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Educación

Siglos XVI-XVIII
Concepto: Con este término se pretende describir las realizaciones escolares, no universitarias, llevadas a cabo en Venezuela durante el período hispánico. Como elementos constitutivos del concepto conviene señalar: el carácter institucional; el plan de estudios; y el objeto final, la formación de los alumnos ya fueran a ingresar en la universidad, ya optaran por enfrentarse directamente a la vida. En consecuencia, prescindimos de las modalidades que revestía la instrucción que solían recibir los niños y adolescentes de las diversas naciones indígenas que integraban el territorio nacional; los esfuerzos aislados y anónimos de los «pedagogos» que instruían a la juventud blanca y criolla en las primeras letras en los principales centros urbanos; y los intentos aislados que no fraguaron en realidades permanentes. Así pues, nos circunscribimos fundamentalmente a lo que hoy se denomina enseñanza primaria y media. Para enmarcar el verdadero concepto de educación es necesario tener presentes las siguientes premisas: a) fuentes documentales: en el aspecto jurídico-fundacional son escasas para los siglos XVI y XVII; casi nulas en lo que se refiere al proceso que denominamos paideia; b) carecemos en absoluto de informes sobre la demografía estudiantil de esa época y menos de lo que denominaríamos la demanda educacional en el siglo XVI y XVII; c) se ignora también el medio y las aspiraciones culturales de los pequeños grupos hispanos que crearon, o fueron estableciendo, la red urbana venezolana; al parecer, les preocupaba más la conquista, la tierra y el poder que lo que podría significar la educación de los hijos; d) el nacimiento de la «exigencia social» hay que vincularlo a la implantación de las instituciones y muy especialmente al arraigo de las órdenes religiosas, ya que la corriente oficial miraba más a la «hispanización» de los indígenas y a la formación de los hijos de los caciques.

Legislación: a) Oficial: la legislación indiana es muy precisa en lo que se refiere a la fundación y erección de las universidades y para lo que en ella se denominan colegios, que son: los seminarios conciliares para la formación del clero en que tanto había insistido el Concilio de Trento; los colegios para los hijos de caciques en las principales ciudades del continente y como excepción, y en número muy reducido, el Colegio de Niños Pobres de México. No era, pues, incumbencia directa de la Corona la enseñanza media. La única estructura educativa legislada fue la universidad. Sin embargo, los jesuitas colaboraron eficazmente, en el mundo renacentista y barroco, a desmembrar del currículum de los estudios superiores la rica disciplina de las humanidades y así se difundió la enseñanza media en las principales urbes de Europa, América y Asia. Con todo, la legislación indiana abordó indirectamente la reglamentación de los colegios al estatuir una normativa específica para las «Fundaciones», concepto muy general que abarcaba desde la erección de un convento hasta la de un monasterio y/o lugares píos. En estos casos debía solicitarse el parecer del prelado diocesano, del virrey, de la Audiencia, del gobernador del distrito y otros informes como los del Cabildo y de algunas personas importantes. b) Eclesiástica: en términos generales se puede sostener que las disposiciones de los sínodos y concilios que atañen a Venezuela adecúan sus prescripciones a los grandes patrones de la legislación oficial; consecuentemente, el tema de la enseñanza media está ausente de ellos. Lo que sí contemplan el Concilio de Santo Domingo y las sinodales del obispo Diego de Baños y Sotomayor, es la enseñanza primaria, en la que se debe aprender a leer, escribir y contar, y las niñas aprender labores. También se deduce del texto que estas escuelas debían estar diseminadas por todos los centros urbanos y parroquias. Con todo, no deja de ser curioso que el Concilio de Santo Domingo (1622-1623) sólo hable de las escuelas para niños en el capítulo VII de la sesión VI, dedicada exclusivamente a los indios. Reza textualmente: «...Los párrocos tengan escuelas para niños. En las escuelas enséñenles a escribir y leer para que más fácilmente aprendan la doctrina cristiana y el idioma español; y facilítenles cartillas abecedario, escritas a mano, para que no se vean obligados a comprarlas...» Las órdenes religiosas, por el contrario, herederas de una inmemorial tradición educativa, poseían sus ordenamientos de estudios con los que se rigieron sus diversas instituciones educacionales; mas, este último renglón no pertenece a la legislación oficial.

Contenido: En cada época, suele haber palabras que hacen fortuna. En el siglo XVI esa palabra fue la elocuencia. Como es natural, se trataba de la elocuencia latina, lengua en la que se expresaba el mundo científico, universitario y erudito de Occidente. Es casi nula la información que sobre programas concretos de estudio disponemos para Venezuela. Quizá se pueda considerar como una genuina síntesis de la enseñanza conventual, el estatuto que dejó el obispo Mariano Martí para la Escuela de Maracaibo en 1775. El maestro deberá regirse por el arte de Nebrija «...cuidando que sus discípulos aprendan de memoria sus reglas y que hagan frecuente ejercicio de ellas y de sus cinco libros [...] y que, impuestos ya en el cuarto, no se hable sino latín dentro del aula...» Los alumnos deberían traducir del latín al castellano el Breviario romano, el Catecismo de Trento y las Epístolas de San Gregorio. Por lo tocante a la poesía deberían traducir a Ovidio, Virgilio, Marcial, Homero y otros. Y la retórica se dirigirá por Soares y Pomey; y para la construcción se les darán las Epístolas y oraciones selectas de Cicerón. Los jesuitas se rigieron por la Ratio studiorum (1591-1598), código educativo que inspiró en el XVII y XVIII toda su administración y diseño curricular. Los «estudios inferiores» duraban 5 años: 3 para el estudio de la gramática; uno para las humanidades y uno para la retórica. Cuando las ciudades eran pequeñas y el número de alumnos reducido, como el caso de Mérida, simplificaban el trienio de la gramática en un año. En el ordenamiento neogranadino el curso solía comenzar el 9 de septiembre y concluía el 30 de julio. Se interrumpían las clases del 23 de diciembre por la tarde, hasta el 28; en carnavales; del miércoles de la Semana de Pasión al Miércoles de Resurrección. Como días festivos se señalaban: la víspera de Año Nuevo y del Corpus Christi por la tarde, así como «...los días que hay toros en la plaza principal de la ciudad...» Los sábados por la tarde se dedicaban a «conclusiones», o certámenes escolares públicos en que competían los diversos grados. La distribución diaria era la siguiente: 7 a.m. estudio; 7:30 a.m., clase; 8:30 a.m., recreo; 9:00 a.m., clase; 10:00 misa y estudio. Por la tarde: 2 p.m., estudio; 2:30 p.m., clase; 3:30 p.m., clase; 3:30 p.m., recreo; 4 p.m., clase. A las 5 p.m., los alumnos externos regresaban a sus casas o se juntaban a los internos para las «academias», o seminarios como diríamos actualmente. Textos utilizados: la Gramática de Nebrija para la primera etapa. Mas pronto impusieron los jesuitas la Gramática del padre Manuel Álvarez y/o la del padre Mario Soares, muy difundida en toda América. Para los grados superiores se servían de las ediciones europeas de los autores estudiados: Plauto, Terencio, Lucrecio, Virgilio, Horacio, Cicerón, Séneca, Marcial, Quintiliano, etc. Para el estudio de la lengua vernácula, de la geografía, de la matemática y de la historia, desconocemos los textos escolares.

