáticos septentrionales que con otros
de procedencia europea. Esta misma evidencia apoya un
poblamiento en 3 oleadas distintas: una muy antigua
correspondiente a una primera oleada de cazadores,
otra más reciente que se relaciona con los Na-Dene
(un grupo lingüístico del noroeste de los Estados
Unidos y Canadá) y una última oleada migratoria que
corresponde a los esquimales aleutianos, quienes
tienen la mayor similitud física con sus parientes
asiáticos.
La
primera de estas migraciones se difundió desde el
estrecho de Bering hasta el extremo meridional de
Suramérica en un largo proceso de movimiento y
adaptación a nuevos medio-ambientes. Aparentemente,
ya eran hombres evolucionados, con suficientes
conocimientos tecnológicos para enfrentarse a las
severas condiciones climáticas producidas por la era
glacial: tenían que saber construir refugios,
elaborar ropa y calzado adecuados para el frío, tener
conocimientos sobre medios de transporte para
atravesar la nieve, hielo y agua, y poder procurarse
alimento y agua aun en las condiciones más severas.
Para llegar a América desde Asia, pudieron haber
aprovechado el puente de tierra expuesto durante una
de las culminaciones del último período glacial
(aproximadamente 70.000-10.000 años antes del
presente), cuando el nivel del mar era más bajo
debido a que las aguas habían sido retenidas durante
el crecimiento de las grandes masas de hielo polar.
Por otra parte, es posible que, tal como ocurrió
entre los primeros pobladores de Australia hace 50.000
años, pudieron haber utilizado algún tipo de
embarcación, para seguir una ruta más bien costera.
La tecnología que se asocia con esta época consta
principalmente de instrumentos de piedra para la cacería
y descuartizamiento de animales, aunque una industria
en base a hueso, marfil y cornamenta es la que
caracteriza a los pobladores más antiguos de la
Beringia. Es lógico suponer que su ajuar incluía
otros elementos fabricados en material perecedero
tales como la madera, cuero y fibra; sin embargo, las
condiciones climáticas no han permitido su preservación.
Muchos de estos artefactos podrían darnos información
sobre las otras actividades de estos primeros
pobladores, tales como la recolección y procesamiento
de alimentos silvestres, complementarios a los
productos de la cacería, las cuales se infieren a
partir de la observación de bandas de
cazadores-recolectores actuales.
La
fecha de entrada del hombre a América es un asunto
controversial. Algunos investigadores consideran que
existe evidencia que indica la presencia del hombre
hace más de 70.000 años en la zona de Beringia.
Otros, quienes dudan de la veracidad de los artefactos
hallados, o de su contexto de deposición, consideran
que las fechas más aceptables son del orden de 20.000
años como máximo (el último máximo glacial ha sido
fechado consistentemente como alrededor de 18.000 años
antes del presente). El debate sobre la antigüedad
del hombre en América se extiende a su vez al campo
de la tecnología lítica. Para los proponentes de la
tesis de la llegada muy temprana, el hombre americano
tendría para esta época un instrumental muy
rudimentario, asociado a una estrategia de
subsistencia amplia y generalizada que incluiría la
caza, la pesca y la recolección. Estos investigadores
conciben al poblamiento como un proceso lento, en el
cual el hombre tendía a ocupar toda una región antes
de penetrar otro tipo de medio ambiente que requiere
nuevos conocimientos para la sobrevivencia. La
evidencia lítica asociada a esta etapa hipotética,
ha sido denominada industria de núcleo y lasca y
consta de artefactos de piedra hechos por percusión,
o sea, golpeando una piedra contra otra (el núcleo) a
fin de lograr un filo cortante tosco, y a la vez,
obtener lascas que sirven para cortar y raspar. Estos
instrumentos se utilizaban, a su vez, para fabricar
otros utensilios, probablemente de hueso o madera. Se
han hallado numerosos yacimientos con artefactos de
este tipo en Norte, Centro y Suramérica; sin embargo,
debido al aspecto rudimentario de los instrumentos, se
ha dudado de su autenticidad atribuyendo a factores
naturales su apariencia, o en otros casos, sugiriendo
que representan resultados de una primera etapa en la
manufactura de instrumentos más sofisticados, que
fueron desechados por presentar fallas o errores. Las
hipótesis que favorecen la posibilidad de un
poblamiento muy antiguo proponen, además, que la
tecnología lítica tuvo una evolución local en América,
posiblemente con influencias de oleadas posteriores
desde Siberia, hasta perfeccionar la técnica de la
formación de artefactos con la técnica de la presión.
Con esta técnica, se pueden obtener formas tales como
las puntas de proyectil bifaciales (trabajados por
ambos lados) que son tan comunes en toda América a
partir de 14.000 años antes del presente. Estos son
los primeros artefactos que los arqueólogos que
apoyan la posición de una entrada tardía, aceptan
como evidencia incontrovertible de la presencia del
hombre en este continente. El modelo de poblamiento
que estos arqueólogos proponen difiere
sustancialmente del que describimos anteriormente,
dado que en este caso se concibe como un proceso más
bien rápido, en el cual los cazadores especializados
en la captura de megafauna y con una tecnología de
puntas de proyectil sumamente eficaz, habrían seguido
a sus presas en una oleada que les llevó desde Alaska
a Patagonia en menos de 3 milenios. Como consecuencia
de los excesos de los cazadores en la matanza de sus
presas, combinados con los cambios climáticos que
marcaron el final de la última glaciación, hubo una
extinción masiva de la megafauna que marcó el fin de
la época Paleo-India hace unos 7.000-8.000 años.
Tal
como en otras partes del continente, las condiciones
que prevalecían en Venezuela durante el Pleistoceno
eran muy distintas a las actuales. El nivel del mar
era más bajo y en consecuencia, existía una mayor
extensión de costa: inclusive, lo que hoy es Trinidad
formaba parte del continente suramericano. Aunque no
existieron en esta parte del hemisferio masas de hielo
como las que ocuparon extensas áreas del norte, la
temperatura era más baja y hubo cierta formación
glacial en los Andes y la cordillera de la Costa en
Venezuela. Se ha propuesto que hubo considerable
fluctuación en cuanto a la pluviosidad, la cual
influyó para que regiones que hoy en día son muy áridas,
tales como la costa de Falcón, hubiesen sido más húmedas
durante la última glaciación, lo cual favorecía una
abundante población de megafauna. Entre los
ejemplares de megafauna ya extinta que se han hallado
en Venezuela se cuentan eremotherium sp.,
glossotherium sp., haplomastodon sp., equus sp. y
glyptodon sp. Por otra parte, existen indicios de que
la región amazónica estuvo sujeta a ciclos de aridez
y humedad durante esta misma era, lo cual afectó la
distribución de las múltiples especies de fauna y
flora tan características de esa área. Como el
hombre tuvo que atravesar el istmo de Panamá para
llegar por vía terrestre a Suramérica, no es
sorprendente que en Venezuela se hayan encontrado
algunas de las evidencias más tempranas del hombre en
el continente.
