Tradiciones
y Costumbres
Café
Siglo XVIII
Se le considera originario de Abisinia, desde donde se
extendió a Egipto, Persia y Turquía. Los árabes lo
propagaron por las costas mediterráneas del norte de
África. Su consumo trascendió a Europa llevado por
los monjes a sus monasterios, pero desde mediados del
siglo XVII pasó los muros de los conventos y
comenzaron a tomarlo con profusión los legos. Ya en
1693, Londres contaba con más de un centenar de cafés
públicos; los primeros «Café» de París abrieron
sus puertas hacia el año de 1670, y al entrar el
siglo XVIII el uso de esta bebida era de tal manera
común en Francia, que ésta decidió fomentar el
cultivo del café en sus propios dominios insulares
del Caribe, para eludir el consumo del grano
procedente de otros países. La introducción de este
cultivo en América data de 1714, en la Guayana
Holandesa. Las plantaciones en Martinica se iniciaron
en 1723, de donde la simiente pasó a Jamaica,
Guadalupe y Cayena. Ya en 1732 Jamaica exportaba
importantes cantidades de este fruto. De la Martinica
francesa trascendió a los dominios insulares españoles
en el Caribe: Santo Domingo, Puerto Rico y sólo más
tarde a Cuba. En 1730 fue introducido en la región
del Orinoco por las misiones religiosas establecidas
allí, citándole José Gumilla, en 1741, entre las
producciones recogidas en las proximidades del gran río:
«El café, fruto tan apreciable, yo mismo hice la
prueba, le sembré y creció de modo que se vio ser
aquella tierra muy a propósito para dar copiosas
cosechas de este fruto». Las siembras prosperaron por
aquella zona y otras vecinas pertenecientes a las
antiguas gobernaciones españolas que en el siglo XIX
integraron la República de Venezuela. Se extendieron
a la gobernación de Caracas hacia el año de 1740,
según la «Relación» de Miguel de Santisteban quien
vio cultivos de café en Coro en esa fecha, y en 1755,
consta en los libros de la Real Hacienda la exportación
por La Guaira de 156 libras de café con destino a Cádiz,
la primera de que tenemos noticia, en nave de la Compañía
Guipuzcoana. Esta pequeña carga pertenecía «a
mercaderes de la ciudad» y sirve de evidencia de que
ya había cultivos de cierta consideración. Esta vez
fue evaluado el café a 4 reales (medio peso) la
libra, o sea a razón de 50 pesos el quintal, una
estimación extraordinariamente elevada, superior más
de 3 veces al precio por entonces del cacao. Hacia
1764 las sementeras eran importantes, pues Joseph Luis
Cisneros cita el café entre los productos que se
recogían en la gobernación de Venezuela, aportando
en su breve texto la noticia de que «En Nirgua se da
muy bueno y lo estiman mucho los extranjeros...»,
frase con la cual da a entender que ya en esa fecha se
extraía hacia otros dominios. Otra exportación por
La Guaira fue registrada en 1755 según asiento en los
libros de la Real Hacienda de ese año, en nave también
de la Compañía Guipuzcoana: 4 quintales para España
y otros 4 para Santo Domingo, en total 800 libras. Era
por entonces notorio, y en vía de ascenso, el consumo
del grano cosechado en las regiones de Aragua y
Valencia y en las inmediaciones montañosas de
Caracas, pues el volumen de las exportaciones
regulares que se registraron a partir de 1785 hacia
España y sus dominios y las colonias extranjeras, añadidas
al consumo interior, son evidencias del desarrollo de
las plantaciones. También en Cumaná y Río Caribe
había cultivos en 1776. Por Maracaibo se registró en
1778, una exportación de 455 libras y en 1784, el
gobernador de esa provincia solicitó providencias
para el fomento del cultivo del café en esa
jurisdicción, y que mucha gente se ocupase en
descascararlo. España trató de estimular los
cultivos cafetaleros en sus dominios americanos, a
partir de mediados del siglo XVIII. En 1748 fue
introducido el café en Cuba, y para incrementar las
plantaciones en todas las islas del Caribe hispano con
el objeto de colocarlas en condiciones de competir con
la producción de las de Francia, la Corona otorgó
absoluta franquicia para las exportaciones de este
fruto, por el Decreto de Comercio Libre de 1765, que
comprendió a las islas de Margarita y Trinidad. En
1768 ordenó al gobernador de Caracas el fomento de la
siembra del cafeto en la general extensión de esta
gobernación, dispensando de todo derecho a los
