Tradiciones
y Costumbres
Agricultura
Prehispánico
Si
bien el hombre fabricó artefactos desde hace más de
1.000.000 de años, las primeras plantas y animales
domesticados tienen una antigüedad que escasamente
sobrepasa los 10.000 años. Con la domesticación, el
hombre logró controlar el ambiente físico, es decir,
la fuente básica de energía alimenticia, lo cual
permitió un modo de vida que no sólo solucionaba el
problema de la obtención de alimentos, sino que
promovía la noción de que él podía modificar el
ambiente físico y adaptarlo a sus propias
necesidades. La especialización alimenticia que se
produjo a través de la domesticación no sólo trajo
consigo un aumento considerable en la cantidad de
alimentos, sino una mayor estabilidad en su suministro
y esto, frecuentemente, permitió el aumento
poblacional. La agricultura forma parte del medio
ambiente en el cual se practica y por ello, los
diversos sistemas agrícolas, ya sean cultivos
primitivos (paleotécnicos) o modernos (neotécnicos),
son tipos distintivos de ecosistemas modificados por
el hombre. Cuando se estudian los ecosistemas
naturales se puede hacer una distinción entre los
ecosistemas generalizados y los especializados, lo
cual también es aplicable a los agrícolas. Los
ecosistemas naturales generalizados son aquellos que
contienen un gran número de especies animales y
vegetales, cada una de las cuales está representada
por un reducido número de organismos. Por el
contrario, los ecosistemas especializados se
caracterizan por una limitada variedad de especies,
integradas por un elevado número de individuos. Se ha
pensado que el surgimiento de la agricultura se
relaciona con los grupos recolectores, cazadores y
pescadores generalizados, quienes subsistían con base
en la explotación de una variada gama de plantas y
animales terrestres y acuáticos. Dadas las
características de su explotación alimenticia, estos
grupos deben haber sido más sedentarios, un hecho que
debe haber permitido un mejor conocimiento de su medio
ambiente, favoreciendo en esta forma, los experimentos
hacia la domesticación. Igualmente, se ha inferido
que las zonas más propicias para la invención de la
agricultura hayan sido las áreas marginales de
transición, como por ejemplo las zonas limítrofes
entre selva y sabana, o entre tierras altas y bajas,
ya que las mismas generalmente tienen una alta
productividad así como una mayor variedad y
disponibilidad de especies; también algunas zonas
costeras del mar, ríos y lagos donde la explotación
de peces y otros animales acuáticos pueda mantener un
modo de subsistencia más sedentario del que permite
la caza de pequeños mamíferos. La aparición de la
agricultura llevó aparejada una mayor sedentariedad,
lo cual posibilitó un aumento poblacional y de
relaciones sociales más complejas.
La
agricultura en América: Desde la época prehispánica
han existido en la agricultura americana 2 sistemas
agrícolas bien diferenciados: la vegecultura y la
agricultura de semillas. La primera depende de la
reproducción vegetativa (por estacas) y representa
uno de los sistemas agrícolas más desarrollados en
las tierras húmedas bajas tropicales, no sólo de
América, sino de África y del sureste asiático. En
este sistema los cultivos básicos son plantas que
tienen grandes raíces, rizomas o tubérculos ricos en
almidón y azúcar. Por ello, en estos sistemas, las
proteínas necesarias para la alimentación provienen
de la explotación de los recursos animales. En la
América indígena los cultivos básicos de este
sistema fueron: la yuca (Manihot esculenta), la batata
(Ipomea batatas) y el ocumo (Xantosoma sagittifolium).
La vegecultura tropical americana tuvo una extensión
hacia tierras templadas y frías de los Andes
suramericanos a través del cultivo de la papa
(Solanum tuberosum), la cual se combinó en los
lugares más altos con otros tubérculos de
importancia secundaria como la oca (Oxalis tuberosai),
la racacha (Arracacia xantorrhiza), el ulluco (Ullucus
tuberosus), etc. La agricultura de semillas, en
cambio, caracteriza a los trópicos secos y a las
regiones subtropicales. En este caso, la reproducción
de las plantas se hace mediante semillas, y los
cultivos más importantes son: el maíz (Zea mays), el
frijol (Phaseoulus Sp.), las calabazas (Curcubita
Sp.), etc. En la agricultura aborigen americana la
combinación de maíz-frijol fue particularmente
importante dado que ambas plantas se complementan
desde el punto de vista nutricional. El maíz es un
grano rico en almidón pero deficiente en proteínas y
en ciertos aminoácidos, mientras que el frijol no
sólo tiene un alto contenido de proteínas sino que
contiene, además, aquellos aminoácidos de los que
carece el primero. En la parte alta de los Andes, las
semillas de quinua (Chenopodium quinoa) cumplen una
función similar como productoras de proteínas en una
agricultura dominada por tubérculos.
Independientemente de la naturaleza de los cultivos
básicos, ambos sistemas, el de vegecultura y el de
agricultura de semillas, son policulturales, ya que
además de proveer los productos alimenticios,
generalmente suministran toda una gama de plantas que
sirven para satisfacer otras necesidades de la vida
cotidiana (por ej., depósitos, venenos, plantas
medicinales, fibras, estimulantes alucinógenos, etc.)
Antes de la llegada de los europeos al continente, los
indígenas americanos ya habían domesticado y estaban
cultivando más de 100 plantas, entre las cuales se
cuentan muchas que tienen actualmente importancia
internacional, como el maíz, la papa, la yuca, el
maní, el frijol, las calabazas, los ajíes, la
vainilla, el girasol, la batata, el aguacate, el
tabaco, la coca, el cacao, la piña, el tomate y el
algodón (todas las variedades comerciales modernas de
algodón tuvieron como base las variedades
americanas). Tanto la evidencia botánica como la
arqueológica sugieren que en América existieron
múltiples centros de domesticación, ya que las
diferentes secuencias regionales comienzan con
aquellas plantas que estaban disponibles localmente en
su forma silvestre y además, los cultivos básicos
presentan una posición distinta. Una vez transcurrido
el período de experimentación en las diversas
regiones, se estableció un intercambio de plantas
útiles (por ej., ciertas razas de maíz fueron
llevadas desde Mesoamérica hacia Suramérica y
viceversa, mientras que el tabaco, el maní, la piña
y el tomate llegaron a México procedentes de
Suramérica). Igualmente, mediante un proceso de
dispersión secundaria, la agricultura fue llevada
desde las áreas de experimentación (domesticación)
hacia otras. Se puede decir que la última gran
dispersión de las plantas americanas domesticadas
ocurrió a raíz de su traslado a Europa y, desde
allí, pasaron al resto del mundo. Las plantas
domesticadas originarias de América, constituyen en
la actualidad el 40% de la producción mundial de
alimentos.
La
agricultura prehispánica en Venezuela: La evidencia
disponible indica que los indígenas americanos
penetraron al Nuevo Mundo desde Asia a través del
estrecho de Bering, extendiéndose posteriormente a
todo el continente. Si bien, de acuerdo con Rouse y
Cruxent, este hecho puede haber ocurrido hace más de
40.000 años, las evidencias correspondientes a estos
primeros pobladores del territorio venezolano tienen
una antigüedad que solamente oscila entre los 15. 000
y los 5.000 años a. C. La subsistencia de los grupos
paleoindios se basó fundamentalmente en la caza de
grandes mamíferos hoy extintos. A partir de los 8.000
años a. C. (época mesoindia) y en respuesta a los
cambios climáticos y geológicos que indujeron otros
en la flora y la fauna, algunos grupos indígenas
comenzaron a depender de otros medios de subsistencia
tales como: la pesca fluvial, lacustre y la marítima,
la recolección de productos vegetales silvestres y,
eventualmente, la agricultura. Si bien los modos de
vida paleo y meso-indio sobrevivieron en algunos
lugares apartados hasta la llegada de los españoles,
la agricultura se convirtió en el medio de
subsistencia básico de la mayoría de los grupos
indígenas venezolanos a partir de los 1.000 años a.