Métodos de enseñanza: Aunque cada orden religiosa había adoptado sus propios métodos, es indudable que los objetivos eran idénticos y que los métodos más variaban en el modo de su aplicación que en la esencia de su contenido. Una amplia información para la paideia jesuítica se halla en el libro de José Juvencio S.I. Método para aprender y para enseñar (Florencia, 1703). Pretendían el desarrollo armónico de todas las facultades y el despertar de las tendencias del adolescente. Se trataba de que aprendiera a estudiar, a sentir, a pensar, a profundizar y a crear. Había que fomentar la curiosidad. Así insistían en la memoria durante la niñez porque la consideraban como un auxilio inestimable para cualquier empresa a la vez que acumulaba un caudal de conocimientos, expresiones, fórmulas, etc., válidas para toda la vida. Dominado el lenguaje, se insistía en el valor de la belleza descubierta por la ciencia y el arte. Debían aprender a leer poéticamente a los poetas y para ello se servían de la lectura, la composición y la declamación. Además, el teatro jugó un papel decisivo. Con la retórica debían enseñar el arte de pensar mediante la interrogación (disputa dialogada entre el maestro y el discípulo con una serie de afirmaciones contrarias o aparentes verdades incompatibles), y la concertación (disputa pública). Elemento fundamental era la prelección, cuyo esquema constaba de 5 partes: en la primera se narraba el argumento; en la segunda se exponía y aclaraba cada frase, sobre todo si eran concisas, oscuras o complicadas; en la tercera se exponía lo tocante a la erudición, historia, costumbres de los pueblos, etc.; en la cuarta, se trataba todo lo referente a la retórica y a la poética; y en la quinta, se analizaba, examinaba y criticaba el latín. Posteriormente el alumno debía trabajar, ejercitarse y crear.

Pénsum: Se podría presentar esquemáticamente así: 1) Gramática inferior: En la sección primera o íntima se aprendía a leer y escribir. En la segunda sección, se recitaban los preceptos escogidos del Tratado de Octo partibus orationis de Elio Donato y aprendían a declinar los nombres y a conjugar los verbos con algunas explicaciones dadas en lengua materna. La sección tercera seguía con Donato, pero añadía las partes básicas de la gramática más moderna. Estos alumnos escribían sencillos ejercicios de composición latina. Los de la sección cuarta, estudiaban a Donato y Depauterio «sin emplear la lengua vernácula». También se adentraban en las reglas de la gramática compuesta por Francisco Faroene de Mesina. 2) Gramática media: Los jóvenes debían utilizar el De exercitatione linguae Latinae de Luis Vives y el De octo partibus orationis de Erasmo; las Cartas de Cicerón, trozos selectos de Terencio y las Eglogas de Virgilio. 3) Gramática superior: Los estudiantes dedicaban su atención a la sintaxis y a muchos autores latinos: Cicerón, Salustio, Ovidio y la obra de Erasmo sobre El escribir cartas. 4) Humanidades: Se debía leer y estudiar De copia verborum de Erasmo; el Arte poética de Horacio y se iniciaban en el estudio de la gramática griega. Aquí se requería ya mucha composición. 5) Retórica: La mañana la consagraban al estudio de las Oratoriae partitiones de Cicerón y a los Preceptos de Fabio. La tarde se dedicaba a los Discursos de Cicerón y a algún historiador.

Evolución histórica: Los orígenes de la historia de la educación en Venezuela corren paralelos con los de la consolidación de las instituciones jurídicas, sociales, económicas, y religiosas de cada una de las ciudades y centros coloniales. Así pues, si la penetración y colonización definitiva de Venezuela se realiza en la segunda mitad del siglo XVI, es lógico que la acción educativa se institucionalice como un paso ulterior a la etapa de consolidación del dominio hispano. En este sentido estableceremos las siguientes etapas: 1) Los ensayos protohistóricos (siglo XVI): Se iniciaron con los 2 colegios que fundaron en 1512 los franciscanos en tierras de Cumaná que llegaron a albergar 40 jóvenes y debían proseguir con la fallida expedición de 20 religiosos para fundar 5 conventos más. Posiblemente también los dominicos fundaran escuelas. En 1520 concluye este intento con el fracaso de lo que se ha denominado la «misión apostólica». Indiscutiblemente debieron surgir otros intentos, de mayor o menor duración, pero nos son desconocidos. Con todo, haremos alusión a 2 proyectos con los que creemos se cierra el ciclo protohistórico. El 29 de octubre de 1571 solicitaba el gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela Diego de Mazariegos, petición que reiteraría hasta 1573, el envío de 12 jesuitas a su provincia con el fin de encargarse de la educación de los hijos de los conquistadores y de los indígenas. El proyecto fracasaría por la oposición del obispo fray Pedro de Agreda. Sin embargo, el mismo obispo creó en Trujillo, con anterioridad a 1576, un estudio de latinidad (quizá también de artes) en donde se formó gran parte del clero ordenado por él. Aquí se puede ubicar el primer esbozo de los seminarios conciliares en Venezuela. 2) Génesis y estructuración de la enseñanza (1576-1673): En 1576 se abre definitivamente la presencia de los franciscanos y dominicos en la provincia de Venezuela y junto a la labor de fray Pedro de Ágreda se fundamenta la infraestructura religiosa que atenderá al desarrollo de la vida social, política y consolidativa del dominio hispano en Tierra Firme. Los cabildos, el obispo y las órdenes religiosas contribuirán al hecho de la creación de las escuelas municipales y conventuales como una expresión institucional de la formación de la venezolanidad cultural. Aunque la real cédula de 1592 instauraba la educación oficial, hay que reconocer que ya con anterioridad el Cabildo caraqueño había protegido a pedagogos como Luis Cárdenas Saavedra, Simón de Bazauri y otros que se habían dedicado al cultivo de la juventud. No debieron ser pocas las dificultades iniciales pues además de la pobreza y falta de locales hay que añadir «...haber poca gente [...] y acudir pocos muchachos a ser enseñados...» Treinta y cinco años necesitaría este proyecto para su arraigamiento y en él abundaron los pedagogos volantes y el esfuerzo de los propios obispos caraqueños. Toda esta etapa se puede seguir paso a paso en la obra de Caracciolo Parra, La instrucción en Caracas, 1567-1725. Mas, durante este lapso y el siguiente, será la Iglesia la que asuma, de forma institucional, el reto y la obligación de las tareas educativas. Entendemos por Iglesia: el clero secular, el clero regular, y los eclesiásticos como personas