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Agricultura

 

Prehispánico

Si bien el hombre fabricó artefactos desde hace más de 1.000.000 de años, las primeras plantas y animales domesticados tienen una antigüedad que escasamente sobrepasa los 10.000 años. Con la domesticación, el hombre logró controlar el ambiente físico, es decir, la fuente básica de energía alimenticia, lo cual permitió un modo de vida que no sólo solucionaba el problema de la obtención de alimentos, sino que promovía la noción de que él podía modificar el ambiente físico y adaptarlo a sus propias necesidades. La especialización alimenticia que se produjo a través de la domesticación no sólo trajo consigo un aumento considerable en la cantidad de alimentos, sino una mayor estabilidad en su suministro y esto, frecuentemente, permitió el aumento poblacional. La agricultura forma parte del medio ambiente en el cual se practica y por ello, los diversos sistemas agrícolas, ya sean cultivos primitivos (paleotécnicos) o modernos (neotécnicos), son tipos distintivos de ecosistemas modificados por el hombre. Cuando se estudian los ecosistemas naturales se puede hacer una distinción entre los ecosistemas generalizados y los especializados, lo cual también es aplicable a los agrícolas. Los ecosistemas naturales generalizados son aquellos que contienen un gran número de especies animales y vegetales, cada una de las cuales está representada por un reducido número de organismos. Por el contrario, los ecosistemas especializados se caracterizan por una limitada variedad de especies, integradas por un elevado número de individuos. Se ha pensado que el surgimiento de la agricultura se relaciona con los grupos recolectores, cazadores y pescadores generalizados, quienes subsistían con base en la explotación de una variada gama de plantas y animales terrestres y acuáticos. Dadas las características de su explotación alimenticia, estos grupos deben haber sido más sedentarios, un hecho que debe haber permitido un mejor conocimiento de su medio ambiente, favoreciendo en esta forma, los experimentos hacia la domesticación. Igualmente, se ha inferido que las zonas más propicias para la invención de la agricultura hayan sido las áreas marginales de transición, como por ejemplo las zonas limítrofes entre selva y sabana, o entre tierras altas y bajas, ya que las mismas generalmente tienen una alta productividad así como una mayor variedad y disponibilidad de especies; también algunas zonas costeras del mar, ríos y lagos donde la explotación de peces y otros animales acuáticos pueda mantener un modo de subsistencia más sedentario del que permite la caza de pequeños mamíferos. La aparición de la agricultura llevó aparejada una mayor sedentariedad, lo cual posibilitó un aumento poblacional y de relaciones sociales más complejas.

La agricultura en América: Desde la época prehispánica han existido en la agricultura americana 2 sistemas agrícolas bien diferenciados: la vegecultura y la agricultura de semillas. La primera depende de la reproducción vegetativa (por estacas) y representa uno de los sistemas agrícolas más desarrollados en las tierras húmedas bajas tropicales, no sólo de América, sino de África y del sureste asiático. En este sistema los cultivos básicos son plantas que tienen grandes raíces, rizomas o tubérculos ricos en almidón y azúcar. Por ello, en estos sistemas, las proteínas necesarias para la alimentación provienen de la explotación de los recursos animales. En la América indígena los cultivos básicos de este sistema fueron: la yuca (Manihot esculenta), la batata (Ipomea batatas) y el ocumo (Xantosoma sagittifolium). La vegecultura tropical americana tuvo una extensión hacia tierras templadas y frías de los Andes suramericanos a través del cultivo de la papa (Solanum tuberosum), la cual se combinó en los lugares más altos con otros tubérculos de importancia secundaria como la oca (Oxalis tuberosai), la racacha (Arracacia xantorrhiza), el ulluco (Ullucus tuberosus), etc. La agricultura de semillas, en cambio, caracteriza a los trópicos secos y a las regiones subtropicales. En este caso, la reproducción de las plantas se hace mediante semillas, y los cultivos más importantes son: el maíz (Zea mays), el frijol (Phaseoulus Sp.), las calabazas (Curcubita Sp.), etc. En la agricultura aborigen americana la combinación de maíz-frijol fue particularmente importante dado que ambas plantas se complementan desde el punto de vista nutricional. El maíz es un grano rico en almidón pero deficiente en proteínas y en ciertos aminoácidos, mientras que el frijol no sólo tiene un alto contenido de proteínas sino que contiene, además, aquellos aminoácidos de los que carece el primero. En la parte alta de los Andes, las semillas de quinua (Chenopodium quinoa) cumplen una función similar como productoras de proteínas en una agricultura dominada por tubérculos. Independientemente de la naturaleza de los cultivos básicos, ambos sistemas, el de vegecultura y el de agricultura de semillas, son policulturales, ya que además de proveer los productos alimenticios, generalmente suministran toda una gama de plantas que sirven para satisfacer otras necesidades de la vida cotidiana (por ej., depósitos, venenos, plantas medicinales, fibras, estimulantes alucinógenos, etc.) Antes de la llegada de los europeos al continente, los indígenas americanos ya habían domesticado y estaban cultivando más de 100 plantas, entre las cuales se cuentan muchas que tienen actualmente importancia internacional, como el maíz, la papa, la yuca, el maní, el frijol, las calabazas, los ajíes, la vainilla, el girasol, la batata, el aguacate, el tabaco, la coca, el cacao, la piña, el tomate y el algodón (todas las variedades comerciales modernas de algodón tuvieron como base las variedades americanas). Tanto la evidencia botánica como la arqueológica sugieren que en América existieron múltiples centros de domesticación, ya que las diferentes secuencias regionales comienzan con aquellas plantas que estaban disponibles localmente en su forma silvestre y además, los cultivos básicos presentan una posición distinta. Una vez transcurrido el período de experimentación en las diversas regiones, se estableció un intercambio de plantas útiles (por ej., ciertas razas de maíz fueron llevadas desde Mesoamérica hacia Suramérica y viceversa, mientras que el tabaco, el maní, la piña y el tomate llegaron a México procedentes de Suramérica). Igualmente, mediante un proceso de dispersión secundaria, la agricultura fue llevada desde las áreas de experimentación (domesticación) hacia otras. Se puede decir que la última gran dispersión de las plantas americanas domesticadas ocurrió a raíz de su traslado a Europa y, desde allí, pasaron al resto del mundo. Las plantas domesticadas originarias de América, constituyen en la actualidad el 40% de la producción mundial de alimentos.