C. Se ha sugerido que la agricultura prehispánica
venezolana ha tenido 2 fuentes: la de los granos
(maíz y otros productos asociados) y la de los
tubérculos (yuca, etc.) Hasta hace pocos años, las
evidencias más antiguas (aproximadamente 3.000 años
a. C.), provenían de Rancho Peludo, yacimiento del
estado Zulia. Recientemente, sin embargo, se han
obtenido datos similares para La Gruta, yacimiento del
Orinoco medio. Si bien algunas de las fechas de La
Gruta datan del segundo milenio a. C., su aceptación
aún no es definitiva. Lo que se conoce sobre el
cultivo de la yuca en la Venezuela prehispánica,
hasta ahora se ha basado en evidencias indirectas
(hallazgo de fragmentos de budare, un instrumento
destinado a la cocción de las tortas de casabe), ya
que debido a las pobres condiciones de preservación
ha sido imposible encontrar restos de la planta. Como
ya se dijo, es alrededor de los 1.000 años a. C.
cuando la mayor parte de los grupos aborígenes adopta
la agricultura intensiva. Asimismo, es probable que
haya sido durante este período cuando el cultivo del
maíz penetró desde el sector occidental de
Suramérica (donde su cultivo es muy antiguo) al
actual territorio venezolano, difundiéndose
inmediatamente en todo el occidente venezolano. Las
evidencias tempranas relativas al cultivo del maíz
datan de comienzos del primer milenio a. C., están
asociadas con la gente osoide y provienen del estado
Barinas. La yuca, en cambio, fue el cultivo dominante
en el Caribe, en el oriente y en las regiones
selváticas del sur de Venezuela. No está claro aún
si fue introducida desde la costa caribe de lo que es
hoy Colombia, o si pudo haber sido domesticada por los
grupos mesoindios del oriente de Venezuela. A partir
de los 1.000 años d. C., esta dicotomía agrícola se
hace menos precisa produciéndose en muchos sitios la
coexistencia de ambos cultivos y la sustitución de
uno por el otro. En las tierras altas de los Andes
venezolanos, al igual que en el resto de los Andes
americanos, los indígenas practicaron la variante de
vegecultura de tierras altas, cultivando la papa, la
oca, el ulluco, etc. La adopción y/o desarrollo de la
agricultura por parte de los indígenas venezolanos
debe haber conducido a un aumento considerable de la
población, la cual requirió en muchas oportunidades
de una intensificación que no sólo debió implicar
la aplicación de nuevos procedimientos para
incrementar la producción de los sistemas
tradicionales (por ej., extensión de las áreas del
cultivo, reducción de los períodos de descanso,
etc.) Los campos elevados de cultivo recientemente
descubiertos en los llanos, las terrazas o andenes de
los Andes así como los canales de riego mencionados
para el área de Barquisimeto representan ejemplos
concretos de la intensificación agrícola aborigen.
Se puede decir que en la agricultura venezolana actual
coexisten los sistemas indígenas prehispánicos con
los métodos modernos cuya antigüedad no sobrepasa el
medio siglo. A.Z.
Siglos
XVI-XVIII
La
agricultura en la antigua gobernación de Venezuela se
desarrolló a partir de los productos indígenas que
hallaron en estas tierras los primeros pobladores
españoles. El principal, por ser el más común y de
mayor abundancia, el maíz, que constituyó la base de
la alimentación no sólo de los nativos, sino de los
mismos europeos que lo apreciaron desde el primer
momento; adaptándose a su empleo en las distintas
formas que solía usarse a manera de pan, y en
adelante se constituyó en el fundamento de su dieta,
tal como ocurrió en el resto de América, de donde
fue llevado prontamente a Europa. En las primeras
expediciones emprendidas por los Welser desde Coro, a
partir de su arribo en 1529, encontraron plantaciones
y aun grandes depósitos de maíz, como el que
describe Jorge Spira en 1535 en un pueblo indígena al
pie de la cordillera, con más de 1.500 fanegas
(70.000 kg aproximadamente). Otro de los productos que
entraron inmediatamente en la dieta de los
descubridores y conquistadores, fue el casabe obtenido
de la yuca (Manihot utilissima). El desarrollo de la
demanda hizo pronto insuficiente la producción local,
pues en el Primer libro de la Hacienda Pública
aparecen 2 registros por un monto de 70 cargas
introducidas en Coro en 1534, evidentemente
procedentes de regiones costeras muy próximas, pues a
corta distancia de Coro había plantaciones. Otros 2
productos que encontraron los europeos en Venezuela y
que más tarde adquirirían gran importancia en los
mercados continentales y sobre todo de Europa hasta
nuestros días, fueron el algodón y el tabaco. El
primero se daba silvestre y con su fibra los
indígenas fabricaban los toscos paños que les
servían «…para cubrir sus vergüenzas…», y un
artículo de uso doméstico que más tarde tendría
también por parte de los españoles un uso muy común
y difundido: la hamaca. Al principio quedó limitado a
los bosques naturales, pero cuando la industria textil
europea generalizó el empleo del algodón americano,
surgieron las nuevas plantaciones y la aplicación de
métodos modernos para su cultivo e industrialización
de la fibra. Fue tan considerable el aprecio en que se
le tuvo, que los rústicos hilados de algodón
circularon a la manera de monedas naturales aun ya
entrado el siglo XVII. En cuanto al tabaco, aunque
conocido desde muy temprano por el recién llegado
europeo, la difusión de su empleo en aquel continente
y la formación de un mercado con una demanda en
creciente expansión, tardó un poco más y llegó a
convertirlo en el más precioso producto venezolano de
las primeras décadas del siglo XVII, y hacia los
últimos años del siglo XVIII dio a la Tesorería
española una de sus más sólidas y gruesas rentas.
La cocuiza (Fourcroya humboldtiana) fue otro producto
nativo que se integró a la economía y a los usos
españoles, sobre todo en cordelería y el calzado
popular, la típica alpargata que no sólo se empleó
localmente, sino que fue objeto de pequeñas
extracciones hacia Margarita y otras islas vecinas y
la fibra entró como tal en el comercio foráneo de
Venezuela: en 1601-1605 el valor de la cocuiza
extraída montó a 10.500 maravedís y en el
quinquenio siguiente de 1606-1610, alcanzó a cerca de
69.000 maravedís. Dos productos nativos tuvieron
aplicación industrial como colorantes y fueron el
palo brasil (Haemataxylon campechianum) y el llamado
sangre de drago (Pterocarpus officinales),
utilizándose éste además como astringente. El
producto de la medicina aborigen de mayor difusión y
permanencia dentro del comercio colonial, fue la
zarzaparrilla (Smilax), empleada como eficaz
sudorífico y depurativo, que alcanzó importancia en
el comercio foráneo de la gobernación en el siglo
XVI y sobre todo en el siglo XVII durante el cual en
ciertos períodos (1611-1615 y 1616-1620), resultó
por un valor equivalente a casi el 5% de las
exportaciones. En el primero de esos quinquenios la
exportación fue de 907.000 maravedís; en el segundo
se aproximó a esa cantidad, y en el período de
1631-1635, pasó de 1.096.000 maravedís. Sin embargo,
el fruto más importante y sobre el cual se fundó
toda la economía colonial venezolana, fue el cacao
(Theobroma) que según diferentes testimonios, siendo
oriundo de América, existió silvestre en algunas
regiones de Venezuela. Los primeros pobladores
españoles encontraron abundantes arboledas en la
región de Mérida, cuyos aborígenes extraían del
grano aceite para encender lámparas votivas en
homenaje a sus dioses, atribuyéndole también
cualidades medicinales; pero también preparaban la
conocida infusión que tomaban endulzándola con miel
de abeja. Los hallazgos arqueológicos de los
alrededores del lago de Valencia, en la región
central, revelan que era conocido ahí al encontrarse
cacharros con la típica mazorca. La relación del
gobernador y capitán general de la provincia de
Venezuela, Juan de Pimentel, de 1579, no menciona esta
especie entre las que se cultivaban en el valle de
Caracas; en cambio, la descripción de la laguna de
Maracaibo por Rodrigo de Argüelles y Gaspar de
Párraga, del mismo año, incluye el cacao entre los
frutos procedentes de Mérida que podrían ser objeto
de comercio con el Nuevo Reino de Granada y España.
Al producirse la comunicación con México y conocerse
la gran demanda de este grano en ese mercado, se
estimuló la plantación para el tráfico foráneo
extendiéndose por las costas de Barlovento, de Chuao
y también hacia el oriente. A los anteriores
productos originarios de América y particularmente
del suelo venezolano, se agregaron desde muy temprano
los de origen europeo, que hallaron en el medio
físico local condiciones para su desarrollo,
integrándose a la economía agrícola colonial
introducidos y desarrollados por los primeros
pobladores españoles. Entre esos productos citaremos
como principales el trigo y la caña de azúcar.