Siguiendo
el modelo propuesto en 1983 por Alan Bryan, los
primeros pobladores de Venezuela entraron con una
tecnología tipo núcleo y lasca compuesta de
artefactos rudimentarios unifaciales diseñados para
trabajar la madera, fibra, hueso, cuero y concha. Además
de estos núcleos, las lascas que se obtenían al
golpear las piedras se modificaban después para
utilizarlas como cuchillos y raspadores. Esta tecnología
fue desarrollada para la adaptación a la región de
bosque tropical de Panamá, para lo cual se poseen
evidencias bien fundadas. Al migrar más hacia el
oriente, se mantuvo la misma industria mientras el
medio ambiente no variaba. Sin embargo, algunos de
estos hombres se desplazaron hacia el noreste hasta
llegar a la costa Caribe, donde encontraron grandes
manadas de herbívoros gigantes. El sitio de El Muaco
(Edo. Falcón), excavado por José María Cruxent, ha
arrojado fechas de 16.870 años antes del presente,
para huesos de megafauna quemados que fueron
encontrados cerca de otros que presentaban incisiones
aparentemente hechas por el hombre cuando utilizó el
hueso como una plataforma para cortar. Al encontrarse
en este nuevo medio ambiente con megafauna abundante,
el inmigrante desarrolló una nueva tecnología que le
permitió aumentar la eficacia de su actividad
depredadora. Esta evolución tecnológica es
especialmente evidente en la secuencia de El Jobo
(Edo. Falcón) tal como lo ha interpretado José María
Cruxent. En este sitio, localizado en el valle del río
Pedregal, existen varias terrazas geológicas que se
formaron en diferentes épocas, las cuales se asocian
con artefactos líticos distintivos, clasificados por
Cruxent en 4 complejos: Camare, Las Lagunas, El Jobo y
Las Casitas. Aparentemente estos yacimientos son
mataderos ya que los únicos artefactos encontrados
servían para la caza y descuartizamiento de la presa,
sin estar asociados con restos de habitación ni
cementerios. Las armas más antiguas asociadas con la
cacería (aproximadamente 20.000-22.000 antes del
presente) y provenientes de este yacimiento y de otros
de Manzanillo (Edo. Zulia) de Tupukén (Edo. Bolívar)
indican la práctica de una cacería directa en la
cual varios cazadores, después de aislar uno o más
animales, les darían muerte con palos afilados y a
golpes con artefactos de piedra enmangados. También
es posible que estos artefactos fueran empleados para
la extracción de raíces y tubérculos. Con el paso
del tiempo, el instrumental propio de la cacería fue
evolucionando, posiblemente como respuesta a una
creciente disminución en la fauna unida a un aumento
demográfico humano que exigía métodos más eficaces
para la caza. Los nuevos artefactos, o litos alargados
trianguloides, son típicos del complejo Las Lagunas
(16.000-22.000 antes del presente); Cruxent presume
que iban atados en forma de lanza o azagaya y se
utilizaban para la cacería semidirecta ya que su peso
facilitaba el lanzamiento y la perforación del cuero
del animal. La siguiente innovación en la tecnología
lítica, asociada con el complejo El Jobo
(16.000-9.000 antes del presente), es la introducción
de la punta de proyectil en forma de dardo y el
ingenioso propulsor que, actuando como una prolongación
de la palanca constituida por el brazo y antebrazo,
permitía un aumento considerable en la velocidad, la
precisión y el alcance del proyectil. Con este
invento se abrió una nueva etapa de cacería a
distancia en la cual el hombre comenzó a cazar en
forma individual y a aprovechar nuevas especies de
tamaño menor y más veloces, tales como el venado y
los roedores. Sin embargo, la megafauna seguía siendo
objeto de la cacería de estos paleo-indios, tal como
lo indica la evidencia proveniente del sitio de
Taima-Taima (Edo. Falcón). En este yacimiento se
encontraron artefactos similares a los del complejo El
Jobo, en asociación directa con el esqueleto de un
joven mastodonte que fue muerto y descuartizado in
situ. Las fechas obtenidas de fragmentos de madera
oscilan entre 12.980 y 14.200 antes del presente. Esto
demuestra que una tecnología especializada para la
cacería de megafauna estuvo presente en Suramérica más
de un milenio antes que la evidencia disponible
actualmente para una tecnología similar en Norteamérica,
y sugiere que se dio una evolución independiente de
esas 2 tradiciones líticas. La aparición de las
puntas de flecha (alrededor de 9.000 años antes del
presente) en el complejo Las Casitas, que
probablemente se usaban con el arco, refleja los
cambios climáticos y ambientales que culminaron con
la extinción de la megafauna y la consiguiente
necesidad del hombre de buscar nuevas fuentes
alimenticias. El arco y la flecha facilitan la caza de
animales pequeños, aves y peces, presas que al
parecer eran poco explotadas en épocas anteriores.
Las
sociedades de esta época probablemente se organizaban
en bandas compuestas de 100 a 500 personas. Estas
bandas estaban integradas por microbandas, o familias
extendidas de 12 a 35 personas, las cuales eran las
unidades sociales básicas; a cada una de éstas
pertenecían suficientes hombres maduros (4-5) como
para llevar a cabo estrategias de cacería en grupo,
tales como emboscadas, seguimientos, etc. Además, los
hombres probablemente se encargaban de la manufactura
de los instrumentos de piedra y de los otros
artefactos necesarios para el campamento. Por su
parte, las mujeres de la microbanda se encargaban de
recolectar frutos, semillas y raíces para
complementar la dieta. También tenían a su cargo la
crianza de los niños, la preparación de las comidas
y posiblemente la manufactura de la vestimenta. Aunque
nadie tenía el derecho de mandar a los demás, la
gente mayor era muy respetada por su sabiduría y
conocimiento. La tradición oral recogía esta sabiduría
en forma de mitos y leyendas cuyo relato, además de
un entretenimiento, aseguraba la preservación de la
memoria. También los chamanes o especialistas en
ritual y curación, eran miembros venerados de la
comunidad. La microbanda se desplazaba sola la mayor
parte del año, siguiendo a los rebaños de la
megafauna y explotando las diferentes fuentes de
alimento vegetal según la abundancia estacional. Es
probable que en ocasiones se reunieran todas las
microbandas para la celebración de ciertos ritos y
para compartir información acerca de la cacería,
recolección y, no menos importante, sobre los
miembros y actividades de las diferentes microbandas y
bandas vecinas. Estas ocasiones servían, además,
para formar matrimonios entre miembros de diferentes
microbandas, ya que la exogamia (matrimonio fuera de
la comunidad) era común en este tipo de sociedad.
Este modo de vida, aunque nómada, proporcionaba una
base de subsistencia amplia y variada. Estudios
recientes sobre sociedades de cazadores-recolectores
demuestran que con poca inversión de trabajo (un
promedio de 4 horas diarias) en actividades de
subsistencia se consigue una dieta balanceada con un
contenido calórico suficiente. Sin embargo, un modo
de producción dominado por la extracción de recursos
silvestres impone la movilidad constante; este
nomadismo evita la sobre-explotación de recursos. Por
eso, es evidente que la cultura material de este tipo
de sociedad esté limitada a lo que es fácil
transportar. De igual forma, este modo de vida está
relacionado con ciertas medidas sociales que facilitan
dicha movilidad; entre éstas se destacan el control
de la natalidad para evitar que una mujer tenga que
cargar más de un hijo a la vez y el geriacidio e
infanticidio (muerte de ancianos y niños pequeños)
en casos de deformaciones o enfermedades que impedían
el traslado normal. A pesar de su limitada cultura
material, tenemos alguna evidencia de aspectos de la
cosmovisión y expresión artística de estas
sociedades paleo-indias. Nos han dejado grabados en
hueso y piedra con escenas de cacería y de otros
episodios de la vida cotidiana y ceremonial. Sin
embargo, debido a su abstracción, algunos son difíciles
de interpretar. Por otra parte, son tan difundidos y
comunes algunos aspectos de la mitología y cosmovisión
de las tribus americanas actuales, que se ha propuesto
la hipótesis de que estos elementos tengan su origen
en la remota época paleo-india.
El
Meso-Indio: 5.000 a. C. - 1.000 a. C.
Representa
una transición entre la etapa paleo-india, en la que
el hombre, con una tecnología de artefactos líticos,
subsistía de la recolección y la caza de grandes mamíferos,
y la época neo-india, caracterizada por la presencia
de poblaciones sedentarias que practicaban la
agricultura y fabricaban cerámica. El meso-indio tuvo
su inicio en Venezuela alrededor de 7.000 años antes
del presente cuando se produjeron los cambios climáticos
que condujeron a la extinción de la megafauna del
pleistoceno y al surgimiento de nuevos patrones de
subsistencia, tales como la explotación de recursos
marinos en las costas, la recolección intensificada,
y la caza de pequeños mamíferos. Durante este período
se produjo una mayor especialización tecnológica que
permitió la explotación de medios ambientes específicos.
Por otra parte, se evidencia un aumento progresivo de
la población en el continente americano. La adopción
de la agricultura como estrategia de subsistencia
principal a partir de 3.000 años antes del presente,
marca el fin de la época meso-india, pero es preciso
destacar que las fronteras cronológicas de 7.000 años
antes del presente o 3.000 años antes del presente,
son límites aproximados. Es muy posible que el patrón
de subsistencia basado en la pesca, la caza y la
recolección, cuyo predominio fue definitivo en este
período, existiera con anterioridad, en convivencia
con los patrones característicos del paleo-indio;
asimismo, se tienen evidencias de la coexistencia de
poblaciones pescadoras, cazadoras y recolectoras con
los grupos de agricultores ceramistas del neo-indio.