La agricultura prehispánica en Venezuela: La evidencia disponible indica que los indígenas americanos penetraron al Nuevo Mundo desde Asia a través del estrecho de Bering, extendiéndose posteriormente a todo el continente. Si bien, de acuerdo con Rouse y Cruxent, este hecho puede haber ocurrido hace más de 40.000 años, las evidencias correspondientes a estos primeros pobladores del territorio venezolano tienen una antigüedad que solamente oscila entre los 15. 000 y los 5.000 años a. C. La subsistencia de los grupos paleoindios se basó fundamentalmente en la caza de grandes mamíferos hoy extintos. A partir de los 8.000 años a. C. (época mesoindia) y en respuesta a los cambios climáticos y geológicos que indujeron otros en la flora y la fauna, algunos grupos indígenas comenzaron a depender de otros medios de subsistencia tales como: la pesca fluvial, lacustre y la marítima, la recolección de productos vegetales silvestres y, eventualmente, la agricultura. Si bien los modos de vida paleo y meso-indio sobrevivieron en algunos lugares apartados hasta la llegada de los españoles, la agricultura se convirtió en el medio de subsistencia básico de la mayoría de los grupos indígenas venezolanos a partir de los 1.000 años a. C. Se ha sugerido que la agricultura prehispánica venezolana ha tenido 2 fuentes: la de los granos (maíz y otros productos asociados) y la de los tubérculos (yuca, etc.) Hasta hace pocos años, las evidencias más antiguas (aproximadamente 3.000 años a. C.), provenían de Rancho Peludo, yacimiento del estado Zulia. Recientemente, sin embargo, se han obtenido datos similares para La Gruta, yacimiento del Orinoco medio. Si bien algunas de las fechas de La Gruta datan del segundo milenio a. C., su aceptación aún no es definitiva. Lo que se conoce sobre el cultivo de la yuca en la Venezuela prehispánica, hasta ahora se ha basado en evidencias indirectas (hallazgo de fragmentos de budare, un instrumento destinado a la cocción de las tortas de casabe), ya que debido a las pobres condiciones de preservación ha sido imposible encontrar restos de la planta. Como ya se dijo, es alrededor de los 1.000 años a. C. cuando la mayor parte de los grupos aborígenes adopta la agricultura intensiva. Asimismo, es probable que haya sido durante este período cuando el cultivo del maíz penetró desde el sector occidental de Suramérica (donde su cultivo es muy antiguo) al actual territorio venezolano, difundiéndose inmediatamente en todo el occidente venezolano. Las evidencias tempranas relativas al cultivo del maíz datan de comienzos del primer milenio a. C., están asociadas con la gente osoide y provienen del estado Barinas. La yuca, en cambio, fue el cultivo dominante en el Caribe, en el oriente y en las regiones selváticas del sur de Venezuela. No está claro aún si fue introducida desde la costa caribe de lo que es hoy Colombia, o si pudo haber sido domesticada por los grupos mesoindios del oriente de Venezuela. A partir de los 1.000 años d. C., esta dicotomía agrícola se hace menos precisa produciéndose en muchos sitios la coexistencia de ambos cultivos y la sustitución de uno por el otro. En las tierras altas de los Andes venezolanos, al igual que en el resto de los Andes americanos, los indígenas practicaron la variante de vegecultura de tierras altas, cultivando la papa, la oca, el ulluco, etc. La adopción y/o desarrollo de la agricultura por parte de los indígenas venezolanos debe haber conducido a un aumento considerable de la población, la cual requirió en muchas oportunidades de una intensificación que no sólo debió implicar la aplicación de nuevos procedimientos para incrementar la producción de los sistemas tradicionales (por ej., extensión de las áreas del cultivo, reducción de los períodos de descanso, etc.) Los campos elevados de cultivo recientemente descubiertos en los llanos, las terrazas o andenes de los Andes así como los canales de riego mencionados para el área de Barquisimeto representan ejemplos concretos de la intensificación agrícola aborigen. Se puede decir que en la agricultura venezolana actual coexisten los sistemas indígenas prehispánicos con los métodos modernos cuya antigüedad no sobrepasa el medio siglo. A.Z.