Plantaciones de trigo se hicieron primeramente en El
Tocuyo, desde donde se extendió a las regiones
vecinas trascendiendo a Trujillo y sobre todo a la
provincia de Mérida donde alcanzó relativa
extensión, pues desde ahí se extrajo para el Nuevo
Reino de Granada. Pasó hacia el tercio final del XVI
al valle de Caracas y zonas inmediatas, al punto de
regarse cosechas abundantes que abastecieron a
Cartagena de Indias y a casi todo el Caribe insular,
alcanzando su comercio el primer lugar en la década
final de ese siglo y sobre todo en el primer
quinquenio del XVII, en el que alcanzó el 63% del
valor de todas las exportaciones de Venezuela.
Posteriormente declinó bajo el impacto del comercio
del cacao, a partir de la tercera década, aunque se
conservó como parte de la economía de subsistencia
de relativa importancia, con una demanda local cada
vez mayor. Paralelamente al trigo, se desarrolló el
cultivo de la cebada, aunque ésta no alcanzó un
desarrollo significativo. La caña de azúcar no
aparece citada en las relaciones de 1578; sin embargo
debió haber sido introducida posteriormente, en la
década final del siglo XVI, pues hay extracciones de
azúcar en el quinquenio de 1601-1605, montantes a 343
arrobas; las plantaciones debieron desarrollarse con
extrema rapidez, pues en el quinquenio siguiente de
1606-1610, el valor de la extracción pasó de 11.600
maravedís a 235.000, y en el quinquenio de 1616-1620
alcanzó a casi 2.000.000 de maravedís. A partir de
esa fecha comenzó a declinar la exportación hasta
desaparecer enteramente, pues el consumo interior
absorbió toda la producción y los agricultores por
su parte, perdieron interés en este cultivo,
volcándose hacia el del cacao que hacía mucho más
rentable el empleo de la mano de obra esclava ocupada
en los cañaverales y trapiches. La economía
agrícola colonial americana y en este caso la de
Venezuela, tuvo su principal fundamento en las
especies aborígenes, que constituyeron el más
valioso aporte a la civilización occidental, además
del efecto motor de las grandes remesas de metales
preciosos que aceleraron la actividad mercantil y en
particular la economía monetaria. Las grandes
plantaciones de caña de azúcar ocurrieron en el
siglo XVIII, estableciéndose en el área insular del
Caribe que recibió un tratamiento prioritario por
parte de España, lo que permitió el gran desarrollo
de la industria azucarera. Otros cultivos foráneos,
entre ellos el café, llegaron a Venezuela y en
general a América muy tarde, correspondiendo su
desarrollo mercantil a la segunda mitad de ese siglo.
El añil fue introducido también en las postrimerías
del régimen español y tuvo una vida precaria y corta
por el advenimiento del colorante químico. No
sucedió lo mismo con los cultivos frutales, en los
que se advierte la más apreciable contribución de
España y de otras culturas europeas. En las
relaciones geográficas de mediados del siglo XVI, se
citan como frutas nativas, el aguacate, la guayaba,
mamones, la guama, la piña, guanábana y uvas de la
mar; los totumos, aunque no servían para la
alimentación, sí se usaban como vasijas y para
proteger partes delicadas del cuerpo; plátanos, el
mamey, el corozo y la cañafístola, además de los
frutos del cactus y de las palmeras, y muchos otros
silvestres. Procedentes de España, las relaciones de
1578 citan otras frutas, tubérculos, granos y
foliáceas, además de otros productos ya citados:
garbanzos, habas, cebollas, lechugas, rábanos,
berenjenas, coles, nabos, perejil, hierbabuena, anís,
ajos, cilantro, berros, mostaza, eneldo, melones,
pepinos, hinojo, el mastuerzo, la manzanilla, el
arroz; uvas de parra de las que recogíanse 2 cosechas
al año, aunque sólo para comer, pues no llegó a
fabricarse vino, que se traía abundante de la
metrópoli; higos, granadas, limas, limones, cidras;
llantén, verdolagas, albahaca, cominos, orégano,
zanahorias. Y flores de todos colores y clases, entre
ellas rosas y claveles de Andalucía. En los bosques
había abundancia de grandes árboles que daban
excelentes maderas, entre ellos cedros de 2 a 3
géneros, muy gruesos y olorosos y «…hácense de
ellos mesas, arcas y puertas y es el mejor árbol
silvestre que aquí hay…» Muchos nogales y
almendros y robles «…que sirven de vigas para casas
y son recios y buenos…» Las ceibas de las que «…los
naturales hacen canoas…»; y el guayacán. El jobo,
que además de la fruta como ciruela, se utilizaba
también en la fabricación de esas pequeñas
embarcaciones. Al llegar a su término el primer siglo
de la presencia española, los productos de la
agricultura que Venezuela exportaba con destino a
España, Cartagena de Indias, Canarias y territorios
insulares del Caribe, alcanzaban una variedad de 13
especies, que añadidas a los derivados de la
ganadería, a los tejidos y la sal, componían un
cuadro de 28 efectos. Pero en el curso de la primera
mitad del siglo XVII ese amplio espectro del comercio
foráneo se redujo aceleradamente y ya en 1650
dominaba casi absolutamente el cacao con el 78,5%,
siguiéndole los cueros con el 19,1%. Los demás
productos habían desaparecido; sólo quedaba el
tabaco, apenas, el 0,4%; la zarzaparrilla, el 1,5% y
un poco de harina de trigo, el 0,1%. Al finalizar el
siglo XVIII ya era firme la posición del café que
disputaba al cacao el primer lugar, y nuevamente el
cultivo del tabaco había tomado impulso al amparo del
estanco que difundió en Europa el tabaco Barinas
haciéndolo famoso, por su calidad el primero, seguido
del Guaruto en las proximidades de Valencia aunque
destinado sólo al consumo interno de la gobernación
y de los dominios hispánicos. E.Ar.F.
Siglo
XIX
Durante
este siglo, la agricultura venezolana reafirmó rasgos
que ya se advertían desde la segunda mitad del siglo
XVIII, entre los cuales cabe destacar: la vocación
monoproductora, su orientación predominante hacia el
mercado externo y su dependencia de éste, así como
las dificultades para mantener rendimientos
crecientes. Circunscrito a un ámbito geográfico de
escasas proporciones en relación con la
disponibilidad de tierras, para la primera década del
siglo XIX la agroexportación afianzó su predominio
en el cuadro de la producción, bajo el liderazgo del
cacao y con la participación de otros bienes, como el
tabaco, el café, el añil y los cueros de res. Con la
desorganización de la base productiva como
consecuencia de la Guerra de Independencia, esta
expansión se frenó y la agricultura entró en una
situación de estancamiento de difícil y lenta
superación hasta los años de 1870, cuando, al
atenuarse los factores críticos, se produjo una nueva
expansión de la producción que mantuvo su impulso
hasta el cierre del siglo. Aunque al redefinirse la
agroexportación, esta vez bajo el predominio del
café, se amplió la frontera agrícola, la
persistencia de la carencia de capitales y de la
escasez de mano de obra contribuyeron a mantener sin
muchos cambios las formas de producción. El
latifundio se consolidó como el patrón fundamental
de organización del espacio agrario, pese a que la
producción familiar amplió su alcance geográfico y
su importancia en la actividad para el mercado
externo.