Además la caza como actividad primordial de
subsistencia se practicaba en el paleo-indio y
persistió en el meso-indio, mientras que la
agricultura y la manufactura de cerámica en expansión
durante el neo-indio, tuvieron ciertas manifestaciones
durante el meso-indio. Es por ello que esta etapa
tiene un carácter de transición; en ella se acumula
cierta experiencia de sedentarismo y es puesta en práctica,
en busca de nuevos recursos, la domesticación de
plantas. Esta fue una época de navegación y de
exploración marítima, de ahí que fueran pobladas
nuevas áreas, particularmente en las Antillas, con
contingentes que vendrían de Tierra Firme.
Willey
propuso una etapa cultural para Venezuela y la zona
del Caribe, bajo la denominación de Tradición
litoral del noroeste de Suramérica, la cual estuvo
caracterizada por una vida basada en la recolección y
la pesca en un medio ambiente tropical costero,
partiendo de un criterio tecnológico por la presencia
de artefactos hechos de piedra pulida, y por un mayor
sedentarismo, especialmente en las zonas ribereñas y
costeñas. Tal como hemos visto, la evidencia arqueológica
indica que la presencia del hombre en el continente
suramericano parece extenderse más allá de los
20.000 años. Al desaparecer la megafauna después de
la última glaciación, los antiguos habitantes de la
actual Venezuela se vieron forzados a cambiar su
estrategia de subsistencia. En respuesta a las nuevas
condiciones los meso-indios adoptaron algunas de las 3
alternativas siguientes: 1) la explotación de
recursos marinos, especialmente moluscos, cuya
evidencia reside en los concheros costeros; 2) la
recolección en el interior del territorio, con una
subsistencia basada principalmente en recursos
vegetales, la cual es inferida de artefactos
especializados, tales como manos, metates, moledores,
etc.; y 3) una subsistencia basada posiblemente en la
caza de pequeños mamíferos, sugerida por los
hallazgos de puntas de piedras de tamaño reducido
encontradas en la región de Guayana. El sedentarismo
que tuvo lugar durante las 2 primeras alternativas dio
origen a una agricultura incipiente.
Los
yacimientos correspondientes a la recolección de
recursos marinos son los más conocidos del meso-indio
en Venezuela. Por una parte, son fáciles de localizar
por la gran cantidad de conchas marinas que aparecen
asociadas al yacimiento, y por la otra, la zona de la
costa es más accesible, lo que facilita la exploración
arqueológica. Los yacimientos aparecen en «concheros»
o montículos de concha, generalmente de forma ovalada
y la superficie plana. Los montículos se formaron por
la acumulación de los desperdicios de comida a base
de mariscos. Además de las conchas se encuentran
restos de pescado y de fauna acuática como tortugas,
rayas o equidermos y pequeñas cantidades de huesos de
animales terrestres. Es posible que las superficies de
los concheros sirvieran de base para las viviendas, ya
que se han encontrado restos de fogones en distintos
niveles. También se han descubierto entierros en el
interior de estos montículos. Los concheros se
encuentran generalmente en la costa muy cerca del mar.
Sin embargo, se han encontrado yacimientos lejos de la
costa, como el de La Pitía (a 9 km del mar), o en la
península de Paria (a 8 o 10 km), lo cual se podría
explicar por factores geológicos, tales como
fluctuaciones en el nivel del mar o cambios tectónicos.
En el caso de la Guajira, la costa avanzó
progresivamente en los últimos milenios. También
existen concheros cuyos estratos inferiores han
quedado con el tiempo bajo del nivel del mar (ejemplo
Punta Gorda, isla de Cubagua), lo cual indica que su
ocupación tuvo lugar en épocas en que dicho nivel
era más bajo. La vida de estos meso-indios estuvo sin
lugar a dudas orientada hacia el mar; los artefactos
encontrados fundamentan esta interpretación. La
ausencia casi total de puntas de proyectil de piedra y
de huesos de fauna terrestre, permite afirmar que
estos hombres no eran grandes cazadores. En cambio la
presencia de anzuelos, pesas de redes, puntas de hueso
y concha, lascas de madera para fabricar arpones de
madera, y martillos para facilitar la abertura de las
conchas, indican una tecnología adecuada para la
pesca, recolección y consumo de productos marinos. La
orientación marítima se manifiesta también por la
presencia de otros artefactos, especialmente las
gubias o raspadores de concha que servían para la
fabricación de canoas monóxilas es decir, hechas de
un solo tronco. Los meso-indios debían ser excelentes
navegantes. Posiblemente utilizaban balsas, aun antes
de conocer la gubia de concha, la cual aparece
relativamente tarde en la secuencia cronológica y
solamente en algunos yacimientos. Se supone que varias
islas del Caribe fueron pobladas por grupos
meso-indios centenares de años antes de la primera
aparición de la gubia de concha en los yacimientos.
Aparte de los alimentos cosechados del mar, el hombre
de los concheros debió haber aprovechado los recursos
vegetales de la zona que habitaba. La presencia de
manos de moler, metates, morteros y el hallazgo de
frutas de la especie bactris, indican actividades de
esta índole. También se ha señalado la importancia
del magüey en la dieta de los habitantes actuales de
la zona costera-oriental, y probablemente en los
fogones encontrados en los concheros, éste era asado
para comerlo. A finales del meso-indio es posible que
algunos de estos grupos estuvieran practicando algún
tipo de agricultura incipiente, de baja producción, y
complementaria de las demás fuentes de subsistencia.
Otras actividades de los meso-indios costeros que se
pueden inferir de los hallazgos serían: la práctica
usual del tejido, en la fabricación de las redes de
pesca; la manufactura de adornos tales como cuentas
discoidales de concha o dientes de caimán, y la
preparación de pintura con óxido de hierro para la
decoración corporal.
Si
bien existe un patrón cultural general compartido por
los habitantes de los concheros a lo largo de la
costa, hubo distinciones de índole tecnológica en
las diferentes zonas del país y a través del tiempo.
Se destacan 3 variaciones definidas por el tipo de
artefacto predominante: 1) artefactos líticos
manufacturados por la técnica de percusión; 2)
artefactos de piedra pulida; 3) y artefactos de
concha. Aparentemente estos artefactos no corresponden
a etapas de evolución tecnológica, ya que han sido
encontrados indistintamente tanto en sitios tempranos
como tardíos; los más predominantes son los líticos
o de piedra pulida. Lo que sí se puede señalar es el
aumento gradual con el transcurso del tiempo de la
proporción de artefactos de concha en comparación
con los de piedra, y en general, una mayor variedad de
artefactos en los yacimientos tardíos. Por el
momento, se desconoce el significado de las diferentes
tecnologías encontradas. Es posible que reflejen
patrones de adaptación a diferentes condiciones ecológicas,
o la explotación especializada de recursos distintos.
Es necesario obtener información adicional sobre el
contexto de los artefactos, el tipo de desperdicios y
la zona ecológica en la que fueron localizados los
yacimientos (manglares, ribereñas, costa árida,
etc.), antes de formular hipótesis sobre los factores
que influyeron en las diferencias y similitudes tecnológicas
de los diferentes yacimientos encontrados en el área
del Caribe. Existen pocos datos acerca de los
meso-indios recolectores-cazadores del interior del país.
Sin embargo, en base a información etnográfica,
etnohistórica y arqueológica de otros países sobre
grupos no agrícolas podemos reconstruir a grandes
rasgos el tipo de vida que tenían. Según datos
provenientes de excavaciones en abrigos rocosos en el
bosque tropical del interior de Panamá, existían
poblaciones tan tempranas en el interior del país
como en la costa. Inclusive se ha sugerido que
posiblemente los recolectores costeros especializados
en la explotación de recursos marinos provenían de
cazadores-pescadores-recolectores del interior. Los
yacimientos en estas 2 zonas podrían representar
asentamientos estacionales en los cuales se explotaban
los recursos arbóreos en el interior, durante la época
seca, y los recursos marinos en la estación de
lluvias.