Siglos XVI-XVIII

La agricultura en la antigua gobernación de Venezuela se desarrolló a partir de los productos indígenas que hallaron en estas tierras los primeros pobladores españoles. El principal, por ser el más común y de mayor abundancia, el maíz, que constituyó la base de la alimentación no sólo de los nativos, sino de los mismos europeos que lo apreciaron desde el primer momento; adaptándose a su empleo en las distintas formas que solía usarse a manera de pan, y en adelante se constituyó en el fundamento de su dieta, tal como ocurrió en el resto de América, de donde fue llevado prontamente a Europa. En las primeras expediciones emprendidas por los Welser desde Coro, a partir de su arribo en 1529, encontraron plantaciones y aun grandes depósitos de maíz, como el que describe Jorge Spira en 1535 en un pueblo indígena al pie de la cordillera, con más de 1.500 fanegas (70.000 kg aproximadamente). Otro de los productos que entraron inmediatamente en la dieta de los descubridores y conquistadores, fue el casabe obtenido de la yuca (Manihot utilissima). El desarrollo de la demanda hizo pronto insuficiente la producción local, pues en el Primer libro de la Hacienda Pública aparecen 2 registros por un monto de 70 cargas introducidas en Coro en 1534, evidentemente procedentes de regiones costeras muy próximas, pues a corta distancia de Coro había plantaciones. Otros 2 productos que encontraron los europeos en Venezuela y que más tarde adquirirían gran importancia en los mercados continentales y sobre todo de Europa hasta nuestros días, fueron el algodón y el tabaco. El primero se daba silvestre y con su fibra los indígenas fabricaban los toscos paños que les servían «…para cubrir sus vergüenzas…», y un artículo de uso doméstico que más tarde tendría también por parte de los españoles un uso muy común y difundido: la hamaca. Al principio quedó limitado a los bosques naturales, pero cuando la industria textil europea generalizó el empleo del algodón americano, surgieron las nuevas plantaciones y la aplicación de métodos modernos para su cultivo e industrialización de la fibra. Fue tan considerable el aprecio en que se le tuvo, que los rústicos hilados de algodón circularon a la manera de monedas naturales aun ya entrado el siglo XVII. En cuanto al tabaco, aunque conocido desde muy temprano por el recién llegado europeo, la difusión de su empleo en aquel continente y la formación de un mercado con una demanda en creciente expansión, tardó un poco más y llegó a convertirlo en el más precioso producto venezolano de las primeras décadas del siglo XVII, y hacia los últimos años del siglo XVIII dio a la Tesorería española una de sus más sólidas y gruesas rentas. La cocuiza (Fourcroya humboldtiana) fue otro producto nativo que se integró a la economía y a los usos españoles, sobre todo en cordelería y el calzado popular, la típica alpargata que no sólo se empleó localmente, sino que fue objeto de pequeñas extracciones hacia Margarita y otras islas vecinas y la fibra entró como tal en el comercio foráneo de Venezuela: en 1601-1605 el valor de la cocuiza extraída montó a 10.500 maravedís y en el quinquenio siguiente de 1606-1610, alcanzó a cerca de 69.000 maravedís. Dos productos nativos tuvieron aplicación industrial como colorantes y fueron el palo brasil (Haemataxylon campechianum) y el llamado sangre de drago (Pterocarpus officinales), utilizándose éste además como astringente. El producto de la medicina aborigen de mayor difusión y permanencia dentro del comercio colonial, fue la zarzaparrilla (Smilax), empleada como eficaz sudorífico y depurativo, que alcanzó importancia en el comercio foráneo de la gobernación en el siglo XVI y sobre todo en el siglo XVII durante el cual en ciertos períodos (1611-1615 y 1616-1620), resultó por un valor equivalente a casi el 5% de las exportaciones. En el primero de esos quinquenios la exportación fue de 907.000 maravedís; en el segundo se aproximó a esa cantidad, y en el período de 1631-1635, pasó de 1.096.000 maravedís. Sin embargo, el fruto más importante y sobre el cual se fundó toda la economía colonial venezolana, fue el cacao (Theobroma) que según diferentes testimonios, siendo oriundo de América, existió silvestre en algunas regiones de Venezuela. Los primeros pobladores españoles encontraron abundantes arboledas en la región de Mérida, cuyos aborígenes extraían del grano aceite para encender lámparas votivas en homenaje a sus dioses, atribuyéndole también cualidades medicinales; pero también preparaban la conocida infusión que tomaban endulzándola con miel de abeja. Los hallazgos arqueológicos de los alrededores del lago de Valencia, en la región central, revelan que era conocido ahí al encontrarse cacharros con la típica mazorca. La relación del gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela, Juan de Pimentel, de 1579, no menciona esta especie entre las que se cultivaban en el valle de Caracas; en cambio, la descripción de la laguna de Maracaibo por Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga, del mismo año, incluye el cacao entre los frutos procedentes de Mérida que podrían ser objeto de comercio con el Nuevo Reino de Granada y España. Al producirse la comunicación con México y conocerse la gran demanda de este grano en ese mercado, se estimuló la plantación para el tráfico foráneo extendiéndose por las costas de Barlovento, de Chuao y también hacia el oriente. A los anteriores productos originarios de América y particularmente del suelo venezolano, se agregaron desde muy temprano los de origen europeo, que hallaron en el medio físico local condiciones para su desarrollo, integrándose a la economía agrícola colonial introducidos y desarrollados por los primeros pobladores españoles. Entre esos productos citaremos como principales el trigo y la caña de azúcar. Plantaciones de trigo se hicieron primeramente en El Tocuyo, desde donde se extendió a las regiones vecinas trascendiendo a Trujillo y sobre todo a la provincia de Mérida donde alcanzó relativa extensión, pues desde ahí se extrajo para el Nuevo Reino de Granada. Pasó hacia el tercio final del XVI al valle de Caracas y zonas inmediatas, al punto de regarse cosechas abundantes que abastecieron a Cartagena de Indias y a casi todo el Caribe insular, alcanzando su comercio el primer lugar en la década final de ese siglo y sobre todo en el primer quinquenio del XVII, en el que alcanzó el 63% del valor de todas las exportaciones de Venezuela. Posteriormente declinó bajo el impacto del comercio del cacao, a partir de la tercera década, aunque se conservó como parte de la economía de subsistencia de relativa importancia, con una demanda local cada vez mayor. Paralelamente al trigo, se desarrolló el cultivo de la cebada, aunque ésta no alcanzó un desarrollo significativo. La caña de azúcar no aparece citada en las relaciones de 1578; sin embargo debió haber sido introducida posteriormente, en la década final del siglo XVI, pues hay extracciones de azúcar en el quinquenio de 1601-1605, montantes a 343 arrobas; las plantaciones debieron desarrollarse con extrema rapidez, pues en el quinquenio siguiente de 1606-1610, el valor de la extracción pasó de 11.600 maravedís a 235.000, y en el quinquenio de 1616-1620 alcanzó a casi 2.000.000 de maravedís. A partir de esa fecha comenzó a declinar la exportación hasta desaparecer enteramente, pues el consumo interior absorbió toda la producción y los agricultores por su parte, perdieron interés en este cultivo, volcándose hacia el del cacao que hacía mucho más rentable el empleo de la mano de obra esclava ocupada en los cañaverales y trapiches. La economía agrícola colonial americana y en este caso la de Venezuela, tuvo su principal fundamento en las especies aborígenes, que constituyeron el más valioso aporte a la civilización occidental, además del efecto motor de las grandes remesas de metales preciosos que aceleraron la actividad mercantil y en particular la economía monetaria. Las grandes plantaciones de caña de azúcar ocurrieron en el siglo XVIII, estableciéndose en el área insular del Caribe que recibió un tratamiento prioritario por parte de España, lo que permitió el gran desarrollo de la industria azucarera. Otros cultivos foráneos, entre ellos el café, llegaron a Venezuela y en general a América muy tarde, correspondiendo su desarrollo mercantil a la segunda mitad de ese siglo. El añil fue introducido también en las postrimerías del régimen español y tuvo una vida precaria y corta por el advenimiento del colorante químico. No sucedió lo mismo con los cultivos frutales, en los que se advierte la más apreciable contribución de España y de otras culturas europeas. En las relaciones geográficas de mediados del siglo XVI, se citan como frutas nativas, el aguacate, la guayaba, mamones, la guama, la piña, guanábana y uvas de la mar; los totumos, aunque no servían para la alimentación, sí se usaban como vasijas y para proteger partes delicadas del cuerpo; plátanos, el mamey, el corozo y la cañafístola, además de los frutos del cactus y de las palmeras, y muchos otros silvestres. Procedentes de España, las relaciones de 1578 citan otras frutas, tubérculos, granos y foliáceas, además de otros productos ya citados: garbanzos, habas, cebollas, lechugas, rábanos, berenjenas, coles, nabos, perejil, hierbabuena, anís, ajos, cilantro, berros, mostaza, eneldo, melones, pepinos, hinojo, el mastuerzo, la manzanilla, el arroz; uvas de parra de las que recogíanse 2 cosechas al año, aunque sólo para comer, pues no llegó a fabricarse vino, que se traía abundante de la metrópoli; higos, granadas, limas, limones, cidras; llantén, verdolagas, albahaca, cominos, orégano, zanahorias. Y flores de todos colores y clases, entre ellas rosas y claveles de Andalucía. En los bosques había abundancia de grandes árboles que daban excelentes maderas, entre ellos cedros de 2 a 3 géneros, muy gruesos y olorosos y «…hácense de ellos mesas, arcas y puertas y es el mejor árbol silvestre que aquí hay…» Muchos nogales y almendros y robles «…que sirven de vigas para casas y son recios y buenos…» Las ceibas de las que «…los naturales hacen canoas…»; y el guayacán. El jobo, que además de la fruta como ciruela, se utilizaba también en la fabricación de esas pequeñas embarcaciones. Al llegar a su término el primer siglo de la presencia española, los productos de la agricultura que Venezuela exportaba con destino a España, Cartagena de Indias, Canarias y territorios insulares del Caribe, alcanzaban una variedad de 13 especies, que añadidas a los derivados de la ganadería, a los tejidos y la sal, componían un cuadro de 28 efectos. Pero en el curso de la primera mitad del siglo XVII ese amplio espectro del comercio foráneo se redujo aceleradamente y ya en 1650 dominaba casi absolutamente el cacao con el 78,5%, siguiéndole los cueros con el 19,1%. Los demás productos habían desaparecido; sólo quedaba el tabaco, apenas, el 0,4%; la zarzaparrilla, el 1,5% y un poco de harina de trigo, el 0,1%. Al finalizar el siglo XVIII ya era firme la posición del café que disputaba al cacao el primer lugar, y nuevamente el cultivo del tabaco había tomado impulso al amparo del estanco que difundió en Europa el tabaco Barinas haciéndolo famoso, por su calidad el primero, seguido del Guaruto en las proximidades de Valencia aunque destinado sólo al consumo interno de la gobernación y de los dominios hispánicos. E.Ar.F.

Siglo XIX

Durante este siglo, la agricultura venezolana reafirmó rasgos que ya se advertían desde la segunda mitad del siglo XVIII, entre los cuales cabe destacar: la vocación monoproductora, su orientación predominante hacia el mercado externo y su dependencia de éste, así como las dificultades para mantener rendimientos crecientes. Circunscrito a un ámbito geográfico de escasas proporciones en relación con la disponibilidad de tierras, para la primera década del siglo XIX la agroexportación afianzó su predominio en el cuadro de la producción, bajo el liderazgo del cacao y con la participación de otros bienes, como el tabaco, el café, el añil y los cueros de res. Con la desorganización de la base productiva como consecuencia de la Guerra de Independencia, esta expansión se frenó y la agricultura entró en una situación de estancamiento de difícil y lenta superación hasta los años de 1870, cuando, al atenuarse los factores críticos, se produjo una nueva expansión de la producción que mantuvo su impulso hasta el cierre del siglo. Aunque al redefinirse la agroexportación, esta vez bajo el predominio del café, se amplió la frontera agrícola, la persistencia de la carencia de capitales y de la escasez de mano de obra contribuyeron a mantener sin muchos cambios las formas de producción. El latifundio se consolidó como el patrón fundamental de organización del espacio agrario, pese a que la producción familiar amplió su alcance geográfico y su importancia en la actividad para el mercado externo.