La
producción en la primera década: Entre 1800 y 1810,
el cultivo del cacao continuaba en ascenso alcanzando
mayor importancia en la provincia de Caracas, seguido
muy de lejos por las de Maracaibo y Barcelona y
finalmente por la de Cumaná, de incorporación
tardía. Alejandro de Humboldt estimaba que durante el
período 1800-1806 la producción de cacao de la
capitanía general de Venezuela era de 193.000
fanegas, a la cual las provincias contribuían en 77,
10, y 2% respectivamente. El cacao superaba con mucha
distancia a otros bienes de exportación que,
incorporados en un momento más reciente, parecían
abrir mejores opciones frente a las desventajas que
presentaba dicho producto. A juicio del mismo
Humboldt, los problemas residían en la rápida
descomposición del fruto y las dificultades para
almacenarlo más allá de un cierto tiempo, así como
al largo período entre siembra y cosecha. Asimismo,
François Depons destacaba el constante ataque de
insectos, aves y otros animales y los bruscos cambios
climáticos. A pesar de ello, la producción de otros
cultivos, aunque creciente, se mantuvo en niveles
limitados, obedeciendo sobre todo a las condiciones
del mercado y a las políticas metropolitanas. Bajo
los auspicios de la Compañía Guipuzcoana desde la
década de 1770, el añil se había extendido
particularmente en los valles de Aragua impulsando el
crecimiento de Maracay, La Victoria y Turmero. Sin
embargo, su auge cesó rápidamente y en la última
década colonial ya era notorio el decaimiento de su
cultivo que Humboldt atribuía al empobrecimiento de
los suelos ocasionado por la planta, a las
dificultades de su comercio por las guerras y a la
competencia de la producción asiática. El algodón,
que se exportaba desde la década de 1780, se
cultivaba principalmente en los valles de Aragua,
aunque también se había expandido hacia las
provincias de Maracaibo y Cumaná. En la década
siguiente, el café comenzó a cobrar significación
favorecido por ciertas medidas de liberación de su
comercio. Su mayor rentabilidad comparada con la del
cacao y su adaptación a tierras hasta el momento sin
valor económico, contribuyeron a difundir
rápidamente su cultivo en los valles de Caracas y
Aragua, así como a intentarse en otras zonas del
país. El tabaco, a pesar de su importancia fiscal,
seguía teniendo escasa presencia en las exportaciones
y, sometido al control del Estado, su cultivo se
localizaba en determinadas zonas en las provincias de
Barinas y de Cumaná. Aunque la caña de azúcar se
encontraba bastante difundida en el espacio agrícola,
se destinaba mayormente al consumo interno con
exportaciones ocasionales y de escasa magnitud. Más
importancia tenía la exportación de productos
ganaderos, principalmente cueros, a pesar de que,
desde fines del siglo XVIII, parecía experimentar un
descenso, del cual podía ser responsable en gran
medida el abigeato. Junto a estas producciones, se
hallaba una extendida actividad agropecuaria de
subsistencia orientada hacia el mercado interno que,
aunque de difícil cuantificación, debió ampliarse
en el período considerado, tanto para atender la
alimentación de la mano de obra vinculada a la
agroexportación, como para suplir el consumo de los
principales centros poblados. A Humboldt le llamaba la
atención que, en el valle de Caracas, «manzanas y
membrillos» fueran reemplazados por «maíz y
legumbres» al «aumentar el número de negros
labradores» con el café.
Impacto
de la Guerra de Independencia en la producción: El
prolongado enfrentamiento bélico que afectó con
mayor intensidad las provincias de Caracas y de
Cumaná contrajo considerablemente la producción
agropecuaria y las exportaciones. El cultivo del
café, cuyo descenso fue menor que el experimentado
por los otros productos de exportación, alcanzó en
1830 niveles similares a los de inicios del siglo,
logrando desplazar al cacao en el primer lugar de las
exportaciones. Durante la década de 1830, dichos
productos representaron entre el 50 y el 60% del valor
total de las exportaciones. Aunque incompleta, la
información recopilada por la Sociedad Económica de
Amigos del País en su Anuario de la provincia de
Caracas permite advertir la importancia que en esos
años llegó a alcanzar el cultivo del café, ya que
señala la existencia de 701 gs de cultivo con 7.364
matas, y 356 de cacao con 7.197 matas en promedio.
Junto con el cacao, cuya producción de acuerdo con
Agustín Codazzi en 1840 alcanzaba a la mitad del
nivel de 1810, la de añil, algodón y tabaco también
decreció en los años que siguieron a la guerra y el
deterioro sufrido a la ganadería llevó a que, en
1826, se prohibiese la exportación de caballos,
yeguas, mulas y asnos. Igualmente fue afectada la
producción agropecuaria para el consumo interno, lo
cual agravó los problemas de desabastecimiento sobre
todo en la provincia de Caracas y originó la subida
de precios en bienes de la dieta diaria de la mayoría
de la población, como ocurrió con la carne, el maíz
y otros granos. El agudo desabastecimiento de éstos y
otros bienes de consumo alimenticio y el aumento de
los precios ocurridos en 1837 reflejan la persistencia
del problema.
Recuperación
de la producción: A partir de la década de 1840, la
producción agropecuaria comenzó a recuperarse
lentamente, pero no fue sino hasta fines de la década
de 1860 cuando logró expandirse. La producción de
café ascendió, estimulada por el alza de los precios
en los mercados internacionales, llegando a
multiplicarse por 5 entre 1840 y 1866 al ampliarse las
extensiones cultivadas principalmente en los valles de
la provincia de Caracas. Mientras tanto, el cacao se
mantuvo estancado a la vez que disminuyó su
significación en el panorama agroexportador, llegando
en 1860 a representar un 6% del valor de las
exportaciones, mientras que el café aportaba el 50%
del mismo. Entre 1866 y 1889, período de franco
proceso expansivo, el café duplicó su producción,
mientras, en esa última década, el cacao logró
cierta recuperación que le permitió alcanzar los
niveles de la última década colonial. Otros
productos vieron menguada su participación en las
exportaciones, reafirmándose la condición
fuertemente monoproductora de la agricultura
venezolana. El cultivo del tabaco, en lo esencial
orientado al consumo interno, prácticamente
desapareció como bien de exportación desde mediados
del siglo. Otro tanto ocurrió con el algodón, aunque
con un fugaz repunte entre los años 1860 y 1870 como
consecuencia de la Guerra de Secesión en Estados
Unidos. Asimismo, decayó el cultivo del añil al
comenzar a imponerse el uso de colorantes químicos
desde la década de 1830, de tal manera que su
participación en el valor de las exportaciones, que
en esos años había sido del 10 al 15%, descendió a
1 y 2% a mediados del siglo. La caña de azúcar,
incapacitada para competir con la producción de otras
áreas del Caribe, con más altos rendimientos y bajo
costo, continuó dedicada al consumo interno, mientras
que la exportación de bienes ganaderos, si bien
estuvo en ascenso desde fines de la década de 1830
decayó nuevamente debido a los efectos de la Guerra
Federal. Con el cultivo del café, se amplió
considerablemente el espacio agrícola ya que, si bien
se sembró en áreas antes dedicadas a añil, algodón
y caña de azúcar, sobre todo en los valles de
Aragua, más importante fue su expansión en tierras
incultas tanto por la utilización de laderas y
vertientes en los linderos de las haciendas o la
dedicación de parte de la tierra de la producción
familiar como por la ocupación de nuevas áreas que,
en algunas zonas, implicó una suerte de proceso
colonizador, como en los estados andinos,
particularmente en el Táchira y en el macizo
Oriental. Aunque en la zona centro-costera seguían
manteniéndose los núcleos principales de la
agricultura de exportación, con el auge del café,
otras zonas del país se vincularon activamente al
mercado internacional, como el caso de los Andes, cuya
producción alcanzó niveles significativos a partir
de la década de 1870 y el macizo oriental, si bien
con un desarrollo más tardío y de menor alcance. A
partir de la información que trae el Annuaire
Statistique des États Unis du Vénézuéla de 1884,
se estima que el café llegó a ocupar el 20% de la
superficie cultivada y el cacao un 5% aproximadamente.
El resto del área agrícola se dedicaba a caña de
azúcar, maíz, granos y frutos menores,
particularmente dentro de la economía de subsistencia
que debió también experimentar una cierta expansión
considerando el incremento de la mano de obra ocupada,
producto de la limitada recuperación demográfica,
evidenciada por el aumento de los poblados de más de
3.000 h. La ganadería extensiva se dispersaba en la
amplia zona de llanos bajo formas precarias de
ocupación del territorio, mientras que una actividad
ganadera más intensiva de ganado vacuno y mular, pero
más limitada, se desarrollaba en intersticios del
área agrícola estimulada por las demandas de la
agroexportación. La expansión de la agricultura
produjo una sustancial modificación del paisaje en
todo el arco montañoso costero, la cual fue apreciada
por distintos viajeros que dejaron su testimonio. En
los valles, desaparecieron casi completamente los
bosques para dar paso a la caña de azúcar, frutos
menores y, no en poca medida, al café, mientras en
las laderas y vertientes, se extendían bosques
secundarios reconstruidos por la acción del hombre.