A
partir de 7.000 años antes del presente hubo una
diferenciación creciente entre las poblaciones de las
distintas zonas hasta que éstas alcanzaron una vida
sedentaria o semisedentaria, con la explotación y
domesticación de tubérculos y frutos en el interior,
y la explotación intensiva de recursos marinos en la
costa. Es muy probable que el interior de Venezuela
también estuviera ocupado desde muy temprano. Los
grupos pre-agrícolas de la época meso-india debían
estar organizados en bandas nómadas o seminómadas,
relativamente pequeñas (menos de 100 personas) con
una estructura social flexible que permitiera el
aumento o disminución de miembros según los recursos
disponibles. Es probable que para ciertas épocas del
año se reuniera todo el grupo para explotar
determinados recursos abundantes, mientras que en épocas
de escasez se dividieran en familias nucleares. Para
complementar la pesca y la caza, debían conocer bien
los ciclos biológicos de los recursos recolectados
(semillas, granos, raíces, frutas, nueces, insectos,
larvas y miel, palmas, huevos de tortuga, etc.) Es
probable que los movimientos itinerantes de los grupos
estuvieran regidos por un calendario basado en la
abundancia o escasez de los diferentes recursos
explotados. Los traslados en este tipo de subsistencia
requieren un equipo tecnológico limitado y fácil de
transportar, como por ejemplo, recipientes (cestas,
calabazas y bolsos tejidos de fibra o de cuero),
instrumentos para la caza, pesca y la recolección,
herramientas, enseres para preparar los alimentos,
vestuarios y adornos personales, objetos ceremoniales
y armas. La mayoría de estos objetos se hicieron con
materiales perecederos, y sólo bajo óptimas
condiciones pueden ser conservados en los yacimientos.
Basándonos en los artefactos encontrados hasta ahora
en Venezuela, podemos discriminar 2 grandes patrones
de subsistencia en el interior del país para la época
meso-india. Uno, asociado con puntas de proyectil,
hechas de piedra, el cual hacía de la caza su
principal fuente alimenticia; y el otro, asociado con
moledores, metates, hachas y martillos, orientado
sobre todo hacia la recolección de recursos
vegetales.
El
patrón de subsistencia recolección-caza no se
extinguió por completo con la aparición de la
agricultura. Algunas poblaciones indígenas no se
convirtieron en agricultores a pesar de tener vecinos
que sí lo eran. Los yacimientos de la costa oriental
(Pedro García y los complejos tardíos de la serie
Manicuoaroide) indican la presencia de
recolectores-cazadores que coexistían con grupos de
neo-indios agricultores y portadores de cerámica.
Hubo otras poblaciones indígenas que mantuvieron un
modo de subsistencia basado en la caza hasta la
llegada de los europeos. Los waraos del delta del
Orinoco, por ejemplo, no poseían cerámica ni
agricultura cuando fueron descritos por los primeros
cronistas. Su fuente principal de alimentación se
derivaba de la palma del moriche la cual, además, les
abastecía de la materia prima para su vivienda, así
como para la cestería y otras artesanías. Esto no
significa que hubiese estancamiento cultural, ni falta
de iniciativa por parte de los indígenas. Bajo
ciertas condiciones ambientales en las que los
recursos de recolección son abundantes (por ejemplo
zonas de manglar, morichales o ríos ricos en pesca)
la adopción de la agricultura no resulta tan
atractiva ya que existen recursos disponibles que
exigen menos inversión de energía y tiempo para la
explotación. De igual manera, bajo estas
circunstancias de estabilidad basada en la recolección
pueden tener una complejidad mucho mayor que en las
poblaciones agrícolas otros aspectos de la cultura
tales como la religión, el arte, la expresión oral o
las formas de organización social. En zonas poco
propicias para las prácticas agrícolas se ha
sugerido que algunas poblaciones sobrevivieron con una
economía típica de la época meso-india y se ha
caracterizado a tales poblaciones como «marginales»,
o apartadas del proceso evolutivo que culminó con las
grandes civilizaciones andinas y mesoamericanas. Otros
autores consideran que estas poblaciones fueron
pueblos agrícolas que sufrieron una «deculturación»
al verse desplazados por otros grupos de sus
territorios originales. Cuando ocurre el contacto
europeo, muchos de estos grupos nómadas o seminómadas,
con una subsistencia basada en la caza y la recolección,
tales como los yaruros, guahíbos y guaiqueríes,
mantenían una relación simbiótica con los
agricultores vecinos, de manera que intercambiaban la
cacería o los productos recolectados por productos
cultivados y de este modo se beneficiaban mutuamente.
A la luz de esta información se puede apreciar que la
subsistencia basada en la caza y la recolección pudo
ser resultado de una adaptación adecuada a ciertos
tipos de medio ambiente. K.T.
El
Neo-Indio: 1.000 a. C.-1.500 d. C.
Aún
se desconoce con certeza la fecha del inicio de ésta
época. Las evidencias más tempranas provienen de la
costa noroccidental de Suramérica y se remontan a más
de 5.000 años antes del presente y termina alrededor
de 500 años antes del presente con la llegada de los
primeros europeos. En líneas generales, la época
neo-india se caracterizó por la adopción de un
sistema agrícola eficiente, lo cual permitió el
establecimiento de comunidades permanentes cuya
subsistencia se basó principalmente en las plantas
cultivadas. La agricultura se complementó con la
caza, la pesca, la recolección y la cría de animales
domésticos. Esta nueva estrategia de subsistencia
generó un aumento poblacional considerable, la
producción variada de bienes materiales elaborados de
diversas materias primas (piedra, barro, hueso,
concha, madera y otros productos más perecederos como
plumas, semillas y fibras) y la eventual especialización
de diversas artesanías. La cerámica constituye uno
de los indicadores más abundantes y diagnósticos de
esta época. Esta nueva forma de vida no ocurrió
repentinamente, sino fue el producto de un proceso que
duró varios milenios y el cual tuvo características
específicas en diversas áreas, iniciándose por
primera vez en Asia suroccidental entre al menos
11.000 y 8.000 años antes del presente. La
domesticación de plantas (y de animales en algunas
regiones), no ocurrió una sola vez, sino en diversas
oportunidades, en diferentes épocas y en lugares
distintos.
Tres
cambios cualitativos y cuantitativos claves están
vinculados a la época neo-india: 1) modificaciones
genéticas considerables en las plantas y animales
domesticados; 2) un incremento en la planificación y
organización dirigida de las actividades humanas; y
3) un aumento demográfico sustancial. Como ya señalamos,
la vida sedentaria, la agricultura y la cerámica son
los indicadores principales de la época neo-india,
pero estos 3 componentes no siempre se originaron
simultáneamente. Por ejemplo, en México y Perú, la
agricultura antecede a la aparición de la cerámica
por varios milenios y en el yacimiento de Kotosh, en
la provincia peruana de Huánuco, surge la vida
sedentaria y una arquitectura monumental, con
anterioridad a la cerámica. En algunas regiones de la
América tropical, como en la costa caribe de
Colombia, los comienzos de la vida sedentaria no
dependieron en forma tan tajante de la agricultura
como sucedió en la América nuclear (Mesoamérica y
los Andes centrales), sino que la base alimentaria se
obtuvo de la pesca fluvial y lacustre y de la caza de
reptiles. Algunos de estos grupos habían incorporado
la cerámica en su ajuar tecnológico antes de la
adopción de la agricultura. Precisamente, la fecha más
antigua de la manufactura de cerámica (5.350 años
antes del presente) se obtuvo del sitio de Monsú,
ubicado en la llanura caribe de Colombia cerca de la
ciudad de Cartagena. Otras tradiciones cerámicas
formativas tempranas están representadas por Puerto
Hormiga, Barlovento y Canapote en Colombia, y San
Pedro y Valdivia en Ecuador. Todas estas tradiciones
datan al menos de 5.000 años antes del presente, y
todas son distintas y claramente diferenciadas una de
otra. Buscar los orígenes de estas tradiciones nos
llevaría al sexto o séptimo milenio antes de ahora.
Estas culturas formativas tempranas transmitieron su
impulso a Mesoamérica y el área andina, donde
posteriormente llegaron a desarrollarse sociedades de
una alta complejidad cultural. Sin embargo, en aquella
época temprana tanto la región andina como Mesoamérica
eran marginales en relación con el gran foco cultural
formativo que fue la costa nor-occidental de Suramérica.