cosecheros por tiempo de 5 años. Consideró el
gobierno metropolitano indispensable promover este
cultivo, puesto «...que todo el café que se
introduce en España es por medio del comercio
forastero [...], pareciéndole de justicia preferir
las cosechas propias a las ajenas que extraen el
dinero del Reino». Posteriormente, en 1770, extendió
los beneficios del decreto de 1765 a todos sus
dominios continentales y por el reglamento de 12 de
octubre de 1778, el café quedó expresamente
dispensado, con otros productos americanos, de toda
contribución a su ingreso en España. Aunque estas
resoluciones reales no alcanzaron en todos sus efectos
a la antigua gobernación de Caracas en razón del
contrato suscrito por la Corona con la Compañía
Guipuzcoana, estas limitaciones desaparecieron
mediante el decreto de 24 de enero de 1780, que otorgó
a esta gobernación todas las franquicias dispensadas
a los demás dominios americanos. Este conjunto de
medidas emanadas del Consejo de Indias tuvo una
inmediata repercusión en la economía agrícola de la
región, pues muchas tierras que no tenían aplicación
por ser laderas de pronunciada inclinación y de
espesa sombra, eran en cambio apropiadas para este
nuevo cultivo, de tal manera que en 1785 se iniciaron
las exportaciones regulares de café, no obstante que
existía un consumo local de alguna importancia que se
evidencia por algunas eventuales introducciones del
grano recogido en otras zonas vecinas, españolas y
aun francesas, que se agregaban al consumo de las
cosechas propias. Esas exportaciones de la provincia
de Venezuela fueron dirigidas a España, Islas
Canarias y a las colonias españolas y extranjeras
continentales, a un ritmo de crecimiento
extraordinariamente acelerado:
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Colonias españolas
España y extranjeras Total
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1785 1.200 lb. 1.683 lb. 2.883 lb.
1786 1.990 lb. 3.148 lb. 5.138 lb.
1787 1.525 lb. 4.892 lb. 6.417 lb.
1788 1.067 lb. 5.749 lb. 6.816 lb.
1789 23.371 lb. 1.684 lb. 25.055 lb.
1790 65.443 lb. 65.443 lb.
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En las 23.371 libras exportadas en 1789 por La Guaira,
están incluidas 11.600 libras que entraron de Cumaná
para remitirse a España. No hubo exportaciones de café
por Puerto Cabello ni Coro. Como se advierte por esas
cifras, la producción de café en la gobernación de
Venezuela creció en 1789 casi 4 veces sobre el año
inmediatamente anterior, extendiéndose en breve
tiempo las siembras por todo el valle y montañas de
Caracas. El precio era entonces muy atractivo: 18
pesos el quintal (100 libras), superior en un tercio
al del cacao (13,5 pesos la fanega de 110 libras) y
fue éste un factor que estimuló a los agricultores,
unido a la creciente demanda impuesta por la moda
venida de las grandes capitales europeas. Según el
Informe compuesto en 1790 por el justicia mayor de
Chacao, Manuel de Herreros, a instancias del
gobernador, en la zona comprendida entre el río
Anauco y el río Tócome, o sea, en lo que es hoy
desde San Bernardino hasta la entrada de Petare, había
19 importantes plantaciones con un total de 148.000 árboles,
más 345.000 en almácigos listos para ser
trasplantados, o sea, 493.000, lo que supone una
producción de 300.000 libras ese año y 950.000 a
1.000.000 de libras 2 años más tarde, si todo corría
con fortuna. Los plantadores citados en ese Informe
son los siguientes: el presbítero José Antonio García
Mohedano, con 60.000 matas, de ellas 45.000 ya
frutales; seguíale el también presbítero José
Antonio Hurtado, con 60.000 «en almácigos ya
logrados»; en tercer lugar, Miguel José Sanz con
50.000 para sembrar; Bartolomé Blandain aparece ahí
con 30.000 frutales y 10.000 en almácigos. Les
siguen, Domingo Velásquez, Juan Amaro, Antonio Origüela,
Francisco Domínguez, el presbítero Pedro Palacios y
Sojo, con 48.000 de los cuales 23.000 ya frutales, Ana
Muñoz, Antonio Sojo, Concepción Sojo, Esteban Sojo,
Miguel Carmona, Juan Félix Palacios y Sojo, Pedro
Gallegos, Nicolás Rabelo, José Julián Naranjo y sus
hermanas y Nicolás Suárez. Por real cédula de 24 de
noviembre de 1791, las exportaciones de café, algodón,
añil y azúcar, fueron dispensadas no sólo de los
derechos de exportación de estas provincias y de