La
carencia de capital: La destrucción de propiedades,
la fuga de capitales, la confiscación de bienes, los
empréstitos forzosos y el debilitamiento de las
fuentes crediticias, ocasionados por las prolongadas
guerras civiles que asolaron al país, agravaron las
dificultades para la obtención de capitales que
había sido una constante de la agricultura colonial.
La Iglesia, principal proveedora de créditos durante
ese período, se encontraba imposibilitada de seguir
actuando como tal, afectada por el estado ruinoso de
la agricultura. En estas circunstancias, necesitados
de crédito, los productores sólo podían recurrir al
capital disponible, el cual, en manos de los
comerciantes, se movilizaba en condiciones onerosas.
Hacia fines de la década de 1820, eran normales tasas
de interés del 2 y 3% mensual, aunque no era raro
encontrar tasas de 5% mensual, como bien señalaba
Fermín Toro en sus Reflexiones sobre la Ley del 10 de
abril de 1834. Esta ley favorecería la actuación del
capital usurario al eliminar cualquier restricción en
cuanto a sus operaciones. Si bien este tipo de
crédito tendió a debilitarse con la eliminación de
la ley a fines de la década siguiente y una cierta
moderación de las tasas de interés, la carencia de
capitales para la agricultura se mantuvo en niveles
críticos hasta mediados de la década de 1860, cuando
comenzó a cobrar importancia un crédito menos
riesgoso y a más bajo interés, suministrado por las
casas comerciales con garantía de la cosecha y no de
la propiedad. Asimismo, en la década siguiente el
decreto de abolición de los censos y de toda forma de
crédito otorgado por la Iglesia contribuyó a
aligerar las cargas que pesaban sobre los agricultores
desde el período colonial. Con todo, el problema
persistió, afectando particularmente a los pequeños
y medianos productores quienes se mantuvieron
dependiendo, en buena medida, del crédito usurero y
de los comerciantes intermediarios. La obtención de
capital líquido y de créditos a largo plazo y a bajo
interés que se «radicaran en la propiedad
territorial», como se lee en las «Seis cartas de un
agricultor» al periódico El Correo de los Estados
(1893), siguió siendo prédica permanente de los
agricultores, quienes vieron frustradas sus
aspiraciones de obtener un mayor apoyo del Estado a
través de la creación de un Instituto de Crédito
Territorial o de un Banco Agrario que garantizara
condiciones de financiamiento más apropiadas.
La
escasez de mano de obra: Con la ruptura del nexo
colonial, el problema de la mano de obra en la
agricultura se impuso de manera alarmante debido a la
desaparición de cerca de una quinta parte de la
población, por las dificultades para reincorporar a
la producción a los esclavos, fugados durante la
contienda emancipadora o alistados en alguno de los
bandos, o la población libre movilizada durante los
enfrentamientos. Las leyes de manumisión de 1821 y
1830 contribuyeron a disminuir la resistencia de los
esclavos y la población libre comenzó a vincularse a
las haciendas, obligada por las necesidades de
subsistencia, pero no menos por las medidas contra el
vagabundeo, cuyas primeras expresiones se encuentran
en las Ordenanzas de Llanos dictadas durante la
Primera República. Pese a ello, la escasez de
trabajadores subsistió, presionada por la creciente
demanda del cultivo del café y el drenaje de
población por las continuas acciones bélicas. La
abolición de la esclavitud en 1854 y los resultados
de la Guerra Federal, al consagrar legalmente la
libertad y la igualdad, terminaron por debilitar la
resistencia de la población trabajadora y, aunados a
una cierta recuperación demográfica, favorecieron el
incremento de la oferta de mano de obra en el último
tercio del siglo. Esta oferta, sin embargo, no fue
suficiente para responder a las crecientes necesidades
de una agricultura en expansión, cuya demanda de mano
de obra, dadas las condiciones tecnológicas en que
operaba el cultivo del café, se triplicaban durante
los meses de cosecha, momento en el cual la escasez de
trabajadores se tornaba aguda. Como es de suponer, las
quejas de los agricultores eran continuas, así como
abundaban las reflexiones acerca de las causas del
problema y las recomendaciones para su solución.
Guillermo Delgado Palacios en su Contribución al
estudio del café en Venezuela, publicado en 1895,
destacaba la posibilidad que tenían los trabajadores
de cultivar conucos libremente con lo cual podían
garantizar su subsistencia y no se veían obligados a
contratarse. Este es un planteamiento que se había
repetido insistentemente a lo largo del siglo y que,
junto con la preocupación sobre «la abundancia de
vagos y maleantes», había significado, en buena
medida, el uso de la coerción como un medio de
garantizarle mano de obra a las haciendas. La
aplicación de las ordenanzas y códigos de policía
que se extendieron a nivel provincial en la década de
1840, formalizaron este mecanismo al considerar como
un jornalero y, por lo tanto, obligado a trabajar en
la propiedad de otro, a todo aquel que no contase con
una renta o producto en efectivo mayor de 100 pesos,
así como todo agricultor con cultivos menores de 2
fanegas, contando con el recurso a la fuerza pública
como garantía de su cumplimiento. Más allá de estas
soluciones prácticas, nunca se abandonaron los
proyectos planteados desde la ruptura del nexo
colonial de atraer inmigrantes europeos al país pero
que, pese a los esfuerzos realizados, no fueron
exitosos ya que las condiciones de su inserción en la
actividad productiva no resultaron atractivas para esa
población. La escasez de mano de obra afectó con
más intensidad a la zona centro costera, tanto por
ser el principal escenario de las contiendas bélicas
que se produjeron a lo largo de todo el siglo XIX como
por verse azotado por fiebres endémicas o epidémicas
en diversos momentos. En la zona de los Andes, que se
había mantenido al margen de los enfrentamientos y
que presentaba mejores condiciones de salubridad, el
problema se presentó de manera menos aguda y, por
esas mismas condiciones, se convirtió en un
importante receptor tanto de población como de
capitales de las zonas bajas, sobre todo durante la
Guerra Federal. Así desde 1830, la región andina
comenzó a experimentar un crecimiento demográfico
que, en el último tercio del siglo alcanzó una tasa
de 3,6 en tanto que, en la población total, ese
crecimiento sólo fue de 1,7. Al lado de ellos, en ese
período, la zona del Táchira se benefició de
migraciones estacionales de mano de obra colombiana.
Estas circunstancias contribuyeron a la rápida
expansión del cultivo del café en los Andes de tal
manera que, hacia fines de la década de 1870, esa
zona aportaba el 45% de la producción de exportación
de dicho producto.
La
dependencia del mercado internacional: Con el ciclo
del café el funcionamiento de la agricultura se hizo
más vulnerable al comportamiento de las economías
europeas y, en particular, a las oscilaciones de la
demanda y de los beneficios de la libre competencia en
el mercado externo. Las vinculaciones con ese mercado
se desenvolvieron de manera dificultosa, tanto por las
condiciones en que se encontraba el aparato
productivo, como porque la producción debió
participar en un mercado crecientemente competitivo y
fluctuante. Si bien los precios internacionales del
café mostraron un alza tendencial en el curso del
siglo XIX, esta tendencia se vio interrumpida por
caídas coyunturales condicionadas más por los
niveles de la oferta mundial, sujeta a intensas
variaciones climáticas que por modificaciones en la
demanda. Esos vaivenes afectaron no sólo el
funcionamiento de la agroexportación sino también la
dinámica de la sociedad venezolana en su conjunto, de
tal manera que la caída de los precios abría
períodos críticos de intensas y variadas
repercusiones. Descenso de los ingresos, desequilibrio
de la balanza comercial, disminución en la demanda de
bienes y servicios y del circulante, así como
contracción de los gastos de los productores y del
crédito ofrecido por los comerciantes y déficit
fiscales, fueron algunos de estos efectos que, con
frecuencia, estuvieron asociados a cambios políticos.