Las razones para ello aún no se conocen, pero
debieron incidir múltiples factores, tanto
ambientales como culturales. Parecería que el medio
ambiente natural de la llanura caribe de Colombia era
altamente propicio para el desarrollo cultural
aborigen. Existía un clima benigno, una flora y fauna
abundantes y variadas y una amplia gama de diversos
ecosistemas locales los cuales ofrecían una base
constante y diversificada para el desarrollo de
sociedades humanas con una tecnología sencilla como
es el caso de Monsú en Colombia. Allí, la evidencia
arqueológica consiste de montículos de basura que
tienden a formar un círculo que rodea una plazuela
central, sugiriendo una estructura social de 2 mitades
opuestas y complementarias, tal como se conoce en la
región amazónica o que tuviese alguna connotación
astronómico-meteorológica que guiara las actividades
rituales y de subsistencia de una población que pudo
haber llegado al centenar de individuos. Las aldeas
incipientes se convirtieron con el tiempo en pueblos
bien estructurados, y en algunos sectores del «Área
Intermedia» (la vasta zona ubicada entre México y
Perú) se formaron cacicazgos como en San Agustín y
la región Quimbaya en Colombia; los taínos en la República
Dominicana; diversos cacicazgos en Panamá y Costa
Rica; los caquetíos y posiblemente otros cacicazgos
proto-históricos en los Andes y la región
centro-occidental en especial el área de Quíbor
(Edo. Lara) en Venezuela. Finalmente, tanto el área
chibcha como tairona en Colombia lograron alcanzar una
complejidad político-administrativa más coherente,
pudiéndose considerar como Estados incipientes. Estas
diversas unidades socioculturales se caracterizaron
por manifestaciones culturales y artísticas notorias
reflejadas en la metalurgia, la cerámica, los
trabajos en madera, entre muchos otros. Surgieron
extensas redes comerciales y otros tipos de contactos
e intercambios tanto pacíficos como bélicos a lo
largo y ancho del continente. Las aldeas formativas
constituyeron la base sobre la cual se edificaron las
grandes civilizaciones tales como los Estados de wari,
chimú, tiahuanaco e inca en el área andina y maya,
tolteca, mixteca y azteca en Mesoamérica. Se están
investigando todavía los procesos que culminaron en
estas civilizaciones, cuya complejidad cultural está
atestiguada por aspectos tales como la escritura, las
matemáticas, un gobierno centralizado y jerarquizado,
y grandes centros urbanos, mucho de lo cual se vio
fuertemente alterado y aniquilado por el impacto que
causó la conquista y posterior colonización europea.
Los
arqueólogos marxistas denominan a la época neo-india
«formación agricultora» con 2 grandes modos de
producción: el modo de producción tropical y el modo
de producción teocrático. El primero caracteriza
generalmente a las comunidades indígenas de las
tierras bajas de la América tropical, en donde los
tubérculos tropicales, en especial la yuca (Manihot
esculenta Crantz) era el cultivo básico, y
corresponde, hasta cierto punto, al concepto de
cultura de selva tropical de otros autores. Por su
parte, el modo de producción teocrático ejemplificó
a los grupos de las tierras altas de Mesoamérica y
Suramérica, siendo la agricultura de granos, basada
en el cultivo del maíz (Zea Mays) el producto
alimentario esencial. En las regiones aún más
elevadas de los Andes, la base de la subsistencia se
centró en el cultivo de tubérculos altoandinos como
la papa (Solanum tuberosum).
El
neo-indio es la época mejor conocida en la arqueología
venezolana, porque los yacimientos arqueológicos
correspondientes son más abundantes y extensos que
los de las épocas anteriores y de más fácil detección,
sobre todo aquellos que muestran una arquitectura
incipiente o construcciones artificiales asociadas a
la agricultura. Además, la mayor parte de los arqueólogos
se han dedicado al estudio de esta época, cuyos
comienzos, según lo sugieren las evidencias hasta
ahora disponibles, se remontan alrededor de 4.000 años
antes del presente en el sitio de La Gruta, en la región
del Orinoco medio. Sin embargo, no todos los
especialistas coinciden en esta afirmación y se
sostiene que la fecha más antigua válida para este
sitio es 2.600 años antes del presente. En occidente,
hasta hace poco la evidencia más antigua estaba
asociada al sitio de Rancho Peludo, ubicado en la región
del río Guasare (norte Edo. Zulia) para el cual se
obtuvo una fecha de 4.600 años antes del presente, lo
cual convertía la cerámica de Rancho Peludo en la más
antigua del continente antes del descubrimiento de
Monsú. Sin embargo, en base al análisis minucioso y
fechados adicionales por el método de 14C (carbono
catorce) y TL (termoluminiscencia), se demostró que
la muestra anterior estaba contaminada con carbón
mineral y las nuevas fechas ubican la secuencia de
Rancho Peludo entre 2.000 y 650 años antes del
presente. En todo caso, está bien documentado que la
época neo-india se estableció en territorio
venezolano alrededor de 3.000 años antes del
presente.
Los
estudios pioneros del neo-indio fueron realizados
primordialmente por José María Cruxent e Irving
Rouse, quienes establecieron alrededor de 55 estilos
cerámicos agrupados en 10 series, las cuales reflejan
una gran diversidad «étnica» y manifestaciones artísticas
notorias. Estos datos permitieron la construcción de
una cronología arqueológica regional, base de todos
los estudios posteriores. Por otra parte, estos
autores visualizaron a la Venezuela de la época
neo-india como producto de 2 centros de desarrollo
cultural: uno oriental, centrado en la cuenca del
Orinoco, y el otro occidental, el cual abarca los
Andes y la cuenca de Maracaibo. En la actualidad, esta
visión ha sido modificada con aportes nuevos sobre la
prehistoria venezolana; se postuló otro centro para
la región elevada de los Andes, tipificado por el
patrón andino. Este patrón está caracterizado por
una cerámica simple, una arquitectura incipiente de
construcciones de piedra (terrazas agrícolas y
mintoyes o bóvedas alineadas por piedras que se
utilizaron como tumbas y/o silos para almacenar
productos agrícolas) y por una subsistencia basada en
el cultivo de tubérculos altoandinos como la papa
(Solanum tuberosum), la ruba (Ullucus tuberosus) y la
cuiba (Oxalis tuberosa) todo lo cual implica fuertes
nexos culturales con el altiplano colombiano e
indirectamente, con los Andes centrales. Se están
documentando esferas adicionales de interacción intra
e interregionales como la Esfera de interacción del
Orinoco y la costa venezolana oriental y la Esfera de
interacción del noroeste de Suramérica, evidenciado
por nexos estilísticos cerámicos entre el noroeste
de Suramérica y las Antillas Mayores, en especial la
República Dominicana.
Como
hasta la fecha se ha destacado en la reconstrucción
neo-india precolombina suramericana la dicotomía Área
Andina vs. Área Amazónica (o modo de producción
tropical vs. modo de producción teocrático), se ha
minimizado la importancia de otra, que es el Area
Pedemontana. Es justamente en esta área, de los
agricultores prehispánicos del piedemonte andino,
donde se tienen las primeras evidencias de vida
sedentaria para el continente. Los grupos que ocuparon
esta zona que va desde el norte de Colombia y
Venezuela, hasta probablemente el noroeste argentino,
se ubicaron en un área muy favorable, ya que la
cercanía, a la vez de los grandes ríos y las montañas,
les ofrecían terrenos aptos para los cultivos
anuales, sobre todo el maíz, sin la necesidad de
construcciones artificiales como ocurría en las
regiones inundables de las tierras bajas amazónicas y
los llanos colombo-venezolanos o las montañas
empinadas de las tierras altas andinas que requerían
de grandes masas humanas para el terraceo y la
construcción de canales. Otras investigaciones
recientes han permitido detectar diversos tipos de
construcciones artificiales de tierra como los campos
elevados de Caño Ventosidad (Edo. Barinas), que
consisten de más de 500 terraplenes dispuestos en
pares paralelos con un canal intermedio; cumplieron
funciones hidráulicas primordialmente en zonas
sujetas a inundaciones periódicas y fueron
construidas entre 1.000 y 800 años antes del
presente. En la cuenca de Maracaibo se excavaron en
forma intensiva varios yacimientos claves, entre los
cuales se destacan: La Pitía, un extenso conchero cerámico
el cual fue ocupado por el hombre entre 3.000 y
aproximadamente 500 años antes del presente y para el
cual se analizaron detalladamente los cambios de
subsistencia, tipos de enterramientos y otros aspectos
de la vida social. Asociado a la fase Hokomo, la cual
constituye la ocupación principal del sitio, se
hallaron materiales exóticos como la jadeíta, lo
cual sugiere comercio con regiones distantes, tal vez
con Centroamérica. Lagunillas, otro yacimiento de la
cuenca de Maracaibo, ha proporcionado hasta ahora la
evidencia más antigua de viviendas palafíticas. Las
fechas radiocarbónicas obtenidas para Lagunillas
oscilan entre 2.500 y 2.200 años antes del presente.