individuales. En todo caso la labor más fecunda y amplia correspondió a las órdenes religiosas. Entre los religiosos que laboraron en Venezuela sólo los capuchinos no pudieron ejercer la docencia, ya que, por una parte, recaía sobre ellos el peso de las reales cédulas del 19 de septiembre de 1588 y del 23 de marzo de 1601 que prohibían el paso a Indias a aquellos religiosos que no tuvieran autorización para fundar conventos; y por otra, la cédula del 10 de enero de 1647 les facultaría para pasar al Nuevo Mundo pero con la contrapartida de que no sólo no llevarían a cabo fundación alguna de conventos, sino que ni siquiera lo intentarían. Su acción, pues, se tuvo que circunscribir a los terrenos misionales. Desde esta óptica tenemos el siguiente panorama: los franciscanos habían iniciado para 1610 sus conventos de Caracas, Trujillo, El Tocuyo, Maracaibo y Barquisimeto. Y a lo largo del siglo XVIII proseguirían por Coro, Valencia, Cumaná, Margarita, Carora, San Felipe y Guanare. Los agustinos no podemos precisar la realidad educativa de los conventos de éstos que se redujeron esencialmente al área andina. A lo largo del siglo XVII se instalarían en Mérida (hacia 1590), San Cristóbal (1593), Gibraltar (1600) aunque de vida efímera, Maracaibo (1639) y Barinas (1633). Hay que señalar que la vocación agustina en Venezuela fue más misionera que educativa. Los jesuitas quisieron proyectar su acción en el siglo XVII en Caracas, Maracaibo, Trujillo, Mérida y San Cristóbal, pero solamente cuajaría la fundación del colegio de San Francisco Javier de Mérida en 1628. En el siglo XVIII se daría comienzo a los de Maracaibo (hacia 1735), Coro (1754-1764) y se incoaría con grandes expectativas el de Caracas (hacia 1753). Los dominicos de la provincia de Santa Cruz empezarían en Caracas con San Jacinto en 1595, aunque sería en 1630 cuando se elevaría a la categoría de convento. Los de la provincia de San Antonino (Nuevo Reino de Granada) trabajaron en Mérida (1567), El Tocuyo (1596) y Trujillo (1598). Sólo los estudios capitalinos alcanzarían verdadero realce. Desde el punto de vista jurídico-educativo se rigieron por la Ratio studiorum ordinis praedicatorum que fundamentalmente había sido delineada por el Capítulo General de Lyon (1274). Poco se puede decir del proyectado convento dominicano de San Felipe (1724-1772). Los mercedarios se restringieron a Caracas y ya para 1651 se habían instalado en esa ciudad. 3) Consolidación (1673-1721): Enmarcamos este lapso entre 2 fechas altamente significativas: la erección del Seminario de Santa Rosa de Lima (9.10.1673) y la creación de la Universidad de Caracas (22.12.1721). El Seminario completa y consolida el movimiento intelectual iniciado por el convento de San Francisco y continuado por el de San Jacinto y por el de los mercedarios. Definitivamente fraguan las bases de lo que constituirá la educación superior y se evidencia el arraigo de las humanidades, no sólo en Caracas sino en las principales ciudades de la provincia. Con la Universidad, se abre el ciclo educacional definitivo del período hispano, pues patentiza la primera madurez intelectual de las élites, eclesiásticas y civiles, y fija en la capital el flujo permanente de la juventud que debía buscar su formación universitaria en Santafé de Bogotá, en la isla de Santo Domingo y en la propia España. 4) Expansión y crisis (1721-1810): Con las reformas económicas, jurídicas y administrativas que sufre Venezuela a lo largo del siglo XVIII, el sector educativo gozará de una nueva fase de expansión y de revisión. Una serie de características específicas definen esta última etapa del período hispánico: a) la creación de 2 centros universitarios oficiales: Caracas y Mérida; b) la multiplicación de escuelas. Sobre este punto concreto existe una gran documentación inédita en el Archivo General de Indias (y en otros archivos), no sólo sobre el aspecto fundamental sino a veces también sobre lo que denominaríamos la «filosofía educativa». Un selecto muestrario lo ofrece Ildefonso Leal en su obra Documentos para la historia de la educación en Venezuela. De igual forma existe dispersa una amplia y desigual bibliografía sobre los ensayos concretos llevados a cabo a lo largo y ancho del territorio nacional poblado. En este contexto es necesario anotar que, mientras los centros docentes de las órdenes religiosas se estacionan (fundamentalmente por la expulsión de los jesuitas en 1767 y por la falta de vocaciones) surgen entonces las escuelas públicas (oficiales y privadas) sobre todo con la segunda mitad del siglo XVIII. La visita del obispo Mariano Martí (1771-1784) muestra un pormenorizado elenco de los haberes educativos de la Iglesia de la diócesis de Caracas. Además fue fundando escuelas en Santa Clara del valle de Choroní (1772); La Guaira (1772); San José de Puerto Cabello (1773); San Sebastián del valle de Ocumare (1773); Santa Ana de Coro (1773); Santa Ana de Paraguaná (1773); Escuque (1777); Guanare (1778); San Fernando de Ospino (1778); Villa de Araure (1778); Barquisimeto (1779); Villa de San Luis de Cura (1780); Villa de Calabozo (1780); Villa de San Juan Bautista del Pao (1781). Incluso, dotó en 1774 una escuela en Maracaibo y 2 en Carora (1776). A éstas hay que añadir las siguientes escuelas públicas: Cumaná (1759); Arenales (1776); Cumaná (1778); Trujillo, San Carlos y Valencia (1786); La Guaira (1788); El Tocuyo (1789); La Grita (1790); La Victoria (1798); Turmero (1800); el Colegio Real de San Carlos de Barinas (1792) y en San Felipe (1791). En el ramo eclesiástico hay que destacar: el Seminario de San Buenaventura de Mérida (1785) y los preludios del Seminario de Guayana (1793). Anexas a los seminarios de Caracas y de Mérida, existían sendas escuelas de primeras letras. Asimismo, dentro del marco fundacional, señalamos lo que se podría considerar como la nueva escuela: la Academia de Geometría y Fortificación de Caracas (1760); la Academia Militar de Matemáticas de La Guaira (1761); por fundar la cátedra de Matemáticas lucharán al unísono el doctor Juan Agustín de la Torre y el capuchino fray Francisco de Andújar, quien además propugnaba la historia natural y el dibujo. Esta idea fraguaría en el siglo XIX en Cumaná, con el ingeniero Juan Pires y en Caracas, en 1808, con José Mires, quien llegaría a enseñar aritmética, álgebra, geometría, topografía y construcciones civiles, dibujo lineal y topográfico. El canónigo Francisco Antonio Uzcátegui fundaría en Mérida (1782) la Escuela Patriótica de Artes Mecánicas y en 1788 en Ejido la Escuela Patriótica, ambas inspiradas en las ideas de Pedro Rodríguez