La producción en la primera década: Entre 1800 y 1810, el cultivo del cacao continuaba en ascenso alcanzando mayor importancia en la provincia de Caracas, seguido muy de lejos por las de Maracaibo y Barcelona y finalmente por la de Cumaná, de incorporación tardía. Alejandro de Humboldt estimaba que durante el período 1800-1806 la producción de cacao de la capitanía general de Venezuela era de 193.000 fanegas, a la cual las provincias contribuían en 77, 10, y 2% respectivamente. El cacao superaba con mucha distancia a otros bienes de exportación que, incorporados en un momento más reciente, parecían abrir mejores opciones frente a las desventajas que presentaba dicho producto. A juicio del mismo Humboldt, los problemas residían en la rápida descomposición del fruto y las dificultades para almacenarlo más allá de un cierto tiempo, así como al largo período entre siembra y cosecha. Asimismo, François Depons destacaba el constante ataque de insectos, aves y otros animales y los bruscos cambios climáticos. A pesar de ello, la producción de otros cultivos, aunque creciente, se mantuvo en niveles limitados, obedeciendo sobre todo a las condiciones del mercado y a las políticas metropolitanas. Bajo los auspicios de la Compañía Guipuzcoana desde la década de 1770, el añil se había extendido particularmente en los valles de Aragua impulsando el crecimiento de Maracay, La Victoria y Turmero. Sin embargo, su auge cesó rápidamente y en la última década colonial ya era notorio el decaimiento de su cultivo que Humboldt atribuía al empobrecimiento de los suelos ocasionado por la planta, a las dificultades de su comercio por las guerras y a la competencia de la producción asiática. El algodón, que se exportaba desde la década de 1780, se cultivaba principalmente en los valles de Aragua, aunque también se había expandido hacia las provincias de Maracaibo y Cumaná. En la década siguiente, el café comenzó a cobrar significación favorecido por ciertas medidas de liberación de su comercio. Su mayor rentabilidad comparada con la del cacao y su adaptación a tierras hasta el momento sin valor económico, contribuyeron a difundir rápidamente su cultivo en los valles de Caracas y Aragua, así como a intentarse en otras zonas del país. El tabaco, a pesar de su importancia fiscal, seguía teniendo escasa presencia en las exportaciones y, sometido al control del Estado, su cultivo se localizaba en determinadas zonas en las provincias de Barinas y de Cumaná. Aunque la caña de azúcar se encontraba bastante difundida en el espacio agrícola, se destinaba mayormente al consumo interno con exportaciones ocasionales y de escasa magnitud. Más importancia tenía la exportación de productos ganaderos, principalmente cueros, a pesar de que, desde fines del siglo XVIII, parecía experimentar un descenso, del cual podía ser responsable en gran medida el abigeato. Junto a estas producciones, se hallaba una extendida actividad agropecuaria de subsistencia orientada hacia el mercado interno que, aunque de difícil cuantificación, debió ampliarse en el período considerado, tanto para atender la alimentación de la mano de obra vinculada a la agroexportación, como para suplir el consumo de los principales centros poblados. A Humboldt le llamaba la atención que, en el valle de Caracas, «manzanas y membrillos» fueran reemplazados por «maíz y legumbres» al «aumentar el número de negros labradores» con el café.

Impacto de la Guerra de Independencia en la producción: El prolongado enfrentamiento bélico que afectó con mayor intensidad las provincias de Caracas y de Cumaná contrajo considerablemente la producción agropecuaria y las exportaciones. El cultivo del café, cuyo descenso fue menor que el experimentado por los otros productos de exportación, alcanzó en 1830 niveles similares a los de inicios del siglo, logrando desplazar al cacao en el primer lugar de las exportaciones. Durante la década de 1830, dichos productos representaron entre el 50 y el 60% del valor total de las exportaciones. Aunque incompleta, la información recopilada por la Sociedad Económica de Amigos del País en su Anuario de la provincia de Caracas permite advertir la importancia que en esos años llegó a alcanzar el cultivo del café, ya que señala la existencia de 701 gs de cultivo con 7.364 matas, y 356 de cacao con 7.197 matas en promedio. Junto con el cacao, cuya producción de acuerdo con Agustín Codazzi en 1840 alcanzaba a la mitad del nivel de 1810, la de añil, algodón y tabaco también decreció en los años que siguieron a la guerra y el deterioro sufrido a la ganadería llevó a que, en 1826, se prohibiese la exportación de caballos, yeguas, mulas y asnos. Igualmente fue afectada la producción agropecuaria para el consumo interno, lo cual agravó los problemas de desabastecimiento sobre todo en la provincia de Caracas y originó la subida de precios en bienes de la dieta diaria de la mayoría de la población, como ocurrió con la carne, el maíz y otros granos. El agudo desabastecimiento de éstos y otros bienes de consumo alimenticio y el aumento de los precios ocurridos en 1837 reflejan la persistencia del problema.

Recuperación de la producción: A partir de la década de 1840, la producción agropecuaria comenzó a recuperarse lentamente, pero no fue sino hasta fines de la década de 1860 cuando logró expandirse. La producción de café ascendió, estimulada por el alza de los precios en los mercados internacionales, llegando a multiplicarse por 5 entre 1840 y 1866 al ampliarse las extensiones cultivadas principalmente en los valles de la provincia de Caracas. Mientras tanto, el cacao se mantuvo estancado a la vez que disminuyó su significación en el panorama agroexportador, llegando en 1860 a representar un 6% del valor de las exportaciones, mientras que el café aportaba el 50% del mismo. Entre 1866 y 1889, período de franco proceso expansivo, el café duplicó su producción, mientras, en esa última década, el cacao logró cierta recuperación que le permitió alcanzar los niveles de la última década colonial. Otros productos vieron menguada su participación en las exportaciones, reafirmándose la condición fuertemente monoproductora de la agricultura venezolana. El cultivo del tabaco, en lo esencial orientado al consumo interno, prácticamente desapareció como bien de exportación desde mediados del siglo. Otro tanto ocurrió con el algodón, aunque con un fugaz repunte entre los años 1860 y 1870 como consecuencia de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Asimismo, decayó el cultivo del añil al comenzar a imponerse el uso de colorantes químicos desde la década de 1830, de tal manera que su participación en el valor de las exportaciones, que en esos años había sido del 10 al 15%, descendió a 1 y 2% a mediados del siglo. La caña de azúcar, incapacitada para competir con la producción de otras áreas del Caribe, con más altos rendimientos y bajo costo, continuó dedicada al consumo interno, mientras que la exportación de bienes ganaderos, si bien estuvo en ascenso desde fines de la década de 1830 decayó nuevamente debido a los efectos de la Guerra Federal. Con el cultivo del café, se amplió considerablemente el espacio agrícola ya que, si bien se sembró en áreas antes dedicadas a añil, algodón y caña de azúcar, sobre todo en los valles de Aragua, más importante fue su expansión en tierras incultas tanto por la utilización de laderas y vertientes en los linderos de las haciendas o la dedicación de parte de la tierra de la producción familiar como por la ocupación de nuevas áreas que, en algunas zonas, implicó una suerte de proceso colonizador, como en los estados andinos, particularmente en el Táchira y en el macizo Oriental. Aunque en la zona centro-costera seguían manteniéndose los núcleos principales de la agricultura de exportación, con el auge del café, otras zonas del país se vincularon activamente al mercado internacional, como el caso de los Andes, cuya producción alcanzó niveles significativos a partir de la década de 1870 y el macizo oriental, si bien con un desarrollo más tardío y de menor alcance. A partir de la información que trae el Annuaire Statistique des États Unis du Vénézuéla de 1884, se estima que el café llegó a ocupar el 20% de la superficie cultivada y el cacao un 5% aproximadamente. El resto del área agrícola se dedicaba a caña de azúcar, maíz, granos y frutos menores, particularmente dentro de la economía de subsistencia que debió también experimentar una cierta expansión considerando el incremento de la mano de obra ocupada, producto de la limitada recuperación demográfica, evidenciada por el aumento de los poblados de más de 3.000 h. La ganadería extensiva se dispersaba en la amplia zona de llanos bajo formas precarias de ocupación del territorio, mientras que una actividad ganadera más intensiva de ganado vacuno y mular, pero más limitada, se desarrollaba en intersticios del área agrícola estimulada por las demandas de la agroexportación. La expansión de la agricultura produjo una sustancial modificación del paisaje en todo el arco montañoso costero, la cual fue apreciada por distintos viajeros que dejaron su testimonio. En los valles, desaparecieron casi completamente los bosques para dar paso a la caña de azúcar, frutos menores y, no en poca medida, al café, mientras en las laderas y vertientes, se extendían bosques secundarios reconstruidos por la acción del hombre.