Los ceramistas de Lagunillas elaboraron una cerámica
muy compleja y diversificada en la cual se combinaban
una serie de técnicas decorativas plásticas: incisión,
modelado, appliqué y excisión. También cabe señalar
las nuevas investigaciones realizadas en la región
del Orinoco medio. Se excavaron los sitios de Parmana
y Agüerito, en la confluencia de los ríos Orinoco y
Apure. En el primero se ha podido determinar la
importancia del cultivo del maíz en una zona
tradicionalmente considerada de la yuca, lo cual pudo
ser el causante de un incremento poblacional,
cambiando algunos supuestos sobre la cultura de selva
tropical de la región Amazónica. En el segundo se ha
detectado un mosaico de diversidad étnica en base al
análisis minucioso de la cerámica. Ello concuerda
con la información etnohistórica para el área, la
cual revela la presencia de numerosas comunidades que
mantuvieron óptimas interacciones socioeconómicas
intra e interregionales. Para el área de Barinas se
está documentando la variabilidad de adaptaciones
culturales y ecológicas en el piedemonte y los altos
llanos contiguos para determinar la naturaleza y
alcance de la interacción entre los habitantes
prehispánicos de las 2 zonas, y el papel que tuvieron
las interrelaciones tierras altas-tierras bajas en el
desarrollo de los cacicazgos en este sector de
Venezuela.
En
el archipiélago de Los Roques se han detectado más
de 20 yacimientos de carácter temporal cuya cerámica
es Valencioide. Este archipiélago fue visitado entre
1.100 y 500 años antes del presente por grupos de
navegantes provenientes del área del lago de Valencia
de la región costeña venezolana. Los indígenas venían
a las islas atraídos por los abundantes recursos
alimenticios que les ofrecía el archipiélago, sobre
todo el botuto (Strombus gigas), las tortugas marinas,
el pescado, los huevos de las aves marinas y la sal.
Estos visitantes mantenían contactos comerciales con
los grupos étnicos de la costa central, el occidente
de Venezuela, el área del Orinoco y las Antillas
Menores. Cabe destacar el rico ajuar de tipo no
utilitario que se ha obtenido en Los Roques: casi un
centenar de figurinas humanas de arcilla, flautas,
micro-hachas, colgantes líticos y numerosos productos
elaborados de conchas marinas; han aparecido también
objetos exóticos como recipientes pintados y
fragmentos de ámbar, que son reflejo de extensas
redes de intercambio.
Por
su parte, Mario Sanoja e Iraida Vargas, dentro de su
concepción de la arqueología venezolana, consideran
que el modo de producción tropical caracterizó a la
mayoría de las antiguas poblaciones del Orinoco, los
llanos, la costa centro-occidental y gran parte de la
cuenca de Maracaibo. La forma de producción de
alimentos se basó en un sistema balanceado de
horticultura de la yuca, sobre todo las variedades tóxicas
(para el procesamiento de las cuales se desarrollan
complejas técnicas), además de la caza terrestre y
fluvial y la recolección marina y fluvial. Esta forma
de producción dependió del cultivo de tala y quema
caracterizado por el barbecho largo, que se realizaba
dentro del grupo familiar, siendo colectiva la
organización del trabajo. En cambio, las sociedades
indígenas del noroeste de Venezuela, en especial la
región andina, se caracterizarían por el modo de
producción teocrático, basado en una organización más
compleja, el uso más eficiente de la tierra, el
manejo de recursos hidráulicos y el desarrollo de
instituciones para el control político-social de la
gente y una compleja vida ceremonial; en algunos casos
se llegó al nivel de organización de los cacicazgos.
Esto se deduce de los numerosos cementerios del estado
Lara, en especial el área de Quíbor y El Tocuyo,
donde se observa un trato deferencial a los muertos,
lo cual refleja claramente una jerarquización y
estratificación social. Más recientemente, estos
autores y sus seguidores han tipificado el modo de
vida aldeano cacical el cual caracterizó a los
cacicazgos del noroeste de Venezuela. Entre sus
características cabe señalar la especialización
social del trabajo, relaciones intra-aldeanas de carácter
político y de parentesco, relaciones inter-aldeanas
de subordinación y jerarquización de las aldeas en
linajes. Todos estos desarrollos culturales se vieron
fuertemente impactados, alterados o truncados con la
penetración de los europeos en el siglo XVI en el
territorio que hoy es Venezuela.
El
indo-hispano: 1.500 d. C.-presente
La
época indo-hispana o histórica se inicia en América
con la llegada de los primeros europeos a fines del
siglo XV y se extiende aproximadamente hasta finales
del siglo XVIII. Es la época menos estudiada en la
arqueología venezolana y americana en general, aunque
se han realizado avances significativos en la República
Dominicana, Panamá, Guatemala y Venezuela. Para esta
época, además de la evidencia arqueológica
propiamente dicha, también se posee información
basada en las fuentes escritas emanadas de los
primeros conquistadores, cronistas, misioneros y
administradores europeos. La información escrita se
encuentra dispersa en diversos archivos tanto europeos
como americanos. También han sido publicados muchos
datos en documentos como las Relaciones geográficas y
las «visitas» de eclesiásticos o funcionarios
judiciales, además de multitud de libros que
contienen anotaciones de los testigos presenciales del
período del encuentro de los 2 mundos: Europa y América
y las observaciones posteriores de fuentes
secundarias. Estos textos contienen mucha información
detallada, la cual jamás se podrá obtener de las
fuentes de la época pre-hispánica, pero a su vez
introducen un elemento dudoso: el juicio muchas veces
subjetivo de los actores de los acontecimientos, el
cual no siempre se ajusta a la realidad. La mayoría
de los escritores que tratan de los eventos del Nuevo
Mundo a partir del contacto europeo se ocupan
primordialmente de los hechos de los europeos, la
fundación de sus ciudades, sus actividades bélicas
de conquista y otros aspectos que reflejan
primordialmente sus raíces europeas. Muchos de estos
informes no ofrecen una visión objetiva del modo de
vida de los aborígenes ni sobre los efectos de la
fusión de ambas culturas. Es allí donde es
importante la evidencia arqueológica, ya que
proporciona información sobre patrones de
asentamiento, composición étnica de comunidades y
relaciones comerciales, datos sobre la vida cotidiana,
que no son descritos en detalle por los cronistas. El
impacto de la invasión se puede medir en la reducción
de asentamientos indígenas por la evidencia de
enfrentamientos bélicos y enfermedades, así como por
la pérdida de estilos decorativos tradicionales, que
puede deberse a la influencia misionera, entre otros
hechos. Los aportes de estos personajes son más bien
de carácter informativo, biográfico, descriptivo o
laudatorio, que analítico e interpretativo. Por
supuesto que existen excepciones notables y algunos de
los primeros cronistas dejaron testimonios muy
valiosos que pueden ser tomados como fuente básica
para la investigación antropológica. Cabe destacar a
Pascual de Andagoya para Panamá, Bernardino de Sahagún
para México y Pedro Cieza de León para el Perú.
Venezuela fue menos afortunada en este sentido, pero
entre los autores más valiosos se puede señalar a
Pedro de Aguado, Juan de Castellanos, Nicolás de
Federmann y Walter Raleigh para el siglo XVI; Pedro
Simón, Jacinto de Carvajal y Matías Ruiz Blanco para
el siglo XVII y José de Oviedo y Baños, José
Gumilla, Antonio Caulín y Felipe Salvador Gilij para
el siglo XVIII.
Se
han encontrado en los sitios de ocupación
indo-hispana loza china, inglesa, holandesa, alemana,
objetos de vidrio, metales, ladrillos, tejas y restos
de huesos de animales domésticos del Viejo Mundo. Sin
embargo, la mayólica, una loza porosa de pasta blanda
con una superficie dura vitrosa, que es un esmalte
opaco, (la cual nunca debe ser confundida con la
porcelana, horneada a temperaturas mucho más elevadas
y elaborada de materia prima diferente) de origen
mediterráneo europeo, conforma la evidencia más
abundante y rica en información para este período.