de Campomanes que se inscriben ya en el marco del pensamiento ilustrado europeo. El espíritu de la Ilustración se hace también presente en las aulas universitarias caraqueñas con la modernización de los estudios, especialmente en filosofía, que intenta llevar a cabo el padre Baltasar de los Reyes Marrero a partir de 1788 y que luego continuarán sus colegas y discípulos por encima de los obstáculos que les opone la rutina. En la enseñanza primaria, así como en el pensamiento pedagógico, se destaca a comienzos de la década de 1790 la persona de Simón Rodríguez, quien en mayo de 1794 condensa sus experiencias y sus lecturas en la memoria presentada al Cabildo de Caracas, titulada Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medios de lograr su reforma por nuevo establecimiento. El licenciado Miguel José Sanz redacta entre 1801 y 1802 un proyecto de Ordenanzas Municipales para la ciudad de Caracas, que le ha sido encomendado por la Real Audiencia, en el cual analiza el sistema educativo y propone su ampliación y mejora. En 1805, un grupo de artesanos y artistas pardos, encabezados por Juan José Landaeta, solicitan del Cabildo caraqueño la autorización necesaria para crear en esa ciudad una escuela primaria para los hijos de las personas de esta etnia. Por diversas causas, los proyectos y planes de Rodríguez y Sanz no llegan a ponerse en marcha: prejuicios, intereses creados, incomprensión, escasez de recursos económicos y humanos. Luego, la guerra que estalla en 1810. Así pues, en el siglo XVIII y primeros años del siglo XIX se gesta un gran impulso cuantitativo educacional que recoge la preocupación de los pensantes venezolanos. En cuanto a lo cualitativo se refiere, habrá que estudiar y evaluar todos lo proyectos arriba mencionados, pero ciertamente se puede afirmar que estos movimientos distaban mucho de la vitalidad y de los recursos humanos que requería tan ingente tarea sobre todo si se juzga a la luz del desarrollo europeo. J. Del R.F.
Período republicano (1810-1994)
Durante el período republicano cuatro vertientes ideológicas han influido formalmente en el régimen educativo venezolano: el cristianismo que ha dado la base espiritual del pueblo venezolano, sembrado durante el período de dominación española; la Ilustración que se hace sentir fundamentalmente entre 1770-1870, aportando a nuestro acervo pedagógico las ideas de la capacitación para el trabajo, de la necesidad de la formación ciudadana y la conveniencia de la secularización de la enseñanza; el positivismo de 1870 en adelante, insistiendo en la idea de una pedagogía científica y estimulando el proceso de tecnificación del régimen de instrucción; y la escuela nueva, también llamada activa, movimiento generado por las corrientes filosóficas antipositivistas que surgen a fines del siglo XIX y que conjuntamente con el pragmatismo conforman un movimiento pedagógico que propicia la formación del educando en libertad y de manera activa para crear disposiciones de amor al trabajo. Este movimiento de la escuela nueva o activa se hace sentir en Venezuela a partir de 1936, a raíz de la desaparición del régimen gomecista, y era la fórmula pedagógica del nuevo clima democrático que surgía en el país: educar en libertad como base para vivir en democracia.
A esta altura de la historia de Venezuela el análisis de la evolución de su pensamiento pedagógico revela que las cuatro vertientes ideológicas indicadas han formado una corriente doctrinaria sincrética, que es la característica de la ideología pedagógica en Venezuela. Sobre este piso se ha venido desarrollando el hecho educativo durante nuestra vida republicana a partir de 1810.
El tema de la educación como primer deber del Gobierno surge aparejado al proyecto político de los líderes de la revolución de Caracas en 1810. Perseguía dicho proyecto la creación de un Estado soberano de corte republicano y la conformación de una sociedad democrática, siendo su objeto procurar la felicidad del conjunto social, y del gobierno instituido asegurarla, «...protegiendo la mejora y perfección de las facultades físicas y morales [del ciudadano], aumentando la esfera de sus goces y procurándole el más justo y honesto ejercicio de sus derechos...», que son «...la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad...» Con esta preceptiva de la primera Constitución, se tocaba el fondo del problema: que no es posible que subsista la libertad y se consolide la nueva condición republicana en la ignorancia y dentro del clima espiritual que había conformado el absolutismo. Por esta razón los líderes de la revolución de Caracas, en la Proclamación de los derechos del pueblo, el 1 de julio de 1811, declaración que contiene elementos fundamentales de la ideología animadora de la gesta independentista, expresan que la instrucción es necesaria y que la sociedad debe ponerla al alcance de todos. Con semejante declaratoria se daba alto rango social a la educación como factor modelador del temperamento republicano, y se la colocaba como institución política fundamental del nuevo Estado. Esta valoración de la educación para crear y consolidar condiciones favorables al nuevo orden social propuesto, se origina directamente del pensamiento ilustrado, que desde fines del siglo XVIII encontró en Tierra Firme buena acogida en hombres como A. Valverde, Baltasar de los Reyes Marrero, Juan Agustín de la Torre, Simón Rodríguez, Francisco de Andújar, Miguel José Sanz, Juan Antonio Navarrete, que con sus ideas y proyectos durante aquellas décadas inmediatas al 19 de abril de 1810, contribuyeron a crear y a enriquecer el acervo educacional venezolano. Los próceres entendían que una dificultad que obstaculizaba el proceso político independentista era la huella que había dejado en el ánimo de los criollos los valores divulgados por el absolutismo; vale decir, por la defectuosa educación que en opinión de Miguel José Sanz y de Juan Germán Roscio, se había impartido en el país y a los malos hábitos que creaba una educación que ordenaba las facultades humanas para vivir bajo la condición de vasallos. Juan Germán Roscio observó este fenómeno de mentalidad desde el primer momento y en 1820 (27 septiembre) en carta al general Francisco de Paula Santander, desde Angostura, se lamentaba que la ignorancia haya permitido que España nos hostilice «...con gente americana, con provisiones americanas, con caballos americanos, con frailes y clérigos americanos y con todo americano...» y como consecuencia de ésta convicción, expresa que desde muy temprano se dedicó «...aunque con poco fruto, a la táctica del desengaño...» A la