entrada en los puertos españoles, americanos y
peninsulares, sino también de los de alcabala y
diezmos, y además concedió libertad para conducir
estos frutos a cualquier parte de Europa desde
cualquiera de las gobernaciones comprendidas bajo la
Intendencia, en iguales condiciones que estaban
concedidas a Cuba. Este nuevo incentivo debió
acentuar el interés por este cultivo, que debía ser
entonces de mucha extensión, pues la sola exportación
por La Guaira para España, Mallorca y Canarias y
colonias españolas y extranjeras en América, subió
en 1791 a 141.241 libras, debiendo añadirse las
exportaciones de los otros puertos, más el consumo
interior. En 1793 por La Guaira salieron 139.099
libras (incluidas 2.000 de Cumaná); por Maracaibo,
2.241 y por Trinidad, 262.649 libras, o sea un total
de 403.989 libras. En resumen, por los puertos de la
Intendencia y capitanía general salieron:
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1791 154.950 Caracas, Trinidad, Maracaibo
1792 145.060 La Guaira
1793 403.989 Caracas y otras gobernaciones
1794 637.842 " " "
1795 746.243 " " "
1796 892.974 " " "
1797 535.950 (La pérdida de Trinidad influyó en esta
baja)
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Al entrar el siglo XIX la producción de café se
encontraba en pleno y acelerado ascenso, de tal manera
que en 1805 salieron por La Guaira 2.774.316 libras,
incluidas las exportaciones por Puerto Cabello, cifra
5 veces mayor a la de 1797. De todos los años de esa
primera década, el más significativo fue el de 1809,
no sólo por la complejidad del cuadro del comercio
foráneo de este fruto, que pasó de 7.000.000 de
libras, sino porque alcanzó a equipararse con el del
cacao, que posteriormente fue desplazado a un segundo
lugar cada vez más distante.
Como comparación, podemos señalar que el cacao
exportado ese mismo año a España, a las colonias
españolas de América y a colonias extranjeras alcanzó
a 74.301 fanegas. Según el testimonio de Alejandro de
Humboldt, a comienzos del siglo XIX «...Las más
hermosas plantaciones de cafeto...», se hallaban «...en
la Sabana de Ocumare y en El Rincón, así como en la
región montañosa de Los Mariches, San Antonio,
Hatillo y los Budares...», y entre las más
importantes, cita la de Los Aguacates, cerca de
Valencia. Este sabio naturalista afirma que la
exportación total de la provincia de Caracas en el
tiempo de su mayor prosperidad, antes de las guerras
revolucionarias de 1810-1823 producía ya de 50.000 a
60.000 quintales. Y con respecto a la producción y
facultades del valle de Caracas, sobre el que tantas
opiniones erradas se han emitido hasta la de
considerarlo asiento de este cultivo en Venezuela,
dice «...que en general es [...] menos productivo de
lo que al principio se había creído, cuando se
hicieron las primeras plantaciones cerca de Chacao».
Las hermosas páginas de Arístides Rojas, recogidas
bajo el título de La primera taza de café en el
valle de Caracas, han quedado como una leyenda, pues
la investigación histórica ha desbordado el estrecho
espacio comprendido entre los pequeños ríos del
Anauco y el Tócome, y ha extendido los orígenes del
café a toda la gobernación y más aún, a todo el
territorio de las otras entidades que hoy integran el
de Venezuela; el padre José Antonio García Mohedano
ha dejado de ser considerado como el precursor de este
cultivo en toda la vastedad de la nación. Arístides
Rojas no pretendió tanto; apenas se refirió a las
tierras inmediatas a la ciudad, pues ni siquiera aludió
a la fila de Los Mariches ni el distrito de Petare, y
menos aún más allá de esos términos, pues él
mismo nos dice que el terreno donde primero prosperó
al café, fue a orillas del Orinoco, en fecha tan
antigua como es la de 1730 a 1732 y remonta a los años
de 1783 a 1784 la introducción del cultivo en el
valle de Caracas. La celebración que él nos relata
debió referirse apenas a la primera cosecha recogida
en las «estancias de Chacao», llamadas «Blandín»,
«San Felipe» y «La Floresta», pues en el mismo año
de 1786, cuando se reunieron en la casa de Bartolomé
Blandain como rezan los documentos (y no «Blandín»
a que ha venido el apellido vasco), se exportaron por
La Guaira más de 5.000 libras y casi 3.000 el año
anterior de 1785, producto de arboledas plantadas
muchos años atrás. E.Ar.F.