La carencia de capital: La destrucción de propiedades, la fuga de capitales, la confiscación de bienes, los empréstitos forzosos y el debilitamiento de las fuentes crediticias, ocasionados por las prolongadas guerras civiles que asolaron al país, agravaron las dificultades para la obtención de capitales que había sido una constante de la agricultura colonial. La Iglesia, principal proveedora de créditos durante ese período, se encontraba imposibilitada de seguir actuando como tal, afectada por el estado ruinoso de la agricultura. En estas circunstancias, necesitados de crédito, los productores sólo podían recurrir al capital disponible, el cual, en manos de los comerciantes, se movilizaba en condiciones onerosas. Hacia fines de la década de 1820, eran normales tasas de interés del 2 y 3% mensual, aunque no era raro encontrar tasas de 5% mensual, como bien señalaba Fermín Toro en sus Reflexiones sobre la Ley del 10 de abril de 1834. Esta ley favorecería la actuación del capital usurario al eliminar cualquier restricción en cuanto a sus operaciones. Si bien este tipo de crédito tendió a debilitarse con la eliminación de la ley a fines de la década siguiente y una cierta moderación de las tasas de interés, la carencia de capitales para la agricultura se mantuvo en niveles críticos hasta mediados de la década de 1860, cuando comenzó a cobrar importancia un crédito menos riesgoso y a más bajo interés, suministrado por las casas comerciales con garantía de la cosecha y no de la propiedad. Asimismo, en la década siguiente el decreto de abolición de los censos y de toda forma de crédito otorgado por la Iglesia contribuyó a aligerar las cargas que pesaban sobre los agricultores desde el período colonial. Con todo, el problema persistió, afectando particularmente a los pequeños y medianos productores quienes se mantuvieron dependiendo, en buena medida, del crédito usurero y de los comerciantes intermediarios. La obtención de capital líquido y de créditos a largo plazo y a bajo interés que se «radicaran en la propiedad territorial», como se lee en las «Seis cartas de un agricultor» al periódico El Correo de los Estados (1893), siguió siendo prédica permanente de los agricultores, quienes vieron frustradas sus aspiraciones de obtener un mayor apoyo del Estado a través de la creación de un Instituto de Crédito Territorial o de un Banco Agrario que garantizara condiciones de financiamiento más apropiadas.

La escasez de mano de obra: Con la ruptura del nexo colonial, el problema de la mano de obra en la agricultura se impuso de manera alarmante debido a la desaparición de cerca de una quinta parte de la población, por las dificultades para reincorporar a la producción a los esclavos, fugados durante la contienda emancipadora o alistados en alguno de los bandos, o la población libre movilizada durante los enfrentamientos. Las leyes de manumisión de 1821 y 1830 contribuyeron a disminuir la resistencia de los esclavos y la población libre comenzó a vincularse a las haciendas, obligada por las necesidades de subsistencia, pero no menos por las medidas contra el vagabundeo, cuyas primeras expresiones se encuentran en las Ordenanzas de Llanos dictadas durante la Primera República. Pese a ello, la escasez de trabajadores subsistió, presionada por la creciente demanda del cultivo del café y el drenaje de población por las continuas acciones bélicas. La abolición de la esclavitud en 1854 y los resultados de la Guerra Federal, al consagrar legalmente la libertad y la igualdad, terminaron por debilitar la resistencia de la población trabajadora y, aunados a una cierta recuperación demográfica, favorecieron el incremento de la oferta de mano de obra en el último tercio del siglo. Esta oferta, sin embargo, no fue suficiente para responder a las crecientes necesidades de una agricultura en expansión, cuya demanda de mano de obra, dadas las condiciones tecnológicas en que operaba el cultivo del café, se triplicaban durante los meses de cosecha, momento en el cual la escasez de trabajadores se tornaba aguda. Como es de suponer, las quejas de los agricultores eran continuas, así como abundaban las reflexiones acerca de las causas del problema y las recomendaciones para su solución. Guillermo Delgado Palacios en su Contribución al estudio del café en Venezuela, publicado en 1895, destacaba la posibilidad que tenían los trabajadores de cultivar conucos libremente con lo cual podían garantizar su subsistencia y no se veían obligados a contratarse. Este es un planteamiento que se había repetido insistentemente a lo largo del siglo y que, junto con la preocupación sobre «la abundancia de vagos y maleantes», había significado, en buena medida, el uso de la coerción como un medio de garantizarle mano de obra a las haciendas. La aplicación de las ordenanzas y códigos de policía que se extendieron a nivel provincial en la década de 1840, formalizaron este mecanismo al considerar como un jornalero y, por lo tanto, obligado a trabajar en la propiedad de otro, a todo aquel que no contase con una renta o producto en efectivo mayor de 100 pesos, así como todo agricultor con cultivos menores de 2 fanegas, contando con el recurso a la fuerza pública como garantía de su cumplimiento. Más allá de estas soluciones prácticas, nunca se abandonaron los proyectos planteados desde la ruptura del nexo colonial de atraer inmigrantes europeos al país pero que, pese a los esfuerzos realizados, no fueron exitosos ya que las condiciones de su inserción en la actividad productiva no resultaron atractivas para esa población. La escasez de mano de obra afectó con más intensidad a la zona centro costera, tanto por ser el principal escenario de las contiendas bélicas que se produjeron a lo largo de todo el siglo XIX como por verse azotado por fiebres endémicas o epidémicas en diversos momentos. En la zona de los Andes, que se había mantenido al margen de los enfrentamientos y que presentaba mejores condiciones de salubridad, el problema se presentó de manera menos aguda y, por esas mismas condiciones, se convirtió en un importante receptor tanto de población como de capitales de las zonas bajas, sobre todo durante la Guerra Federal. Así desde 1830, la región andina comenzó a experimentar un crecimiento demográfico que, en el último tercio del siglo alcanzó una tasa de 3,6 en tanto que, en la población total, ese crecimiento sólo fue de 1,7. Al lado de ellos, en ese período, la zona del Táchira se benefició de migraciones estacionales de mano de obra colombiana. Estas circunstancias contribuyeron a la rápida expansión del cultivo del café en los Andes de tal manera que, hacia fines de la década de 1870, esa zona aportaba el 45% de la producción de exportación de dicho producto.

La dependencia del mercado internacional: Con el ciclo del café el funcionamiento de la agricultura se hizo más vulnerable al comportamiento de las economías europeas y, en particular, a las oscilaciones de la demanda y de los beneficios de la libre competencia en el mercado externo. Las vinculaciones con ese mercado se desenvolvieron de manera dificultosa, tanto por las condiciones en que se encontraba el aparato productivo, como porque la producción debió participar en un mercado crecientemente competitivo y fluctuante. Si bien los precios internacionales del café mostraron un alza tendencial en el curso del siglo XIX, esta tendencia se vio interrumpida por caídas coyunturales condicionadas más por los niveles de la oferta mundial, sujeta a intensas variaciones climáticas que por modificaciones en la demanda. Esos vaivenes afectaron no sólo el funcionamiento de la agroexportación sino también la dinámica de la sociedad venezolana en su conjunto, de tal manera que la caída de los precios abría períodos críticos de intensas y variadas repercusiones. Descenso de los ingresos, desequilibrio de la balanza comercial, disminución en la demanda de bienes y servicios y del circulante, así como contracción de los gastos de los productores y del crédito ofrecido por los comerciantes y déficit fiscales, fueron algunos de estos efectos que, con frecuencia, estuvieron asociados a cambios políticos.