Su estudio detallado en contexto antropológico y el
de sus imitaciones americanas permite establecer
microcronologías que difícilmente pueden obtenerse a
través del método del carbono 14. También permite
percibir o entender una serie de desarrollos tecnológicos
cerámicos, relaciones comerciales, patrones artísticos,
hábitos culinarios y una variedad de otras facetas de
la vida cotidiana de comienzos del período
indo-hispano. Aparentemente la mayólica fue llevada
desde los comienzos por los europeos de cierta posición
social a todas las áreas del Caribe. La mayoría
provino originalmente de localidades tales como
Sevilla, Talavera y Triana en España y Génova y
Savona en Italia. Ya a comienzos del siglo XVI se
inicia su producción local en México y
posteriormente en el istmo de Panamá, desde donde se
irradia a todo el Caribe, incluyendo la costa oriental
de Venezuela, el occidente de Colombia, y en el norte
llega hasta los actuales estados de Nuevo México y
Arizona (Estados Unidos). Así podemos observar que es
difícil determinar el lugar de origen de la mayólica,
ya que en los yacimientos arqueológicos se pueden
encontrar tanto materiales europeos como imitaciones
americanas o contrahechuras. Sólo a partir de la
aplicación de la técnica de la termoluminiscencia se
ha podido dilucidar esta interrogante. Por ejemplo, se
ha podido establecer que el tipo Ichtucknee Azul sobre
Azul establecido por Goggin para el Nuevo Mundo, el
cual es común en los yacimientos venezolanos, procede
de 2 centros de manufactura: uno en Savona (Italia) y
el otro en Andalucía (España); y es posible que
también fuese elaborado en otros centros de España e
inclusive en América. Este tipo aparece en América
alrededor de 1550 y desaparece entre 1640 y 1650,
permitiendo así con su asociación con otros
artefactos, establecer una micro-cronología bastante
precisa. Sin esta técnica es difícil determinar la
procedencia de la mayólica, porque era un artículo
de exportación comercial que competía con
imitaciones locales, ya que muchos artesanos emigraron
al Nuevo Mundo trayendo sus técnicas y estilos
propios. Sin embargo, en América debían utilizar la
materia prima local, detalle que permite dilucidar el
lugar de manufactura. En Venezuela se conocen diversos
tipos de mayólica de la zona de Cubagua, isla de
Margarita, castillo de Araya, los castillos de
Guayana, y Maurica en el estado Anzoátegui, y varias
localidades en el occidente del país como Hato Nuevo
(Edo. Zulia), Tierra de los Indios y Santa María
Arenales (Edo. Lara), Mucuchíes (Edo. Mérida) y
Boconó y Carache (Edo. Trujillo). En líneas
generales en la época indo-hispana la cerámica indígena
se torna más sencilla que en los períodos anteriores
y se encuentra menor sofisticación y variedad de
estilos. Por otra parte, los europeos, con fines
netamente utilitarios acogieron las técnicas aborígenes
de manufactura de la cerámica, la cual tenía una
vasta y milenaria tradición en todo el continente;
pero prevalecieron los diseños convencionales españoles
que aún sobreviven en la alfarería criolla contemporánea.
Con ello se produjo un evidente empobrecimiento artístico,
perdiéndose la rica decoración simbólica y
religiosa de tiempos anteriores. Así se encuentran en
los sitios indo-hispanos, tiestos confeccionados con
la técnica aborigen del enrollado (los indígenas no
emplearon el torno), pero con el concepto del diseño
y la forma europeos. Como consecuencia hubo una fusión
de elementos culturales que refleja la transculturación
o fricción interétnica de la primera época colonial
no sólo en la cerámica, sino también en otras
facetas de la vida diaria. Por ejemplo, los cambios de
la dieta introducidos por los españoles, quienes
consumían abundantes granos y carnes; esto requería
que los recipientes tuviesen un prolongado tiempo
sometidos a la cocción, y por ende se encuentran
mayores concentraciones de hollín en estas vasijas
que en la cerámica indígena. Los aborígenes
calentaban sus alimentos a la brasa o parrilla sobre
barbacoas o andamios, o envueltos en hojas, a fuego
lento.
Nueva
Cádiz es sin duda el sitio indo-hispano más
importante estudiado hasta ahora en Venezuela. Este
yacimiento está ubicado en la isla de Cubagua, entre
la península de Araya e isla de Margarita (Edo. Nueva
Esparta). Nueva Cádiz fue una de las primeras
ciudades fundadas por los españoles en América del
Sur a comienzos del siglo XVI; pero antes de la
llegada de los españoles, la isla ya había sido
ocupada por diversos grupos indígenas desde por lo
menos 4.300 años antes del presente. En la época
indio-hispana el sitio pasó por 3 etapas. Los españoles
llegaron a la isla desde Santo Domingo atraídos por
los ricos placeres de perlas, pero no establecieron al
comienzo asientos permanentes sino rancherías o
campamentos temporales; poco a poco esclavizaron a los
indios que allí encontraron y se fueron adueñando de
las pesquerías de perlas. En esta fase se
establecieron y construyeron ranchos muy simples de
bahareque y paja; tuvieron que abandonarla por breve
tiempo en 1520, debido a una rebelión de los indios
de Cumaná y sus alrededores. La construcción de una
fortaleza en Cumaná en 1523 dio a los españoles el
control sobre los indios y así comienza la tercera
etapa que fue la más productiva económicamente.
Entonces se construyeron edificaciones más
permanentes y en 1528 el poblado fue elevado a la
categoría de ciudad con el nombre oficial de Nueva Cádiz.
En el apogeo, no sólo albergó a españoles y a
algunos esclavos indígenas traídos de diversas
regiones del Caribe para trabajar en las pesquerías
de perlas, sino también a esclavos negros traídos
del África. Las construcciones más permanentes
fueron hechas a base de cal, cuya materia prima era la
madrépora o el cirial (conchas de moluscos grandes),
y una mezcla de barro y piedra. La ausencia de leña
impidió a los españoles utilizar el calicanto, su técnica
tradicional de cal y piedra, a la cual agregaban
algunos ladrillos. Los ladrillos fueron escasos en las
excavaciones; algunos de ellos presentan una perforación
semiesférica que sirvió de base al eje de rotación
de las ventanas de las casas. No todas las casas de
Nueva Cádiz fueron construidas de piedra a la usanza
española. También se encontraron espacios vacíos en
los cuales seguramente había chozas con techos de
paja y paredes de bahareque, a la usanza indígena,
cuyos restos no han resistido la acción destructora
del tiempo. Las excavaciones evidenciaron el
emplazamiento de una barbería, del mercado y de la
botica. En una de las casas se encontró una vasija
con perlas, lamentablemente en muy mal estado. En la
vecindad de esta casa se encontraron las ruinas de una
gran construcción. De acuerdo con su apariencia pudo
haber sido el convento franciscano de Nueva Cádiz;
por las fotografías aéreas se puede apreciar la
disposición de sus dependencias. Tuvo 2 salas
grandes, una de las cuales era posiblemente la cocina.
A la entrada de lo que debió ser la iglesia, una
pequeña habitación indica que allí estuvo quizás
la sacristía. El espacio identificado como iglesia
tiene tumbas en el suelo y es sabida la costumbre española
de enterrar a los señores en la nave central de las
iglesias. El patio interior del convento, a pesar de
su tamaño, es otro que se encuentra al oeste y el
cual pudo ser un huerto o patio de esclavos. La hipótesis
de que se trata de un convento está arqueológicamente
apoyada por el hallazgo de un escudo de piedra
perteneciente a la orden franciscana, el cual tiene
esculpidas las 5 llagas de Cristo y el cordón de la
orden. Los restos de azulejos sevillanos y de Cuenca,
las 3 gárgolas de estilo medieval esculpidas
magistralmente en caliza in situ, acusan la presencia
de un notable artista, que ha sido identificado como
«el Maestro Lorenzo». Cerca de la playa se elevaba
el Cabildo, cuyos muros, aunque destruidos, dejan ver
la importancia del edificio. Algunas habitaciones
presentan vestigios de incendio. Los restos de una
torre, 2 celdas para presos con puertas estrechas, un
Sello Real en cerámica para lacrar documentos
oficiales que representa en negativo la efigie de los
Reyes Católicos, son vivos recuerdos de la presencia
humana de esta edificación. ¿Cómo sería el final
de Nueva Cádiz? Este asunto ha sido motivo de debates
controversiales; la mayoría de los historiadores lo
han atribuido a fenómenos naturales (terremotos y
maremotos). Cruxent coincide con José Antonio de
Armas Chitty en afirmar que la lenta desaparición de
Nueva Cádiz se debió a la destrucción de los
ostrales, a la muerte del indio y a la inclemencia del
clima, pues aparentemente después de los maremotos de
1541 y 1543 vivía gente en la isla y también
llegaban barcos a la ciudad. Las características de
los muros, los hallazgos del subsuelo y muchos otros
detalles sugieren que Nueva Cádiz no desapareció por
la destrucción violenta. La tenacidad de los españoles
buscadores de tesoros era tan grande, que ningún
terremoto, huracán, maremoto o hundimiento les
hubiese obligado a abandonar la isla. El agotamiento
perlífero debió determinar el destino de la ciudad y
abrió la fase de agonía. Después del éxodo,
Cubagua no quedó totalmente deshabitada. Las casas
continuaron arruinándose progresivamente, y algunas
de ellas, destruidas por piratas, abrigaron pobladores
nuevos. Numerosos fogones, hallados en las ruinas,
confirman esta impresión. No todos los asentamientos
europeos fueron tan prósperos como Cubagua. La mayoría
sólo poseía construcciones a base de bahareque y
cubiertas por techos de paja u hojas de palmera de
estilo indígena, como fue el caso de San Cristóbal
de los Cumanagotos de Maurica, cerca de Barcelona, en
donde se hallaron diversos fragmentos de artefactos
españoles: vidrio, artefactos de metales, huesos de
animales domésticos; y cerámica indígena que se
asemeja al estilo histórico de Nueva Cádiz.