Siglos XIX-XX
Desde finales del siglo XVIII y principios del XIX, la
producción de café había continuado creciendo, tal
como puede colegirse de las cifras de exportación. El
cultivo se fue incorporando rápidamente a las
haciendas cacaoteras de la región centro-norte
costera, en las cuales no interfería con otros
cultivos en fondos de valles y se podían utilizar
terrenos con pendientes mayores sin exponerlos a la
erosión. La ubicación en el norte del país era además
ventajosa por la existencia de vías de comunicación
y su cercanía a los puertos. La exportación promedio
anual en la década 1830-1840 fue de 6.320 t y entre
ese último año y el de 1870, fecha aproximada de
comienzo del cultivo en los Andes venezolanos, tal
promedio alcanzó a 16.500 t anuales. Aquí comienza
la gran expansión del cultivo, debida en primer lugar
a la mayor disponibilidad de tierras aptas, casi sin
valor comercial hasta entonces, clima benigno y mayor
disponibilidad de mano de obra. La exportación
promedio entre 1870 y fines del siglo XIX, sobrepasa
las 38.000 t anuales. Las 2 zonas productoras tienen
una estructura agraria diferente: mientras que en la
cordillera de la Costa se localizó en las haciendas,
las cuales no se limitaban a cultivar cacao, tabaco, o
más tarde caña de azúcar, sino que disponían de
tierras para cultivos de «frutos menores» como maíz,
caraota, raíces, tubérculos, etc., y además poseían
instalaciones que hoy llamaríamos agroindustriales
(fermentadores, locales de beneficio, ingenios
papeloneros o «trapiches», patios de secado, etc.),
además de potreros para el pastoreo de animales de
tiro, vacas lecheras, ganado menor y corrales de
gallinas. Con el producto de tales actividades se
contribuía a la alimentación de la peonada y el
excedente se comercializaba en las ciudades o pueblos
vecinos. En resumen, las haciendas de la cordillera de
la Costa eran verdaderos latifundios, no solamente por
su extensión física, sino por las relaciones
socioeconómicas entre propietarios y trabajadores. En
cambio, las fincas cafetaleras de la cordillera de los
Andes, de menor tamaño, prácticamente
monoproductoras, constituían y aún lo son,
explotaciones familiares, de economía campesina. Las
exportaciones siguieron incrementándose en los
primeros años del siglo xx y llegaron a su punto
culminante en 1919, cuando se exportaron 82.382 t.
Desde entonces la caficultura ha venido experimentando
numerosos altibajos en la producción y en los
precios, debido a varios factores: las 2 guerras
mundiales, la aparición del petróleo, la crisis de
la década de 1930 y la expansión del cultivo en el
Brasil. Los volúmenes de producción del año 1919 no
se han repetido y las fluctuaciones de precios han
sido de tal magnitud que éstos pasaron de Bs. 2.166/t
en 1928 a Bs. 550/t en 1939, el valor más bajo de
toda la historia. Numerosas han sido las medidas
adoptadas por el gobierno nacional para proteger la
caficultura, por su doble condición de cultivo
generador de divisas y de protección contra la erosión,
pero las más importantes consistieron en la creación
del Instituto Nacional del Café, sustituido más
tarde por el Fondo Nacional del Café, la Campaña
Cafetera Nacional, así como la implantación del «dollar
fruto» y otros mecanismos de subsidio similares, como
el ingreso mínimo garantizado por calidad de
exportación. El promedio anual de producción para
los años 1988-1993 fue de 71.546 t y se obtuvo en 20
entidades federales, pero concentrados principalmente
en los estados Táchira (20%), Mérida (13%), Trujillo
(12%), Lara (9%), Portuguesa (9%), Monagas (7%), Sucre
(4%) y Barinas (3%).
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