luz de este testimonio, se encuentra sentido al movimiento de animación cultural y educacional realizado durante la Primera República. Entonces se entendió que la acción educativa era tan amplia como lo exigía la necesidad y tomaba como sujeto de su interés a la población en general. Por eso se valieron de la prensa (Gaceta de Caracas, Semanario de Caracas, El Patriota de Venezuela, Mercurio Venezolano, El Publicista de Venezuela, El Patriota Venezolano, y la edición de folletos y libros doctrinarios); se crearon o se estimuló la fundación de planteles (Universidad de Mérida, Academia Militar de Matemáticas, Escuela Pública Náutica, cátedra de Anatomía, Academia de Instrucción de nivel medio, cátedras de esgrima y baile, de dibujo y pintura, y teatro); se proyecta la organización de una Biblioteca Pública y es notable la contribución de Roscio para dotarla, así como la gestión en Londres para adquirir libros; y se orienta a las sociedades patrióticas de Caracas, Valencia, Puerto Cabello y Barcelona como centros de educación cívica. Esta estrategia, obra de Roscio, era semejante a la diseñada en Francia en los días de la Revolución donde «...a la par de las armas marchaban los instrumentos de persuasión [...] y todo esto más que la guillotina de Robespierre, vino a fijar el sistema...» Lamentablemente estas iniciativas sucumbieron a la caída de la Primera República en 1812. Los españoles también eran conscientes del valor de estos medios de persuasión y se conocen algunas medidas que tomaron para mantener la lealtad de los criollos, como por ejemplo, la edición del Catecismo de Ripalda con los artículos añadidos para la enseñanza pública, obra del arzobispo de Caracas Narciso Coll y Prat; y la disposición del Reglamento General de Policía, título III, que ordenaba la enseñanza de la historia de España, en todos los planteles educacionales porque es «...muy justo y necesario que los españoles de ambos hemisferios conozcan todos desde la infancia la dignidad, virtudes y ventajas de la Nación y Gobierno a que dichosamente pertenecen...» Lo anterior significa que ambos bandos apreciaban el valor de la educación como instrumento de persuasión. En el sector patriota, y concretamente en Simón Bolívar, múltiples son los testimonios que señalan el peligro de la ignorancia y la debilidad en que ésta había sumido a los criollos, así como la necesidad de construirles una nueva mentalidad y disposición de ánimo para vivir en República. Viendo el mensaje de Bolívar al Congreso de Angostura bajo tal perspectiva, se aprecia el cabal sentido de aquello que expresa a los legisladores, cuando les manifiesta: «...Vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error y por incentivos nocivos...», y profundizando en esta dirección, corona sus proposiciones de ordenamiento político y administrativo, recomendando la constitución de un nuevo poder público, el Poder Moral para que cuide de la primera educación del pueblo. Dentro de esta línea de crear las instituciones educativas del nuevo Estado y de orientarlas a los fines republicanos, se seculariza la dirección de la instrucción pública al decretar el 21 de junio de 1820 que el gobierno de los planteles cualquiera que haya sido el origen de su establecimiento pertenece al poder público de la República. En 1824 con la instalación de Joseph Lancaster en Caracas, Bolívar abriga la esperanza, de que con la presencia de este notable educador se inicie la materialización de sus ideas, ya que ambos coincidían en que la emancipación de las mentes, tarea que solamente la educación puede efectuar «...es la única medida que al parecer falta para coronar las libertades con la plenitud de la gloria y el honor...» Para confirmar esta apreciación sobre la confianza de Bolívar en el poder de la educación para producir cambios de mentalidad, es revelador el diálogo de Bolívar con Hiram Paulding en junio de 1824: «...yo he hecho establecer el sistema lancasteriano en toda Colombia, y eso solo hará a la generación venidera muy superior a la presente...» En 1827 a su llegada a Caracas, el Libertador dedica parte de su tiempo a tomar medidas beneficiosas para la marcha de la educación, entre otras la reforma del régimen estatutario de la Universidad de Caracas y su adecuada dotación rentística, la organización de la subdirección de Instrucción, mecanismo para cuidar de la educación pública, y el apoyo dado al Seminario Tridentino de Caracas. No obstante estos esfuerzos, la situación política y bélica y como consecuencia de ello, el deteriorado estado de la economía, hacían inoperantes las medidas que se ponían en práctica. 
Al reconstituirse la república de Venezuela en 1830, el cuidado de la instrucción se adscribe desde 1830 hasta 1857, al Ministerio de Interior y Justicia, por sí o a través de la Dirección General de Instrucción. Algunos hechos significativos sobresalen durante estos 27 años, tales como: a) promulgación de la Constitución de la República, en 1830, de orientación centro-federal: esta Constitución asignaba responsabilidades diferenciadas en materia de educación, tanto al Gobierno central como al Gobierno provincial, correspondiendo al primero promover la educación en colegios y universidades y al segundo, la instrucción primaria. La interpretación de los correspondientes artículos constitucionales (87, numeral 17 y 161, numeral 17), «...tiró una línea de separación fatal que puso a la enseñanza científica bajo la vigilancia y administración inmediata del gobierno y dio a la primaria una intervención exclusivamente municipal...», provocando esto un abandono de la instrucción elemental, por no disponer los gobiernos provinciales y municipales de rentas para el sostenimiento de los planteles; b) creación de los colegios nacionales: entre 1832 y 1842 el Gobierno central decreta la fundación de los siguientes colegios nacionales: el de Trujillo, 1832; el de Margarita, 1833; el de El Tocuyo 1833; el de Carabobo, 1833; el de Coro, 1833; el de Cumaná, 1834; el de Guayana, 1834; el de Barquisimeto 1835; el de Maracaibo, 1837; el de Calabozo, 1839; el de Niñas de Caracas, 1840; y el de Barcelona, 1842; estos colegios se fundaron sobre los bienes de los conventos extinguidos y con el auxilio de un subsidio del gobierno central; c) organización de la Dirección General de Instrucción Pública: este hecho se produjo tardíamente, en 1838; y durante los años de 1830 a 1838 el ramo de la instrucción estuvo a cargo de un oficial en el Ministerio del Interior, pues no había opinión favorable para crear la Dirección General de Instrucción. Juzgaba el Gobierno que, si