Estancamiento
de la agroexportación: Condicionada por los factores
mencionados, la agroexportación pareció encontrar un
techo a su crecimiento hacia la última década del
siglo XIX. En 1889, las exportaciones de café
alcanzaron un nivel que, con alzas ocasionales y poco
sostenidas, se mantuvo hasta la década de 1930 y los
rendimientos por hectárea acentuaron su descenso
iniciado a fines de la década de 1870. Para 1875, la
producción por hectárea era de 2.225 kg, según las
estimaciones realizadas por J.A. Barral en su obra
Porvenir de las grandes explotaciones en Venezuela,
publicada en 1881, mientras que en la década de 1890
Delgado Palacios la estimaba en 658 kg en la zona
central. Esta tendencia decreciente era producto de la
expansión hacia terrenos poco aptos para el cultivo y
fundamentalmente, de los sistemas de trabajo basados
en un escaso laboreo, adecuándose a la carencia de
capitales y a la escasez de mano de obra. Aunque en
los primeros momentos, la incorporación de nuevas
tierras había permitido atenuar el efecto del
descenso de la productividad en los volúmenes de
producción, a fines de siglo, el ritmo de ocupación
de este tipo de tierras comenzó a disminuir, ya que
sólo quedaban disponibles aquellas tierras de más
difícil acceso donde la producción se encarecería
por los costos de transporte a los puertos de
embarque. Por otra parte, no había mano de obra
utilizable en las condiciones requeridas. El cambio de
ritmo era aún apreciable en las áreas de los Andes y
del macizo Oriental donde el proceso continuaba con
más intensidad. Al finalizar el siglo XIX, la
agricultura del café se hallaba incapacitada para
competir con otras regiones de América Latina, como
Brasil que, contando con ventajas comparativas que
hacían más rentable su producción y le daban mayor
posibilidad para tolerar los períodos de bajos
precios, habían generado una considerable expansión
de la oferta mundial. En esas condiciones, el café
venezolano comenzó a perder significación en el
mercado mundial, aunque hasta 1909 se mantuvo como
segundo productor, muy distante del primer lugar
ocupado por Brasil. Con altibajos, la situación de
estancamiento se prolongó hasta 1929 cuando por la
aguda caída de los precios internacionales, la
producción de café y la agroexportación en general,
entraron en una crisis que arrastró tras sí al resto
de las actividades agropecuarias.
La
hacienda: Este patrón de organización de la
producción que se había establecido en Venezuela en
el siglo XVIII con el auge del cacao, se extendió
durante el siglo siguiente a lo largo del territorio,
desarrollando rasgos que ya se advertían en aquel
momento, entre los cuales cabe destacar la limitada
capitalización, el laboreo poco especializado con
bajos niveles de jornada-hombre por hectárea, la
concentración de la propiedad de la tierra y la
vinculación de la mano de obra fundamentalmente
mediante mecanismos de coerción. La tendencia a la
concentración de la propiedad de la tierra presente
en los valles de Caracas y de Aragua desde fines del
siglo XVIII, se acentuó a partir de la ruptura del
nexo colonial, mediante la ocupación de tierras
baldías nacionales y ejidales reconocida en las leyes
de 1821 y 1848, de tierras de las comunidades
indígenas disueltas durante el período de la Gran
Colombia y de tierras de las órdenes religiosas. Al
mismo tiempo, ocurrieron cambios de propietarios como
consecuencia de la agitada dinámica sociopolítica
del período. Las haciendas tendieron a ampliar sus
linderos incorporando laderas y vertientes que, al
cobrar valor económico con el café, eran la única
vía de incrementar los volúmenes de producción,
dado el mantenimiento de las condiciones tecnológicas
de los cultivos. Esa ampliación, asimismo, permitió
a la hacienda contar con tierras abundantes para la
producción conuquera de la mano de obra, conjugando
de manera permanente la producción para los mercados
internos y para la subsistencia. Considerando la
vinculación de la mano de obra a la hacienda durante
el período, el rasgo dominante fue la generalización
del peonaje. Al iniciarse el siglo XIX, parte de la
mano de obra de la hacienda era esclava que, si bien
había incrementado su número en las últimas
décadas coloniales, no representaba la población
trabajadora más importante. Humboldt estimaba ya que
en ese momento existían 60.000 esclavos, de los
cuales dos tercios se encontraban en la provincia de
Caracas. De acuerdo con John Lombardi, en 1810 aquella
población no representaba más de un 5%, aunque en
las principales zonas agrícolas podía llegar al 9 o
10% de la población total. En el curso de las
décadas siguientes, esta población fue disminuyendo
como consecuencia de la prohibición de introducir
esclavos a partir de 1810 y de las posteriores leyes
de manumisión. Los siguientes datos que presenta este
último autor son reveladores de la pérdida de
significación de la esclavitud: en 1844 constituía
el 1,75% de la población; sólo un 3% de la
población tenía esclavos y de ella sólo un 20%
poseía más de 10. Si bien gran parte de esa mano de
obra se hallaba incorporada a las haciendas, su
importancia residía en que representaba la mayor
parte del capital de los hacendados, utilizado como
garantía para sus préstamos. Al mismo tiempo, la
población libre de negros, indios y pardos, que desde
el período colonial representaba la mano de obra
mayoritaria de la hacienda, como bien lo constataron
Humboldt y Depons en la primera década del siglo XIX,
se mantuvo en ascenso después de la ruptura del nexo
colonial, de tal manera que, cuando se abolió la
esclavitud en 1854, el peonaje, que era la forma de
vincularse la población libre a la hacienda, estaba
ya plenamente establecido. Los antiguos esclavos
tendieron a convertirse en peones de las haciendas en
condiciones económicas similares y a veces, peores a
las de su situación anterior, a la vez que
continuaban siendo objeto de una discriminación
basada en el factor étnico. Aunque la existencia de
una población sin tierras representaba una oferta
potencial de mano de obra, las condiciones de trabajo
y los niveles de remuneración parecían no ser muy
atractivos y de allí los factores de resistencia y la
expansión del conuco libre de los que tanto se
quejaban los hacendados, y la puesta en práctica de
mecanismos diversos: cesión en usufructo de tierras
de la hacienda para la producción conuquera,
endeudamiento mediante los adelantos hechos a los
peones por los hacendados y otros mecanismos de
coerción respaldados por reglamentaciones
provinciales para normar el trabajo y combatir el
vagabundeo, las cuales frenaban la producción
independiente y obligaban a la población con escasos
medios de subsistencia a contratarse en las haciendas.
La
producción familiar conuquera y la agroexportación:
Con el café, la producción familiar de cultivos
mixtos se incorporó también a la corriente del
mercado internacional. De importancia particularmente
en los Andes, donde se había multiplicado desde los
primeros años de la República con cultivos de caña
de azúcar, papas, trigo, maíz, frutos menores y
ganado, este patrón de producción, el conuco, se
expandió en el territorio desde mediados del siglo.
Esta producción se fundaba en la posesión de
pequeñas y medianas extensiones de tierra por un
grupo familiar que realizaba dicha producción usando
su propia fuerza de trabajo y la de otros grupos
familiares bajo formas de reciprocidad. La asociación
del café con otros cultivos y actividades de
subsistencia, al igual que en la hacienda, le daban a
este patrón de producción una alta capacidad para
adaptarse a las condiciones del mercado. Si bien el
cultivo se realizaba con las mismas condiciones
tecnológicas de la hacienda, el beneficio era
rudimentario, por la imposibilidad de hacer
inversiones para tecnificar esta tarea, como fue más
frecuente en las haciendas. La producción de un fruto
de poco acabado y con menor precio en el mercado,
unido a las condiciones desventajosas de la
comercialización establecidas por comerciantes
intermediarios y a la necesidad de recurrir a
créditos usurarios, entre otros factores,
contribuyeron a que este patrón de organización de
la producción tuviera una baja capacidad de
generación de beneficios.
Organización
de la producción ganadera: El hato constituyó el
patrón predominante de la cría de ganado, extendida
en la geografía llanera. Su funcionamiento como cría
de ganado en libertad le impuso al hato un fuerte
carácter latifundista, el cual se acentuó en el
siglo XIX por la venta de tierras ejidales y
nacionales o su entrega por la compensación de
préstamos contraídos o haberes militares; así como
por la venta de tierras valorizadas por efecto de las
guerras y el cambio de manos de propiedades por
presión política. Dadas las condiciones
tecnológicas de realización de la actividad
ganadera, las necesidades de mano de obra y de
capitales fueron muy limitadas por lo que, a
diferencia de la hacienda, el hato no fue afectado por
estos problemas, pero sí por el permanente abigeato y
los diferentes gravámenes que hasta la década de
1860 pesaron fuertemente sobre la ganadería. J.R. de
H.