Estancamiento de la agroexportación: Condicionada por los factores mencionados, la agroexportación pareció encontrar un techo a su crecimiento hacia la última década del siglo XIX. En 1889, las exportaciones de café alcanzaron un nivel que, con alzas ocasionales y poco sostenidas, se mantuvo hasta la década de 1930 y los rendimientos por hectárea acentuaron su descenso iniciado a fines de la década de 1870. Para 1875, la producción por hectárea era de 2.225 kg, según las estimaciones realizadas por J.A. Barral en su obra Porvenir de las grandes explotaciones en Venezuela, publicada en 1881, mientras que en la década de 1890 Delgado Palacios la estimaba en 658 kg en la zona central. Esta tendencia decreciente era producto de la expansión hacia terrenos poco aptos para el cultivo y fundamentalmente, de los sistemas de trabajo basados en un escaso laboreo, adecuándose a la carencia de capitales y a la escasez de mano de obra. Aunque en los primeros momentos, la incorporación de nuevas tierras había permitido atenuar el efecto del descenso de la productividad en los volúmenes de producción, a fines de siglo, el ritmo de ocupación de este tipo de tierras comenzó a disminuir, ya que sólo quedaban disponibles aquellas tierras de más difícil acceso donde la producción se encarecería por los costos de transporte a los puertos de embarque. Por otra parte, no había mano de obra utilizable en las condiciones requeridas. El cambio de ritmo era aún apreciable en las áreas de los Andes y del macizo Oriental donde el proceso continuaba con más intensidad. Al finalizar el siglo XIX, la agricultura del café se hallaba incapacitada para competir con otras regiones de América Latina, como Brasil que, contando con ventajas comparativas que hacían más rentable su producción y le daban mayor posibilidad para tolerar los períodos de bajos precios, habían generado una considerable expansión de la oferta mundial. En esas condiciones, el café venezolano comenzó a perder significación en el mercado mundial, aunque hasta 1909 se mantuvo como segundo productor, muy distante del primer lugar ocupado por Brasil. Con altibajos, la situación de estancamiento se prolongó hasta 1929 cuando por la aguda caída de los precios internacionales, la producción de café y la agroexportación en general, entraron en una crisis que arrastró tras sí al resto de las actividades agropecuarias.

La hacienda: Este patrón de organización de la producción que se había establecido en Venezuela en el siglo XVIII con el auge del cacao, se extendió durante el siglo siguiente a lo largo del territorio, desarrollando rasgos que ya se advertían en aquel momento, entre los cuales cabe destacar la limitada capitalización, el laboreo poco especializado con bajos niveles de jornada-hombre por hectárea, la concentración de la propiedad de la tierra y la vinculación de la mano de obra fundamentalmente mediante mecanismos de coerción. La tendencia a la concentración de la propiedad de la tierra presente en los valles de Caracas y de Aragua desde fines del siglo XVIII, se acentuó a partir de la ruptura del nexo colonial, mediante la ocupación de tierras baldías nacionales y ejidales reconocida en las leyes de 1821 y 1848, de tierras de las comunidades indígenas disueltas durante el período de la Gran Colombia y de tierras de las órdenes religiosas. Al mismo tiempo, ocurrieron cambios de propietarios como consecuencia de la agitada dinámica sociopolítica del período. Las haciendas tendieron a ampliar sus linderos incorporando laderas y vertientes que, al cobrar valor económico con el café, eran la única vía de incrementar los volúmenes de producción, dado el mantenimiento de las condiciones tecnológicas de los cultivos. Esa ampliación, asimismo, permitió a la hacienda contar con tierras abundantes para la producción conuquera de la mano de obra, conjugando de manera permanente la producción para los mercados internos y para la subsistencia. Considerando la vinculación de la mano de obra a la hacienda durante el período, el rasgo dominante fue la generalización del peonaje. Al iniciarse el siglo XIX, parte de la mano de obra de la hacienda era esclava que, si bien había incrementado su número en las últimas décadas coloniales, no representaba la población trabajadora más importante. Humboldt estimaba ya que en ese momento existían 60.000 esclavos, de los cuales dos tercios se encontraban en la provincia de Caracas. De acuerdo con John Lombardi, en 1810 aquella población no representaba más de un 5%, aunque en las principales zonas agrícolas podía llegar al 9 o 10% de la población total. En el curso de las décadas siguientes, esta población fue disminuyendo como consecuencia de la prohibición de introducir esclavos a partir de 1810 y de las posteriores leyes de manumisión. Los siguientes datos que presenta este último autor son reveladores de la pérdida de significación de la esclavitud: en 1844 constituía el 1,75% de la población; sólo un 3% de la población tenía esclavos y de ella sólo un 20% poseía más de 10. Si bien gran parte de esa mano de obra se hallaba incorporada a las haciendas, su importancia residía en que representaba la mayor parte del capital de los hacendados, utilizado como garantía para sus préstamos. Al mismo tiempo, la población libre de negros, indios y pardos, que desde el período colonial representaba la mano de obra mayoritaria de la hacienda, como bien lo constataron Humboldt y Depons en la primera década del siglo XIX, se mantuvo en ascenso después de la ruptura del nexo colonial, de tal manera que, cuando se abolió la esclavitud en 1854, el peonaje, que era la forma de vincularse la población libre a la hacienda, estaba ya plenamente establecido. Los antiguos esclavos tendieron a convertirse en peones de las haciendas en condiciones económicas similares y a veces, peores a las de su situación anterior, a la vez que continuaban siendo objeto de una discriminación basada en el factor étnico. Aunque la existencia de una población sin tierras representaba una oferta potencial de mano de obra, las condiciones de trabajo y los niveles de remuneración parecían no ser muy atractivos y de allí los factores de resistencia y la expansión del conuco libre de los que tanto se quejaban los hacendados, y la puesta en práctica de mecanismos diversos: cesión en usufructo de tierras de la hacienda para la producción conuquera, endeudamiento mediante los adelantos hechos a los peones por los hacendados y otros mecanismos de coerción respaldados por reglamentaciones provinciales para normar el trabajo y combatir el vagabundeo, las cuales frenaban la producción independiente y obligaban a la población con escasos medios de subsistencia a contratarse en las haciendas.

La producción familiar conuquera y la agroexportación: Con el café, la producción familiar de cultivos mixtos se incorporó también a la corriente del mercado internacional. De importancia particularmente en los Andes, donde se había multiplicado desde los primeros años de la República con cultivos de caña de azúcar, papas, trigo, maíz, frutos menores y ganado, este patrón de producción, el conuco, se expandió en el territorio desde mediados del siglo. Esta producción se fundaba en la posesión de pequeñas y medianas extensiones de tierra por un grupo familiar que realizaba dicha producción usando su propia fuerza de trabajo y la de otros grupos familiares bajo formas de reciprocidad. La asociación del café con otros cultivos y actividades de subsistencia, al igual que en la hacienda, le daban a este patrón de producción una alta capacidad para adaptarse a las condiciones del mercado. Si bien el cultivo se realizaba con las mismas condiciones tecnológicas de la hacienda, el beneficio era rudimentario, por la imposibilidad de hacer inversiones para tecnificar esta tarea, como fue más frecuente en las haciendas. La producción de un fruto de poco acabado y con menor precio en el mercado, unido a las condiciones desventajosas de la comercialización establecidas por comerciantes intermediarios y a la necesidad de recurrir a créditos usurarios, entre otros factores, contribuyeron a que este patrón de organización de la producción tuviera una baja capacidad de generación de beneficios.

Organización de la producción ganadera: El hato constituyó el patrón predominante de la cría de ganado, extendida en la geografía llanera. Su funcionamiento como cría de ganado en libertad le impuso al hato un fuerte carácter latifundista, el cual se acentuó en el siglo XIX por la venta de tierras ejidales y nacionales o su entrega por la compensación de préstamos contraídos o haberes militares; así como por la venta de tierras valorizadas por efecto de las guerras y el cambio de manos de propiedades por presión política. Dadas las condiciones tecnológicas de realización de la actividad ganadera, las necesidades de mano de obra y de capitales fueron muy limitadas por lo que, a diferencia de la hacienda, el hato no fue afectado por estos problemas, pero sí por el permanente abigeato y los diferentes gravámenes que hasta la década de 1860 pesaron fuertemente sobre la ganadería. J.R. de H.