bien estos cuerpos «...pudieran ser convenientes a la vasta República de Colombia en la extensión de Venezuela, sobre ser impracticable su creación simultánea y uniforme, no haría otra cosa que desvirtuar la acción protectora del Ejecutivo sobre los establecimientos de enseñanza superior, cuya dirección reasume y ejerce por el Ministerio [...] existiendo Colombia, debía haber en Caracas una subdirección de estudios y aunque formada la República de Venezuela; y fijada la capital en esta ciudad, dejaba de existir legalmente aquella; mientras que por las razones expresadas en el párrafo anterior no se ha creado la dirección, ni la academia nacional, ni otros cuerpos semejantes, que con el tiempo puedan plantearse...» La reactivación de la Dirección General de Instrucción comienza oficialmente el 20 de enero de 1836, cuando el presidente José María Vargas plantea la necesidad de preparar una Ley de Instrucción Pública que derogue a la legislación educacional colombiana; sin embargo juzgaba asimilables a la situación de Venezuela, aspectos importantes de la ley colombiana de 1826 sobre organización de la instrucción y concretamente se mostraba partidario de mantener una Dirección General de Instrucción bajo la autoridad inmediata del Ejecutivo para el gobierno de los establecimientos escolares. No cabe duda que la influencia de Vargas y la necesidad del servicio despertaron el interés del vicepresidente en ejercicio de la presidencia Carlos Soublette, para crear la Dirección el 17 de julio de 1838. Este acontecimiento se registra el 17 de julio, designándose a Vargas para presidirla. La Dirección General de Instrucción, que había realizado un trabajo de ordenación y de concientización, funciona hasta 1854, cuando por mandato de la ley y exigencias absorbentes del Gobierno, se centraliza nuevamente en el Ministerio del Interior y Justicia el gobierno de la educación y para el efecto, se crea una sección en aquel Despacho. El ministro del ramo, Simón Planas, explica las razones que privaron para suprimir la Dirección General de Instrucción: «...parece a este Ministerio que al darse una nueva planta a la instrucción en Venezuela, debiera suprimirse aquella, reconcentrando en el gobierno la dirección y suprema autoridad sobre esta materia. El ejemplo de naciones muy adelantadas persuade cuan conveniente es atribuir al jefe de la Administración Pública ese poder superior sobre la enseñanza, y en dichas naciones se ha creado un Ministerio Especial con el título de Ministerio de Instrucción Pública...» De este modo se aprecia que en aquella oportunidad, ya estaba en mente de personeros del Gobierno la creación del Ministerio de Instrucción. En esta época el problema de una instrucción primaria, rudimentaria en su concepción y muy precaria en su existencia, hizo plantear la necesidad de su fortalecimiento como recurso básico llamado a beneficiar a la mayoría de la población, lo que hace proponer al ministro Simón Planas la conveniencia de adoptar en Venezuela el plan seguido en Francia, que divide la instrucción primaria en elemental y superior, comprendiendo la elemental, instrucción moral y religiosa, lectura, escritura, cálculos y elementos de la lengua, que «...satisface completamente el derecho perfecto que tiene el pueblo a que se le eduque, pues por la enseñanza de la lectura, escritura y el cálculo se provee a las necesidades de la vida, y por la instrucción moral y religiosa se satisface a otro orden de necesidades tan reales como aquellas...»; y en cuanto a la primaria superior añade «...los elementos de geometría y sus aplicaciones usuales especialmente el dibujo lineal y mensura; las nociones cardinales de las ciencias físicas y de la historia natural aplicables a los usos de la vida; y los elementos de la historia y de geografía con especialidad de la historia y geografía del país...» También planteaba el ministro Planas rectificar el ordenamiento administrativo y la orientación que se daba a los colegios y universidades, encauzándolos por el camino que sugirió en su momento Cecilio Acosta; d) promulgación de la Ley de Educación: esto tuvo lugar en 1843 con la promulgación del Código de Instrucción, proyecto que fue preparado por la Dirección General de Instrucción; e) secularización de la Universidad: por ley se decreta la separación de la Universidad de Caracas del Seminario.
En el quinquenio que va de 1858 a 1863, el ramo de la instrucción está bajo el cuidado de la Secretaría de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública, como consecuencia de la reordenación administrativa de que fue objeto la administración pública por ley del 25 de marzo de 1857. Es un quinquenio en el que se acentúa la precariedad de la educación nacional, que la conduce al grado de postración. Al examinar las Memorias de la Secretaría del Exterior, durante el período indicado, el balance que se observa es muy desfavorable, al extremo que en 1861, la Memoria guarda silencio sobre el estado de la instrucción primaria y Francisco González Guinán recuerda que en sólo «...determinadas poblaciones o ciudades había algunas escuelas Municipales y particulares...» Sin embargo, es importante destacar el informe que presenta al Congreso de 1858 el secretario de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública, Jacinto Gutiérrez, sobre el estado de los asuntos de su competencia; «...ningún dato más ha tenido el Gobierno después de lo que expuso en las Memorias del Interior en 1856 y 1857, sobre el importantísimo ramo de educación primaria...»; y agrega más adelante entre las causas del empobrecimiento de las rentas de la instrucción pública, la negativa de los propietarios de fincas a cancelar sus obligaciones por la pérdida de la mano de obra esclava y manumisa que redujo la producción, por la escasez de brazos debido al estrago que causó en 1855 y 1856 el cólera entre la población, y por la desmoralización de los pocos que quieren trabajar. El informe de Jacinto Gutiérrez analiza el hecho educacional venezolano con sutileza, penetra en la raíz de muchos de los males que lo aquejan y observa el desequilibrio que se produce en la sociedad por el poco interés que en la práctica se manifiesta por el progreso de la educación elemental y el énfasis puesto en los centros de educación universitaria. En el Ministerio de Fomento se cuidará de los asuntos educacionales entre el 25 de julio de 1863 y el 24 de mayo de 1881, con un paréntesis entre el 26 de julio de 1873 y el 6 de junio de 1874, cuando por razones de organización, dichas funciones pasan a cargo del Ministerio del Interior y Justicia.