En
los castillos de Guayana (actual Edo. Delta Amacuro) a
unos 50 km de Barrancas, se encontró loza holandesa,
loza de grés de origen alemán y otros fragmentos de
origen mexicano, pipas de grés holandesas, candados
ingleses y ollas de hierro. Allí se observó
claramente que mientras aumentaba la afluencia de
productos europeos en el registro arqueológico,
disminuía la influencia indígena; por ejemplo, se
suplanta el consumo de la tortuga por el ganado
vacuno. Se siguen encontrando elementos aborígenes
como alfarería y objetos asociados con actividades de
caza, pesca y recolección, el cultivo de la yuca y
aparecen elementos nuevos como objetos de hierro,
alfarería torneada, el empleo de ladrillos y tejas y
argamasa para la construcción. Varios sitios arqueológicos
en la región andina se extienden a la época
indo-hispana. Para ello se tienen evidencias de la
presencia de artefactos europeos en los niveles tardíos
aborígenes y fuentes documentales. En la ermita del
área de Carache (Edo. Trujillo) la cual consiste de
una capilla o ermita hecha de adobe, se encontró cerámica
del tipo Mirinday Simple de la serie Tierroide prehispánica
asociada a tiestos europeos y de fabricación criolla.
Entre los fragmentos europeos se identificaron: jarras
de aceite de origen español; estas vasijas se
empleaban para transportar líquidos, especialmente
aceite de oliva y vinos, así como también para
almacenar y transportar pólvora; mayólica de origen
italiano y tiestos de probable manufactura criolla; lo
cual sin duda es el resultado de la combinación de
las técnicas aborigen y europea, perdiéndose así
algunos atributos de cada tradición. Actualmente, las
mujeres de Betichope, un caserío del valle de
Carache, elaboran una alfarería que refleja la técnica
indígena, es decir, sin el uso del torno, y emplean
en su lugar la técnica del enrollado. En Mucuchíes
(Edo. Mérida) la fase del mismo nombre se extiende a
tiempos históricos por el hallazgo de fragmentos de
mayólica y la obtención de una fecha de carbono 14
de hace 280 años. Igualmente, en Boconó (Edo.
Trujillo) en la capilla de la Vega abajo, la cual
probablemente fue construida entre 1560 y 1563, se
obtuvieron tiestos europeos y de fabricación criolla
que abarcan desde los siglos XVI al XX. Fuera de los
Andes hay otras evidencias del indo-hispano. En el
estado Lara el estilo cerámico precolombino tierra de
los indios sobrevivió a tiempos históricos en el
sitio de Santa María de Arenales, ya que se
encontraron además de tiestos de este estilo,
fragmentos de manufactura española como mayólica y
de loza Delft. En el estado Zulia varios concheros cerámicos
de la Guajira también han producido materiales
prehispánicos e indohispánicos como ocurrió en el
sitio de Wayamulísera donde se encontraron fragmentos
de jarras de aceite junto con metates, manos y cerámica
indígena. En los llanos de Barinas de la zona de la
Calzada de Páez, se encontraron en el sitio de Buenos
Aires restos del complejo prehispánico Caño Caroní,
junto con fragmentos de metal, porcelana china, loza
europea, vidrio y fragmentos carbonizados de mecate
asociados con tiestos de Caño Caroní y de serie
Osoide. También poseemos información etnohistórica
rica para la región de los Llanos occidentales
venezolanos y orientales colombianos. Estos estudios
revelaron para la época del contacto una población
aborigen numerosa de agricultores, pescadores y
recolectores. El comercio intertribal era muy
importante, pero la explotación de la mano de obra
indígena por los españoles, las enfermedades, la
reubicación de la población aborigen en misiones y
otras consecuencias del contacto europeo, condujeron a
una severa disminución de la población aborigen
llanera y de otras áreas en el siglo XVII, y para el
siglo XVIII la mayoría de las tribus autóctonas se
habían reducido a un número ínfimo de pobladores.
Desde
los primeros asentamientos europeos se enviaban
expediciones con el fin de explotar el resto del país,
y por ello hubo encuentros entre los españoles y los
indígenas en todas las regiones, sobre todo en la
costa, los Andes y los llanos. Los sitios arqueológicos
suministran evidencias de estos contactos a través de
los objetos de comercio europeos, especialmente la
loza europea como la mayólica. Los primeros
colonizadores venían acompañados de sacerdotes, los
cuales se esforzaban en convertir a los indígenas a
la religión católica y por ello se comenzó la
destrucción masiva de su ajuar ritual, sobre todo las
figurinas de la región andina, que sólo han
sobrevivido escondidas en sitios de difícil acceso.
Fue sólo a mediados del siglo XVII cuando se llevó a
cabo la penetración sistemática de las misiones, las
cuales fueron más numerosas en los llanos, en donde
funcionaban a manera de fincas de ganado. En general
la invasión española generó varios cambios en la
esfera socioeconómica: se caracterizó por el
desarrollo de centros urbanos, lo cual rompió con el
patrón de asentamiento disperso que caracterizó a
los poblados indígenas; en las explotaciones
agropecuarias la fuerza de trabajo estaba constituida
por los aborígenes sometidos al régimen de la
encomienda o a las misiones y a través de las
siembras de comunidad; en las explotaciones agrícolas
se siguió utilizando el modo de producción indígena
pero se añaden a los productos autóctonos como el maíz,
la yuca, la papa, el algodón, el tabaco, etc., nuevos
cultivos traídos por los europeos como el trigo, la
cebada, los cítricos, la caña de azúcar, la
cebolla. Se introducen, como un elemento nuevo en
Venezuela, las explotaciones de tipo pastoril con los
animales domésticos del Viejo Mundo: vacas, caballos,
cabras, ovejas, cerdos y aves de corral. Se establece
el régimen de la propiedad privada de la tierra
mediante la concesión de solares en las ciudades y de
terrenos para el cultivo y la ganadería a los
pobladores españoles y sus descendientes criollos,
que al mismo tiempo reciben indígenas encomendados, y
surge una acumulación incipiente de capital. Se
desarrolla una economía de mercado que a nivel local
y regional contribuirá a la red de distribución de
la producción agrícola, pecuaria, artesanal y
extractiva, tanto en las unidades de producción
indo-hispánicas como en las aborígenes no
hispanizadas a lo cual se añaden los aportes de los
esclavos negros de origen africano. Es por cierto el
contingente africano otro factor muy importante de
esta síntesis de la llamada época indo-hispana.
Aparte de los conducidos a Cubagua antes mencionados,
otros esclavos llegan a partir de 1530, sobre todo a
Coro, Cabo de La Vela y Borburata, que son
introducidos tierra adentro, en especial a la zona de
El Tocuyo y Barquisimeto. Las primeras insurrecciones
de estos cautivos estallan desde mediados del mismo
siglo XVI; a partir de entonces los esclavos escapados
del yugo de sus amos fundan poblados clandestinos o
cumbes a los cuales luego se añaden otras personas de
diversas procedencias, dando origen a pueblos ya más
organizados, de población mestiza. Desde el punto de
vista arqueológico no se han realizado estudios que
permitan documentar con evidencias materiales los
aportes de esta población; esperamos que en un futuro
cercano podamos contar con estas evidencias, no sólo
excavando en los sitios de cumbes, sino también en
las viejas haciendas cacaoteras en Barlovento, Yaracuy
y la zona sur del lago de Maracaibo.