Siglo XX

El país agroexportador (1900-1935): Durante los primeros 40 años del siglo XX Venezuela, en lo relativo a la actividad económica, presentaba aún características semifeudales, con muy escasa población (menos de 2.500.000 h en 1900 y 2.900.000 en 1926) diezmada por las endemias, con coeficiente de mortalidad de 16 por 1.000 y una expectativa de vida de 38 años, con un 66% de analfabetos y más de 500.000 niños sin escuela para la última fecha antes citada. La agricultura no escapaba a esta crítica situación, asfixiada por el latifundio y el gamonalismo. En 1926, la población rural representaba el 85% de la población total. La producción agrícola constituía el soporte fundamental del país y estaba reducida a un limitado grupo de rubros, con una preponderancia absoluta por parte del café. Entre 1909 y 1929, los ingresos nacionales obtenidos a través de la exportación de este fruto se cuadruplicaron hasta llegar, en el último año, a casi Bs. 134.000.000 y representaron, a su vez, el 25% del valor total de las exportaciones. El resto estaba representado por el cacao, ganado en pie, carnes, azúcar, tabaco, principalmente y por el petróleo. Pese a que la vida económica dependía fundamentalmente de la agricultura, los productores agrícolas nunca habían ejercido influencia preponderante en la conducción del país. Durante el auge cafetero, quienes realmente se beneficiaban eran los comerciantes exportadores. Algunas cifras bastarán para caracterizar la agricultura de esta primera etapa: el producto agrícola en la primera década del siglo XX representaba el 70% del producto territorial bruto (PTB) y el 85% de las exportaciones, principalmente de café, cuyas fluctuaciones de precios a nivel internacional afectaban más el volumen exportado que el ingreso correspondiente. Las existencias de ganado, en 1922, no llegaban a 2.800.000 cabezas y eran apenas un 33% superiores a las estimadas por Agustín Codazzi en 1839, es decir que habían crecido a una tasa interanual de 0,41%, habiendo llegado a disminuir para el año 1910 hasta 1.500.000. Hasta la aparición del petróleo, los únicos calificativos que pueden utilizarse para caracterizar la agricultura y el país son los de primitiva y paupérrimo, respectivamente. La munificencia con la cual se concedieron prebendas y exoneraciones a las compañías petroleras y la aparición de una nueva fuente de demanda para alimentar los carros, aviones y buques para la Primera Guerra Mundial, hicieron posible que ya para 1926 los ingresos petroleros superasen al café como principal producto de exportación. Venezuela había dejado de ser un país agrícola para comenzar a ser un país petrolero. El régimen de concesiones petroleras, amparado en una ley anacrónica de 1881, cuyos efectos se vieron agravados con los exiguos impuestos por unidad de superficie (Bs. 0,75 por hectárea), vino a empeorar los problemas de concentración latifundista. Según el historiador Federico Brito Figueroa, en 1920, el 85% de las tierras para pastos y cultivos eran detentadas por el 8% de la población. Las exportaciones agrícolas representaban, en 1925, el 62% de las exportaciones totales. El desplazamiento del café por el petróleo, después de 1925, además de afectar directamente la agricultura venezolana, continuó acentuando los efectos del gamonalismo, el latifundio y, en general, las secuelas de una sociedad tradicional. La explotación petrolera ocasionó el aumento de las migraciones que ya había originado el paludismo, con la consecuente reducción de la población agrícola y el inicio de la marginalidad en las ciudades. Casi como único rasgo positivo, aunque de alcance limitado, está la creación, en 1928, del Banco Agrícola y Pecuario. Otro elemento que causa importantes modificaciones en la estructura de la agricultura venezolana es la gran crisis de 1929, una de cuyas manifestaciones es la caída de los precios en las exportaciones agrícolas tradicionales, la cual, a su vez, trae como consecuencia la ruina de los productores. Las unidades de producción agrícola y pecuaria van a pasar, gradualmente, a manos de las casas comerciales o de particulares que ejecutan las hipotecas sobre fincas y hatos para tratar de recuperar los créditos concedidos. Esto acelera el proceso de concentración del latifundio en manos, tanto de Juan Vicente Gómez como de la plana mayor del régimen de la rehabilitación nacional y, al mismo tiempo, acelera un proceso de transformación de la agricultura a través del cambio de uso que se le da a la tierra. Ya no se habla en términos de agroexportación, sino de agricultura intensiva o de agricultura al servicio de la industria y del creciente proceso de urbanización.

Saneamiento antimalárico y arranque de la Venezuela moderna (1936-1957): A mediados de la década de 1930 ocurren acontecimientos importantes para la historia agrícola del país: el inicio de las obras de saneamiento antimalárico y el reparto de quinina entre la población, de la cual una tercera parte (es decir, 1.000.000 de personas), padecía de paludismo. La muerte de Juan Vicente Gómez y el advenimiento de un gobierno, en diciembre de 1935, que consideraba que «…como principio, no queda en pie ningún personalismo…», la creación, en 1936, del Ministerio de Agricultura y Cría, así como la creación de las escuelas superiores de agricultura y veterinaria, el establecimiento de estaciones experimentales, granjas de demostración, cátedras ambulantes de agricultura, catastro de tierras baldías, la política de conservación de los recursos naturales, la organización y desarrollo de la pesca, son algunos de los aspectos de esta transformación. Sin embargo, en 1937 la agricultura contribuía con sólo el 22% a la formación del PTB y sus aportes relativos continuarían descendiendo año tras año. No obstante esta pérdida de importancia relativa de la agricultura con respecto a los demás sectores económicos, después de 1936 comienza un proceso cuyo balance es positivo tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos. El producto agrícola creció en cifras absolutas y con tasas superiores al crecimiento demográfico, aun cuando tal crecimiento no satisfizo la demanda y siguió siendo necesario recurrir a importaciones en forma creciente. En este sentido, es oportuno mencionar que Venezuela, aun desde la época agroexportadora, era un importador neto de alimentos: en 1913 se importaba el 20% de los alimentos que se consumían y en 1936 el 15%. La campaña antimalárica, iniciada en 1934, pero desarrollada intensivamente durante los períodos gubernamentales posteriores a la muerte de Gómez, es sin lugar a dudas, una de las contribuciones más importantes para el crecimiento de la agricultura venezolana, al hacer posible la incorporación al territorio agrícola de grandes extensiones de suelos de buena calidad, especialmente en los llanos. Con la creación del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización (ITIC), en 1938, comenzó a vislumbrarse la posibilidad de distribuir algunos de los latifundios gomecistas entre colonos nacionales y extranjeros. En 1945 y 1948, respectivamente, se promulgan sendas leyes de Reforma Agraria y se crea un Instituto Agrario Nacional (IAN) el cual, sin embargo, no llegó a funcionar en esa primera etapa. Los 2 gobiernos que las promulgaron, Isaías Medina Angarita y Rómulo Gallegos, fueron derrocados al poco tiempo de haberse sancionado ambas leyes. En 1949, se dicta un Estatuto Agrario y se crea de nuevo el IAN, el cual comenzó a funcionar en 1950. Al amparo de ese estatuto, se inicia una política de colonización, cuyos desarrollos más importantes fueron la Colonia Turén (Edo. Portuguesa) y el sistema de riego del Guárico. A mediados de la década de 1940, comienza a desarrollarse un programa azucarero a escala nacional y en 1949, se inicia el plan arrocero de la Corporación Venezolana de Fomento en los estados Cojedes y Portuguesa, abriendo así nuevas zonas que expandieron significativamente la frontera agrícola. La incorporación masiva de maquinaria, el uso de fertilizantes, insecticidas y herbicidas, semillas mejoradas, etc., características de los cultivos en hileras, iniciaron un sistema de cultivos anuales intensivos, con poca utilización de mano de obra y altos requerimientos de capital.