Durante estas 2 décadas la instrucción vive 2 momentos diferentes: el uno, decadente; el otro, con Antonio Guzmán Blanco, de repunte y ascenso. En cuanto al primer momento el secretario de Fomento en la exposición que hace en la Asamblea Nacional de Venezuela en 1863, no refiere ninguna actividad relacionada con la instrucción pública popular, como si ésta hubiese desaparecido. Y en materia de educación superior, refiere algunas medidas superficiales «...para reparar las cosas al estado que tenían el 15 de marzo de 1858...», pues «la mano atentatoria de dos dictaduras», decía, lo había trastornado todo. Entre estas medidas cabe citar las que dispensan las faltas y notas penales en que habían incurrido los alumnos de las universidades de Caracas y Mérida, como consecuencia de los acontecimientos políticos y militares ocurridos durante la Guerra Federal. La radiografía sobre el estado del país y de su educación durante aquellos días, se puede apreciar en el intercambio de cartas entre el rector de la Universidad de Mérida y el ministro de Fomento. En efecto, el rector por comunicación del 15 de julio de 1863 solicita al Gobierno el pago de parte de lo que se adeuda a la Universidad desde 1848, y expresa a renglón seguido que «...tan benéfico plantel se ve próximo a expirar participando en mucho de la miseria espantosa que caracteriza la presente época...» El ministro expresa al rector, el 17 de septiembre de 1863, que «...le causa extrema pena, no poder disponer inmediatamente que se le abone el todo o parte de lo que se le adeuda [...] el gobierno vé y palpa lo que pasa y no puede poner remedio inmediatamente a los males, porque ésos provienen de la guerra, y la guerra amenaza todavía con todas sus calamidades...» No obstante lo anterior, al final de la misma década, en 1868, el ministro de fomento Nicanor Borges reactiva algunas iniciativas, siendo la más importante la presentación al Congreso de un proyecto de ley sobre instrucción pública que indudablemente contribuyó, junto con otras iniciativas expresadas en los periódicos y en otras tribunas, a crear condiciones para fecundar la iniciativa que aparece 2 años más tarde, la promulgación del decreto del 27 de junio de 1870 por Guzmán Blanco, para universalizar la educación primaria en forma gratuita y obligatoria. En cambio en la década de 1870, si bien las luchas y revoluciones no se erradican del panorama nacional, una nueva tónica muy favorable a la educación se manifiesta a nivel gubernamental, de modo que en 1873 se expresaba, lo que era voz pública, que la educación «...como asunto de interés nacional no había ocupado en Venezuela la atención de ningún gobierno anterior al presente...» Este esfuerzo cumplido consagra al presidente Guzmán Blanco como el creador de la escuela pública nacional; y se materializa al final del Septenio, en 1877, con la cifra de 1.146 planteles y una matrícula de 52.191 alumnos, y crea las condiciones necesarias para que el 23 de mayo de 1881 aparezca en el cuadro de la administración pública un nuevo ministerio, el de Instrucción Pública, cuya creación se justificaba «...para atender con singular esmero al desarrollo de las ramas que la componen, imprimir mayor impulso a sus fuerzas generadoras, levantar más aún los resultados adquiridos, y hacer más rápida, vigorosa y expedita la acción del gobierno federal en la extensa esfera de la enseñanza que hoy se difunde en la República. Mucho [decía el ministro Aníbal Domínici] se ha andado en este camino desde aquellos tiempos, en que el Poder Nacional contribuía con una pequeñísima suma, de ordinario insegura, para sostener algunos colegios en las antiguas provincias, en que la instrucción científica estaba como clausurada en las universidades de Caracas y Mérida, y en que la instrucción primaria, reducida a los más elementales rudimentos, se ofrecía apenas en algún plantel municipal o particular, únicos gérmenes del porvenir, conservados con duros sacrificios y sujetos a desaparecer las más de las veces con las vicisitudes de la política en la inclemente atmósfera de nuestras pasadas guerras intestinas...» En cuanto a la Universidad, no obstante el problema de sus fincas, recibió impulso renovador con las iniciativas de Adolfo Ernst y de Rafael Villavicencio.
Al analizar el proceso de formación del sistema educativo venezolano, se evidencia que las vicisitudes del mismo han ido aparejadas a las propias del devenir político, las contingencias de éste han repercutido muy sensiblemente en el cuerpo educacional y han dejado profundas huellas. Con Guzmán Blanco el fomento de la instrucción popular, con las limitaciones que existían se siente; pero en la medida en que se eclipsa del cielo político su figura, también se debilita el esfuerzo en pro de la instrucción, como si la suerte de la instrucción estuviese unida a la suerte del caudillo. En marzo de 1884 al finalizar su mandato, Guzmán Blanco deja una inscripción de 92.661 alumnos que acudían a 1.778 planteles populares. A Guzmán Blanco le sucede Joaquín Crespo para el bienio 1884-1886, y este mantiene en materia de política educacional, la misma tendencia que se observa en el Quinquenio, cumpliendo de esta manera la promesa de lealtad política al jefe del Partido Liberal. Una iniciativa que se pone en funcionamiento en aquel bienio fue la Escuela Politécnica «...con el propósito de imprimir a la instrucción un giro eminentemente práctico que asegure el más pronto desarrollo de intereses industriales del país...» A nivel de la educación universitaria, se exhibe la habilitación o acreditación de estudios realizados al margen de las formalidades pedagógicas tradicionales, primera experiencia en el país de la hoy llamada «educación a distancia» o «abierta». Para apreciar el estado de la renta de la instrucción pública, es significativo recordar que en 1885 el gobierno de Crespo acudió a la caja de la renta de instrucción para obtener el crédito que le permitiera sostener parte de la movilización militar que requería para sofocar una nueva intentona revolucionaria, y dentro de esta compleja situación político-militar el ministro de Instrucción Pimentel expresaba que el ramo no sólo se había conservado sino que había hecho progresos notables. En efecto, el número de escuelas primarias en 1885, había ascendido a 1.934 con una matrícula de 96.868 alumnos. Este ritmo ascendente corre peligro en 1888 cuando el presidente Juan Pablo Rojas Paúl no incluye entre sus objetivos de política el tema de la educación; sin embargo su ministro de Instrucción Pública expresará que entre los asuntos preferentes del nuevo Gobierno está el de atender «...la libérrima institución que fundara el general Guzmán Blanco con su inmortal decreto de 27 de junio de 1870...», lo que se hermana con la disposición del presidente Rojas Paúl de «...traer a la Universidad la ciencia moderna, cueste lo que costare, y deducir de ella todas las aplicaciones fecundas que pueda ofrecer para complementar nuestro progreso intelectual, moral y material...»
Durante 1889 se consumará el «entierro político de Guzmán», y es el momento cuando aparece una juventud ilustrada, y políticamente animada que clama por un nuevo estado de cosas. Fue un año de lucha política continuada al extremo que el presidente Rojas Paúl al engolfarse en la crisis abandona la atención de otros sectores de la administración, y lo reconocerá al expresar que la instrucción pública si bien requiere de una reforma total, otros asuntos han requerido la atención del Gobierno y «...no ha podido como quería, llevar a cabo aquella reforma. Alguno de los Presidentes [dice] que me suceda será más afortunado en este particular...» Este deseo de buena fortuna no tuvo resonancia, y la educación queda como a la espera; otro es el interés que concentra la atención de los políticos. A partir de este momento la educación venezolana acentuará su paso vacilante, como lo hace el cuerpo social venezolano. En lo cuantitativo su estado se hará estacionario y al final de la década decreciente; y en lo cualitativo es lánguido, no obstante las proposiciones de reforma que el presidente Raimundo Andueza Palacio propone al Congreso, que no tienen la suerte de materializarse, según revela el propio ministro de Instrucción Eduardo Blanco. No obstante la situación política imperante, a mediados de aquella última década del siglo XIX se plantearon ideas renovadoras para la educación y al efecto se convocó un Congreso Pedagógico en 1895 con una nutrida agenda donde prácticamente se agotaban los asuntos de mayor interés para la educación, pero en el seno del mismo se radicalizaron las ideas, especialmente aquéllas relacionadas con la escuela laica y la enseñanza religiosa, y tales extremos dieron al traste con la iniciativa del Congreso, la cual no tuvo conclusiones. En el último quinquenio del siglo XIX un franco descenso se observa en la educación nacional, no obstante que existían en el país 4 universidades con 1.963 alumnos; sin embargo, el número de las escuelas federales había descendido a 928, con una inscripción de 40.000 alumnos y un promedio de asistencia de 27.340 efectivos; había además 22 colegios federales y 9 institutos especiales. Esta situación se acentúa hacia abril de 1898 cuando se moviliza el recurso de la guerra, a lo que se une la viruela que diezma a la población.