Siglo
XX
El
país agroexportador (1900-1935): Durante los primeros
40 años del siglo XX Venezuela, en lo relativo a la
actividad económica, presentaba aún características
semifeudales, con muy escasa población (menos de
2.500.000 h en 1900 y 2.900.000 en 1926) diezmada por
las endemias, con coeficiente de mortalidad de 16 por
1.000 y una expectativa de vida de 38 años, con un
66% de analfabetos y más de 500.000 niños sin
escuela para la última fecha antes citada. La
agricultura no escapaba a esta crítica situación,
asfixiada por el latifundio y el gamonalismo. En 1926,
la población rural representaba el 85% de la
población total. La producción agrícola constituía
el soporte fundamental del país y estaba reducida a
un limitado grupo de rubros, con una preponderancia
absoluta por parte del café. Entre 1909 y 1929, los
ingresos nacionales obtenidos a través de la
exportación de este fruto se cuadruplicaron hasta
llegar, en el último año, a casi Bs. 134.000.000 y
representaron, a su vez, el 25% del valor total de las
exportaciones. El resto estaba representado por el
cacao, ganado en pie, carnes, azúcar, tabaco,
principalmente y por el petróleo. Pese a que la vida
económica dependía fundamentalmente de la
agricultura, los productores agrícolas nunca habían
ejercido influencia preponderante en la conducción
del país. Durante el auge cafetero, quienes realmente
se beneficiaban eran los comerciantes exportadores.
Algunas cifras bastarán para caracterizar la
agricultura de esta primera etapa: el producto
agrícola en la primera década del siglo XX
representaba el 70% del producto territorial bruto
(PTB) y el 85% de las exportaciones, principalmente de
café, cuyas fluctuaciones de precios a nivel
internacional afectaban más el volumen exportado que
el ingreso correspondiente. Las existencias de ganado,
en 1922, no llegaban a 2.800.000 cabezas y eran apenas
un 33% superiores a las estimadas por Agustín Codazzi
en 1839, es decir que habían crecido a una tasa
interanual de 0,41%, habiendo llegado a disminuir para
el año 1910 hasta 1.500.000. Hasta la aparición del
petróleo, los únicos calificativos que pueden
utilizarse para caracterizar la agricultura y el país
son los de primitiva y paupérrimo, respectivamente.
La munificencia con la cual se concedieron prebendas y
exoneraciones a las compañías petroleras y la
aparición de una nueva fuente de demanda para
alimentar los carros, aviones y buques para la Primera
Guerra Mundial, hicieron posible que ya para 1926 los
ingresos petroleros superasen al café como principal
producto de exportación. Venezuela había dejado de
ser un país agrícola para comenzar a ser un país
petrolero. El régimen de concesiones petroleras,
amparado en una ley anacrónica de 1881, cuyos efectos
se vieron agravados con los exiguos impuestos por
unidad de superficie (Bs. 0,75 por hectárea), vino a
empeorar los problemas de concentración latifundista.
Según el historiador Federico Brito Figueroa, en
1920, el 85% de las tierras para pastos y cultivos
eran detentadas por el 8% de la población. Las
exportaciones agrícolas representaban, en 1925, el
62% de las exportaciones totales. El desplazamiento
del café por el petróleo, después de 1925, además
de afectar directamente la agricultura venezolana,
continuó acentuando los efectos del gamonalismo, el
latifundio y, en general, las secuelas de una sociedad
tradicional. La explotación petrolera ocasionó el
aumento de las migraciones que ya había originado el
paludismo, con la consecuente reducción de la
población agrícola y el inicio de la marginalidad en
las ciudades. Casi como único rasgo positivo, aunque
de alcance limitado, está la creación, en 1928, del
Banco Agrícola y Pecuario. Otro elemento que causa
importantes modificaciones en la estructura de la
agricultura venezolana es la gran crisis de 1929, una
de cuyas manifestaciones es la caída de los precios
en las exportaciones agrícolas tradicionales, la
cual, a su vez, trae como consecuencia la ruina de los
productores. Las unidades de producción agrícola y
pecuaria van a pasar, gradualmente, a manos de las
casas comerciales o de particulares que ejecutan las
hipotecas sobre fincas y hatos para tratar de
recuperar los créditos concedidos. Esto acelera el
proceso de concentración del latifundio en manos,
tanto de Juan Vicente Gómez como de la plana mayor
del régimen de la rehabilitación nacional y, al
mismo tiempo, acelera un proceso de transformación de
la agricultura a través del cambio de uso que se le
da a la tierra. Ya no se habla en términos de
agroexportación, sino de agricultura intensiva o de
agricultura al servicio de la industria y del
creciente proceso de urbanización.
Saneamiento
antimalárico y arranque de la Venezuela moderna
(1936-1957): A mediados de la década de 1930 ocurren
acontecimientos importantes para la historia agrícola
del país: el inicio de las obras de saneamiento
antimalárico y el reparto de quinina entre la
población, de la cual una tercera parte (es decir,
1.000.000 de personas), padecía de paludismo. La
muerte de Juan Vicente Gómez y el advenimiento de un
gobierno, en diciembre de 1935, que consideraba que «…como
principio, no queda en pie ningún personalismo…»,
la creación, en 1936, del Ministerio de Agricultura y
Cría, así como la creación de las escuelas
superiores de agricultura y veterinaria, el
establecimiento de estaciones experimentales, granjas
de demostración, cátedras ambulantes de agricultura,
catastro de tierras baldías, la política de
conservación de los recursos naturales, la
organización y desarrollo de la pesca, son algunos de
los aspectos de esta transformación. Sin embargo, en
1937 la agricultura contribuía con sólo el 22% a la
formación del PTB y sus aportes relativos
continuarían descendiendo año tras año. No obstante
esta pérdida de importancia relativa de la
agricultura con respecto a los demás sectores
económicos, después de 1936 comienza un proceso cuyo
balance es positivo tanto en sus aspectos
cuantitativos como cualitativos. El producto agrícola
creció en cifras absolutas y con tasas superiores al
crecimiento demográfico, aun cuando tal crecimiento
no satisfizo la demanda y siguió siendo necesario
recurrir a importaciones en forma creciente. En este
sentido, es oportuno mencionar que Venezuela, aun
desde la época agroexportadora, era un importador
neto de alimentos: en 1913 se importaba el 20% de los
alimentos que se consumían y en 1936 el 15%. La
campaña antimalárica, iniciada en 1934, pero
desarrollada intensivamente durante los períodos
gubernamentales posteriores a la muerte de Gómez, es
sin lugar a dudas, una de las contribuciones más
importantes para el crecimiento de la agricultura
venezolana, al hacer posible la incorporación al
territorio agrícola de grandes extensiones de suelos
de buena calidad, especialmente en los llanos. Con la
creación del Instituto Técnico de Inmigración y
Colonización (ITIC), en 1938, comenzó a vislumbrarse
la posibilidad de distribuir algunos de los
latifundios gomecistas entre colonos nacionales y
extranjeros. En 1945 y 1948, respectivamente, se
promulgan sendas leyes de Reforma Agraria y se crea un
Instituto Agrario Nacional (IAN) el cual, sin embargo,
no llegó a funcionar en esa primera etapa. Los 2
gobiernos que las promulgaron, Isaías Medina Angarita
y Rómulo Gallegos, fueron derrocados al poco tiempo
de haberse sancionado ambas leyes. En 1949, se dicta
un Estatuto Agrario y se crea de nuevo el IAN, el cual
comenzó a funcionar en 1950. Al amparo de ese
estatuto, se inicia una política de colonización,
cuyos desarrollos más importantes fueron la Colonia
Turén (Edo. Portuguesa) y el sistema de riego del
Guárico. A mediados de la década de 1940, comienza a
desarrollarse un programa azucarero a escala nacional
y en 1949, se inicia el plan arrocero de la
Corporación Venezolana de Fomento en los estados
Cojedes y Portuguesa, abriendo así nuevas zonas que
expandieron significativamente la frontera agrícola.
La incorporación masiva de maquinaria, el uso de
fertilizantes, insecticidas y herbicidas, semillas
mejoradas, etc., características de los cultivos en
hileras, iniciaron un sistema de cultivos anuales
intensivos, con poca utilización de mano de obra y
altos requerimientos de capital.