La etapa agraria (1958-1978): A partir de 1959 comienzan a adquirir relevancia los planteamientos que los sectores más progresistas habían venido haciendo, desde 1936, sobre la necesidad de modificar la estructura agraria, poniendo especial énfasis en la adjudicación de tierras al campesinado y eliminar regímenes indirectos y por ende, primitivos e injustos, de tenencia de la tierra. Durante el año de 1959 se elabora el Informe de la Comisión de Reforma Agraria y se presenta al Poder Ejecutivo un anteproyecto de ley. El 5 de marzo de 1960 fue promulgada la Ley de Reforma Agraria por el presidente Rómulo Betancourt, en el campo de la batalla de Carabobo. El cambio de los sistemas de vida rural, la disminución, tanto de las formas indirectas de tenencia, como de la dispersión de los pobladores del campo, el mejoramiento de las comunicaciones, de la vivienda y de los servicios básicos, son algunos de los logros de la reforma agraria, la cual además, hizo posible la expansión de la frontera agrícola mediante la incorporación de grandes extensiones de tierras baldías y ejidos, pertenecientes al Estado o los municipios, y una menor proporción de tierras de propiedad privada; como era de esperar, no siempre los suelos de los predios adjudicados a los beneficiarios de la reforma agraria eran de buena calidad, lo cual trajo como resultado la utilización de tierras marginales para determinados sistemas agrícolas. Se incrementó el número de pequeños y medianos productores, muchos de los cuales antes eran «conuqueros» o hijos de campesinos sin tierra y constituyeron el germen de una categoría de profesionales y medianos empresarios en ascenso. En el lapso 1960-1971 disminuyó sensiblemente la proporción de productores que labraban la tierra bajo regímenes indirectos de tenencia y aumentó la de propietarios. El producto interno agrícola (PIBA), entre 1959 y 1978, mostró una leve tendencia a la disminución, al pasar de 5,6% entre los años 1959-1964, a 4,7% entre 1974-1979, con una tasa promedio de crecimiento interanual cercana al 4%, superior a la tasa de crecimiento de la población. Aunque no es posible determinar el año de culminación de este período, se puede inferir, a partir de la proporción de las asignaciones presupuestarias correspondiente al IAN respecto a las asignaciones dirigidas a organismos públicos del sector agrícola (1959-1963 = 67%; 1974-1978 = 12%), que fue en este último lapso cuando terminó la etapa que se ha denominado como agraria. En cuanto a la organización institucional de la agricultura, es en esta etapa cuando se crea la mayor parte de los institutos autónomos de carácter público, descentralizados o no, que tienen o tuvieron encomendadas funciones específicas en el sector agrícola: el Fondo Nacional de Investigaciones Agropecuarias (FONAIAP), los fondos de Desarrollo Algodonero, del Ajonjolí, Frutícola, del Café, del Cacao, de Crédito Agropecuario, la Corporación de Desarrollo Agrícola, el Banco de Desarrollo Agropecuario y la Compañía Nacional de Reforestación. En el sector privado se destaca la creación de la Fundación Servicio para el Agricultor (FUSAGRI) que tuvo su origen a principios de la década de 1950 en el Servicio Shell, creado por la Compañía Shell de Venezuela. En 1977 nace la Fundación Polar bajo el patrocinio de Empresas Polar y en cuyas actividades tiene papel preponderante el apoyo a la investigación agrícola y el desarrollo de metodologías para la transferencia tecnológica.

El período de la recesión de la agricultura (1978-1983): Constituye una etapa que se inició con los primeros síntomas que anunciaban el final, inadvertido entonces, de la economía rentística petrolera, en la cual el crecimiento del PIBA, presentó un crecimiento promedio anual de sólo 1,4%, inferior a la tasa de crecimiento poblacional (3,1%) y muy por debajo de las tasas de crecimiento del PIBA durante el período 1958-1978; disminuyó la superficie cosechada en más de 364.000 ha (1978: 1.872.324 ha; 1983: 1.507.722 ha), es decir, a un ritmo de 4% interanual; disminuyó la producción primaria agrícola de bienes destinados a la alimentación (arroz, maíz, caña de azúcar, oleaginosas, etc.), aunque el abastecimiento aumentó, al recurrirse a importaciones, factibles por la sobrevaluación del bolívar hasta 1983 y la abundante disponibilidad de divisas, lo cual compensó la insuficiente producción nacional de alimentos de origen agrícola. Durante el período ocurrieron cambios importantes de política: colapsó la Corporación de Mercadeo Agrícola, creada el año de 1970; se eliminaron los subsidios a los fertilizantes, con el consiguiente incremento de los costos de producción; disminuyó el gasto público agrícola anual en más del 30% respecto al quinquenio anterior; igualmente se observaron disminuciones en el monto promedio anual (-26,5%) de créditos concedidos por la banca agrícola oficial (Banco de Desarrollo Agropecuario, Fondo de Crédito Agropecuario e Instituto de Crédito Agrí- cola y Pecuario); caída en la inversión agrícola real (-18,55%). La excepción fue el crecimiento del subsector agrícola animal (3,8%) producto de la disminución de los precios internacionales de las materias primas para la fabricación de alimentos balanceados para animales, cuyos patrones de alimentación se basan en productos importados, mayoritariamente sorgo y soya.

La aparente bonanza (1984-1988): La agricultura ostenta un crecimiento inusitado: el PIBA crece a una tasa de 6,7% interanual, especialmente en los rubros que habían presentado tasas muy bajas de crecimiento en el período anterior (maíz, sorgo, caña de azúcar, oleaginosos, etc.), mientras que el subsector animal mantuvo una tasa similar a la del período anterior (3,4%). La política de severas restricciones a las importaciones, así como las relacionadas con el tipo de cambio, la restitución de los subsidios a los fertilizantes y las tasas de interés, hicieron posible lo que se conoció como «el milagro agrícola», es decir, aumentó tanto la superficie cosechada (1985: 1,85 millones ha; 1988: 2,33 millones ha), como la rentabilidad de los rubros más importantes, aquélla por la incorporación de nuevas áreas, muchas de ellas con suelos de calidad marginal, y la rentabilidad por efecto de la disminución de los costos de producción ocasionada por los subsidios al crédito y a los fertilizantes, principalmente. La incorporación de tierras marginales, a su vez, causó una sensible disminución de la productividad de la tierra. Como se vio más tarde, el Estado venezolano no pudo continuar sosteniendo los elevados niveles de gasto público que implicaban tales medidas, ni eliminar las distorsiones estructurales presentes en la agricultura.

El Programa de Estabilización y Ajustes Estructurales (1989-1993): Las políticas económicas que prevalecieron en la década de 1980, basadas en un modelo de acumulación capitalista rentístico, es decir, soportados por la renta del petróleo y no producidos realmente por la actividad económica interna, produjeron grandes desajustes macro y microeconómicos. Al disminuir sensiblemente los ingresos provenientes del petróleo, el Estado no dispuso de recursos suficientes para cubrir las grandes operaciones requeridas para mantener la tasa de crecimiento de la agricultura, a la vez que honrar los compromisos derivados del servicio de la deuda externa y atender las crecientes demandas del abultado sector público. Ante esa situación, el gobierno adoptó una serie de políticas conocidas popularmente como «el paquete», las cuales consistieron en liberalizar la economía, antes sujeta a múltiples controles, así como la iniciación de reformas comerciales, fiscales y financieras y de políticas salariales sin intervención estatal; al mismo tiempo, se comenzaron a aplicar las reconversiones agrícola e industrial, con la finalidad de enfrentar la competencia externa y aumentar las exportaciones haciendo más competitivo el aparato productivo. Las consecuencias más importantes fueron: el estancamiento del producto interno bruto agrícola (PIBA), la caída del gasto real agrícola anual (1984-1988: 6.900 millones; 1989-1993: 5.400 millones); el crédito agrícola de la banca oficial disminuyó en 48% y la formación neta de capital fijo, a un promedio anual de 67%. Otros impactos negativos consistieron en la disminución de la ocupación y la no recuperación de los salarios reales agrícolas. No obstante, también se obtuvieron algunos resultados positivos en varios rubros importantes, como el aumento de la producción y de la productividad de la tierra y del trabajo y la racionalización del uso de fertilizantes, agroquímicos y del capital agrícola.

 



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