Triunfante en 1899 la Revolución Restauradora, el jefe de la misma, general Cipriano Castro, se apresta a señalar ante la Asamblea Constituyente reunida en 1901 que «...el decreto civilizador de 1870 habría necesitado para dar sus frutos ubérrimos, una larga era de sólida paz y de acción serena de la vida republicana...» Pero la paz nunca llega y en 1902 el presidente Castro expresa al Congreso que el mensaje que presenta refleja «...la triste y cansada historia de nuestras luchas intestinas...» Por su parte, el ministro de Instrucción Tomás Garbiras lamenta entonces que la guerra le impedía realizar la obra que deseaba. En 1908, con el arribo del vicepresidente Juan Vicente Gómez al poder éste designa a Samuel Darío Maldonado para ocupar el Ministerio de Instrucción, quien al iniciar una etapa con otras características, pone fin al ciclo guzmancista en la educación venezolana. Durante este nuevo ciclo que se inicia en 1908 y concluye en 1935 se realizan esfuerzos dirigidos a la organización de la escuela graduada, a la conformación definitiva de la educación secundaria, a la uniformidad del régimen de estudios por la puesta en vigencia de planes y programas, a la institucionalización del Estado-Docente, a iniciar la educación preescolar, las edificaciones escolares y la extensión universitaria, que son medidas que perfilan la estructura del actual sistema educativo venezolano. Estos esfuerzos se procuran dentro de un criterio restringido de expansión educacional.
En 1936, bajo un clima esperanzador se inicia un nuevo ciclo en la educación venezolana. Corresponde al presidente Eleazar López Contreras dar cauce a las nuevas exigencias; y al efecto estas conforman el llamado Programa de Febrero que esboza las directrices para la acción de gobierno. En materia de educación se proyecta «...la organización de la educación nacional, con el fin de poner a los diversos grupos de nuestro pueblo en condiciones de afrontar con suceso la lucha por la vida, y de nivelarnos con los pueblos más adelantados, es una de las tareas que el gobierno considera como fundamentales...» Las escuelas valen lo que valgan los maestros y en tal virtud es indispensable que el Estado atienda, en primer lugar, a la formación de los docentes. En este ramo, el plan de gobierno comprenderá: la lucha contra el analfabetismo; nueva orientación a las escuelas normales; organización de la educación preescolar y de la educación primaria en función de las necesidades de cada región; escuelas primarias experimentales; construcción de edificios escolares; divulgación cultural; protección de la iniciativa privada que tienda a establecer la educación popular; establecimiento de bibliotecas; educación física, deporte y recreación; reorganización de la educación secundaria en vista de la formación del carácter y de la adecuada preparación científica para el ingreso a las universidades y escuelas técnicas; creación de un Instituto Pedagógico para la preparación del profesorado medio; creación de institutos técnicos adecuados a las necesidades de cada región; reorganización de las universidades de Caracas y Mérida, con inclusión de facultades de Ciencias Económicas y Sociales; estudio de un sistema que salvaguarde los intereses superiores del Estado y asegure al mismo tiempo la autonomía de las universidades en lo concerniente a su régimen interno; creación de un Instituto Politécnico y de un Consejo Nacional de Investigaciones. La materialización de estos proyectos se inició de tal modo, que el presidente Rómulo Gallegos dirá ante el Congreso el día 29 de abril de 1948, que es «...justicia reconocer que el régimen político iniciado en el octubre revolucionario encontró en materia de educación nacional buena obra ya en marcha...» El presidente Gallegos, como educador que era, llega a la Presidencia de la República con grandes compromisos para con la educación y promete hacer de ésta, junto con la sanidad y con el abastecimiento la «...preocupación predominante, una y trina...» del Gobierno porque, decía, las deficiencias en estos aspectos «...han quebrantado la salud y el vigor de la Nación...» Durante el trienio 1945-1948 se hicieron esfuerzos importantes para universalizar la educación y mejorar su calidad, a través de una nueva estructuración del sistema educativo, basada en la tesis de la escuela unificada, animada por el ministro Luis Beltrán Prieto Figueroa, que se tradujo en una Ley Orgánica de Educación aprobada en 1948. Se dictó el estatuto orgánico de las universidades, paso importante para conformar en el país un subsistema de educación universitaria, al definir la función universitaria como una en toda la nación. Lamentablemente este esfuerzo educacional del trienio no fructificó, pues se fecundaba en medio de radicalismos conceptuales, que restaron impulso a la obra y menguaron sus resultados, y al fin un golpe de Estado, a finales de 1948, interrumpió el proceso iniciado. Como consecuencia de la expansión educacional del trienio, nuevos docentes sin los títulos correspondientes se incorporaron al magisterio, lo que obligó a proyectar políticas de profesionalización para mejorar la calidad del servicio. Corresponderá al ministro Augusto Mijares profundizar en la idea y crear al Instituto de Mejoramiento Profesional, junto con la revista Tricolor creada como recurso didáctico al servicio de la niñez venezolana. Durante el período que va de noviembre de 1948 a enero de 1958, 2 cuestiones caracterizan la gestión educacional: el plan nacional de edificaciones escolares, ejecutado dentro de la política de infraestructura física que impulsaba aquel gobierno, y la apertura de universidades privadas. El año 1957 concluye con un déficit escolar desalentador, que el gobierno del presidente Rómulo Betancourt afrontará, de modo que al verse satisfecha la meta prevista para fines de 1959, el ministro Rafael Pizani expresa «...ya hemos logrado ser millonarios en escolares...»
Al observar el proceso evolutivo del sistema educativo durante estos últimos 25 años, se aprecia en primer término que el mismo se desenvuelve sobre un escenario político homogéneo, cual es la plena vigencia del sistema democrático, y que si bien se han alternado en la dirección política del Estado, partidos políticos de distinto signo ideológico, la pasión por la educación los ha identificado y los esfuerzos en este sentido han sido crecientes. La estadística señala que para el año escolar 1982-1983, Venezuela tiene en funcionamiento 15.950 planteles (13.997 oficiales y 1.953 privados) con una matrícula de 4.746.037 alumnos (4.077.750 en los planteles públicos y 668.287 en los privados); atendidos por 207.721 docentes (174.073 oficiales y 33.648 privados). El esfuerzo del Estado ha sido respaldado para el mismo año por un presupuesto legislativo por el orden de Bs. 15.595.000.000. El esfuerzo cuantitativo indicado ha sido acompañado de importantes reformas cualitativas que se han referido a todos los aspectos del sistema educativo, pero con limitado rendimiento. Una nueva Ley Orgánica de Educación, promulgada en julio de 1980 por el presidente Luis Herrera Campins, contiene las directrices ordenadoras del sistema. Una comisión de alto nivel encargada de evaluar el sistema educativo venezolano en su totalidad y de proponer las reformas necesarias para mejorarlo fue designada durante la gestión del presidente Jaime Lusinchi (1984 -1989). Las propuestas se presentaron pero no hubo decisión al respecto



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