La
etapa agraria (1958-1978): A partir de 1959 comienzan
a adquirir relevancia los planteamientos que los
sectores más progresistas habían venido haciendo,
desde 1936, sobre la necesidad de modificar la
estructura agraria, poniendo especial énfasis en la
adjudicación de tierras al campesinado y eliminar
regímenes indirectos y por ende, primitivos e
injustos, de tenencia de la tierra. Durante el año de
1959 se elabora el Informe de la Comisión de Reforma
Agraria y se presenta al Poder Ejecutivo un
anteproyecto de ley. El 5 de marzo de 1960 fue
promulgada la Ley de Reforma Agraria por el presidente
Rómulo Betancourt, en el campo de la batalla de
Carabobo. El cambio de los sistemas de vida rural, la
disminución, tanto de las formas indirectas de
tenencia, como de la dispersión de los pobladores del
campo, el mejoramiento de las comunicaciones, de la
vivienda y de los servicios básicos, son algunos de
los logros de la reforma agraria, la cual además,
hizo posible la expansión de la frontera agrícola
mediante la incorporación de grandes extensiones de
tierras baldías y ejidos, pertenecientes al Estado o
los municipios, y una menor proporción de tierras de
propiedad privada; como era de esperar, no siempre los
suelos de los predios adjudicados a los beneficiarios
de la reforma agraria eran de buena calidad, lo cual
trajo como resultado la utilización de tierras
marginales para determinados sistemas agrícolas. Se
incrementó el número de pequeños y medianos
productores, muchos de los cuales antes eran
«conuqueros» o hijos de campesinos sin tierra y
constituyeron el germen de una categoría de
profesionales y medianos empresarios en ascenso. En el
lapso 1960-1971 disminuyó sensiblemente la
proporción de productores que labraban la tierra bajo
regímenes indirectos de tenencia y aumentó la de
propietarios. El producto interno agrícola (PIBA),
entre 1959 y 1978, mostró una leve tendencia a la
disminución, al pasar de 5,6% entre los años
1959-1964, a 4,7% entre 1974-1979, con una tasa
promedio de crecimiento interanual cercana al 4%,
superior a la tasa de crecimiento de la población.
Aunque no es posible determinar el año de
culminación de este período, se puede inferir, a
partir de la proporción de las asignaciones
presupuestarias correspondiente al IAN respecto a las
asignaciones dirigidas a organismos públicos del
sector agrícola (1959-1963 = 67%; 1974-1978 = 12%),
que fue en este último lapso cuando terminó la etapa
que se ha denominado como agraria. En cuanto a la
organización institucional de la agricultura, es en
esta etapa cuando se crea la mayor parte de los
institutos autónomos de carácter público,
descentralizados o no, que tienen o tuvieron
encomendadas funciones específicas en el sector
agrícola: el Fondo Nacional de Investigaciones
Agropecuarias (FONAIAP), los fondos de Desarrollo
Algodonero, del Ajonjolí, Frutícola, del Café, del
Cacao, de Crédito Agropecuario, la Corporación de
Desarrollo Agrícola, el Banco de Desarrollo
Agropecuario y la Compañía Nacional de
Reforestación. En el sector privado se destaca la
creación de la Fundación Servicio para el Agricultor
(FUSAGRI) que tuvo su origen a principios de la
década de 1950 en el Servicio Shell, creado por la
Compañía Shell de Venezuela. En 1977 nace la
Fundación Polar bajo el patrocinio de Empresas Polar
y en cuyas actividades tiene papel preponderante el
apoyo a la investigación agrícola y el desarrollo de
metodologías para la transferencia tecnológica.
El
período de la recesión de la agricultura
(1978-1983): Constituye una etapa que se inició con
los primeros síntomas que anunciaban el final,
inadvertido entonces, de la economía rentística
petrolera, en la cual el crecimiento del PIBA,
presentó un crecimiento promedio anual de sólo 1,4%,
inferior a la tasa de crecimiento poblacional (3,1%) y
muy por debajo de las tasas de crecimiento del PIBA
durante el período 1958-1978; disminuyó la
superficie cosechada en más de 364.000 ha (1978:
1.872.324 ha; 1983: 1.507.722 ha), es decir, a un
ritmo de 4% interanual; disminuyó la producción
primaria agrícola de bienes destinados a la
alimentación (arroz, maíz, caña de azúcar,
oleaginosas, etc.), aunque el abastecimiento aumentó,
al recurrirse a importaciones, factibles por la
sobrevaluación del bolívar hasta 1983 y la abundante
disponibilidad de divisas, lo cual compensó la
insuficiente producción nacional de alimentos de
origen agrícola. Durante el período ocurrieron
cambios importantes de política: colapsó la
Corporación de Mercadeo Agrícola, creada el año de
1970; se eliminaron los subsidios a los fertilizantes,
con el consiguiente incremento de los costos de
producción; disminuyó el gasto público agrícola
anual en más del 30% respecto al quinquenio anterior;
igualmente se observaron disminuciones en el monto
promedio anual (-26,5%) de créditos concedidos por la
banca agrícola oficial (Banco de Desarrollo
Agropecuario, Fondo de Crédito Agropecuario e
Instituto de Crédito Agrí- cola y Pecuario); caída
en la inversión agrícola real (-18,55%). La
excepción fue el crecimiento del subsector agrícola
animal (3,8%) producto de la disminución de los
precios internacionales de las materias primas para la
fabricación de alimentos balanceados para animales,
cuyos patrones de alimentación se basan en productos
importados, mayoritariamente sorgo y soya.
La
aparente bonanza (1984-1988): La agricultura ostenta
un crecimiento inusitado: el PIBA crece a una tasa de
6,7% interanual, especialmente en los rubros que
habían presentado tasas muy bajas de crecimiento en
el período anterior (maíz, sorgo, caña de azúcar,
oleaginosos, etc.), mientras que el subsector animal
mantuvo una tasa similar a la del período anterior
(3,4%). La política de severas restricciones a las
importaciones, así como las relacionadas con el tipo
de cambio, la restitución de los subsidios a los
fertilizantes y las tasas de interés, hicieron
posible lo que se conoció como «el milagro
agrícola», es decir, aumentó tanto la superficie
cosechada (1985: 1,85 millones ha; 1988: 2,33 millones
ha), como la rentabilidad de los rubros más
importantes, aquélla por la incorporación de nuevas
áreas, muchas de ellas con suelos de calidad
marginal, y la rentabilidad por efecto de la
disminución de los costos de producción ocasionada
por los subsidios al crédito y a los fertilizantes,
principalmente. La incorporación de tierras
marginales, a su vez, causó una sensible disminución
de la productividad de la tierra. Como se vio más
tarde, el Estado venezolano no pudo continuar
sosteniendo los elevados niveles de gasto público que
implicaban tales medidas, ni eliminar las distorsiones
estructurales presentes en la agricultura.
El
Programa de Estabilización y Ajustes Estructurales
(1989-1993): Las políticas económicas que
prevalecieron en la década de 1980, basadas en un
modelo de acumulación capitalista rentístico, es
decir, soportados por la renta del petróleo y no
producidos realmente por la actividad económica
interna, produjeron grandes desajustes macro y
microeconómicos. Al disminuir sensiblemente los
ingresos provenientes del petróleo, el Estado no
dispuso de recursos suficientes para cubrir las
grandes operaciones requeridas para mantener la tasa
de crecimiento de la agricultura, a la vez que honrar
los compromisos derivados del servicio de la deuda
externa y atender las crecientes demandas del abultado
sector público. Ante esa situación, el gobierno
adoptó una serie de políticas conocidas popularmente
como «el paquete», las cuales consistieron en
liberalizar la economía, antes sujeta a múltiples
controles, así como la iniciación de reformas
comerciales, fiscales y financieras y de políticas
salariales sin intervención estatal; al mismo tiempo,
se comenzaron a aplicar las reconversiones agrícola e
industrial, con la finalidad de enfrentar la
competencia externa y aumentar las exportaciones
haciendo más competitivo el aparato productivo. Las
consecuencias más importantes fueron: el
estancamiento del producto interno bruto agrícola
(PIBA), la caída del gasto real agrícola anual
(1984-1988: 6.900 millones; 1989-1993: 5.400
millones); el crédito agrícola de la banca oficial
disminuyó en 48% y la formación neta de capital
fijo, a un promedio anual de 67%. Otros impactos
negativos consistieron en la disminución de la
ocupación y la no recuperación de los salarios
reales agrícolas. No obstante, también se obtuvieron
algunos resultados positivos en varios rubros
importantes, como el aumento de la producción y de la
productividad de la tierra y del trabajo y la
racionalización del uso de fertilizantes,
agroquímicos y del capital agrícola.
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