Tradiciones
y Costumbres
Geografía
histórica de Venezuela
La contribución básica de la geografía histórica
consiste en explicar las diversas correlaciones que se
establecen entre los factores espaciales y los
procesos históricos. La historia no se proyecta únicamente
en el tiempo, se sitúa simultáneamente en el
espacio. Los factores espaciales son dinámicos y
cambiantes, por lo que no se puede concebir un marco
geográfico inmutable que sirva de paisaje estático
en el desarrollo histórico. Los escenarios geográficos,
aprehendidos como plural soporte espacial, van
cambiando y transformándose con la acción histórica,
económica y cultural de los grupos humanos. Por ello,
la geografía histórica puede ser conceptualizada
como una geografía humana retrospectiva. La historia
de Venezuela se ha proyectado en variados y cambiantes
espacios geográficos, visualizándose cambios en los
paisajes naturales, tanto de transformaciones
positivas como de regresiones y deterioros
ambientales. La heterogeneidad territorial del ámbito
intertropical ha incidido diferencialmente en modos de
poblamiento, tipos de usos de la tierra y otros
recursos naturales, infraestructuras de
comunicaciones, jerarquización y tipos de hábitat
urbano y rural, estructuración regional y varios
otros tópicos. Sin caer en estereotipadas visiones
deterministas, se puede afirmar que los variables
ambientes geográficos del país han tenido una
singular importancia en la explicación del proceso de
diferenciación de ocupación y uso de los espacios
venezolanos, desde antes de la llegada de los
conquistadores españoles hasta la historia contemporánea.
Cambios y repliegues de los escenarios geohistóricos
Los panoramas geohistóricos venezolanos deben ser
aprehendidos en espacios geográficos mucho más
extensos que los que han llegado con 916.445 km2 a la
historia contemporánea. En los siglos coloniales y
hasta el último decenio del siglo XIX, la historia
nacional se proyectó en espacios virtualmente
mayores. Como lo ha expuesto Manuel Pérez Vila, apoyándose
en el censo de 1891, la superficie que le correspondía
a Venezuela era de 1.555.741 km2, con las expresiones
territoriales en espacios concretizados en la región
del Esequibo en el Sur-Oriente, como hacia el
Sur-Occidente en las tierras del Meta y hacia el
Norte-Occidente en los paisajes de la Guajira. El
repliegue territorial de los tradicionales escenarios
geohistóricos fue sancionado por los laudos de Madrid
(1891) y de París (1899) que según el citado
historiador, cercenaron en más de una tercera parte
el territorio venezolano. A este respecto, son de
especial importancia las investigaciones que analizan
el proceso de contracción de estos escenarios geohistóricos
nacionales. Entre ellas, destacan obras de documentación
acuciosa como las de Pablo Ojer, que han demostrado la
importancia de este proceso de mutilación
territorial. Además, en la reconstrucción de los
cambios del pasado de los escenarios geohistóricos
del país, sería necesario tener presente una
adecuada interpretación cartográfica temática,
faltando obras de este tipo que no deben ser
confundidas con numerosas recopilaciones y/o
reproducciones de piezas cartográficas antiguas. En
cambio, hay otras contribuciones que posibilitan
seguir los cambios toponímicos en los escenarios
geohistóricos nacionales. En los diversos escenarios
geohistóricos regionales, se concretizan cambios en
fronteras internas vivas, que expresan vivencias
culturales específicas.
Espacios repulsivos a la implantación geohistórica
Desde el inicio de la conquista hispánica, la
implantación geohistórica permanente fue soslayando
algunos espacios, que por sus características geográfico-físicas
de suelo, clima, relieve, vegetación o accesibilidad
no fueron favorables a ellos. En estos espacios
repulsivos sólo se experimentó algún escaso y poco
denso asentamiento y/o poblamiento, ocasional e
intermitente, en función del aprovechamiento
extractivo de algunos de sus recursos naturales. Este
proceso se observó en las islas caribeñas de Aruba,
Bonaire y Curazao, donde las limitantes de extremada
aridez por la constante presencia de los vientos
alisios, junto a la elevada evaporación y altas
temperaturas, las convirtió en «islas inútiles»
para el poblador hispánico, que con anterioridad sólo
aprovechó, muy de vez en cuando, sus escasos recursos
naturales y las privó de su población autóctona. La
indiferencia de los españoles en la implantación
sostenida en los secos ambientes de las Antillas
Menores de Sotavento, posibilitó, junto a otros
factores, la conformación de enclaves de otras
potencias coloniales en la ocupación de Curazao,
Aruba, Bonaire, Granada. Procesos de poblamiento
intermitentes por pescadores f del siglo XIX, junto a
oportunas intervenciones del Gobierno de Venezuela,
impidieron que enclaves insulares de campamentos
mineros de guano y fosfato por compañías
estadounidenses y otros tipos de implantación de
otras naciones europeas con intereses antillanos,
expoliaran la soberanía de las islas venezolanas en
el Caribe, tanto en los grupos continentales sobre la
plataforma, como las de mar afuera. La aridez extrema
también fue factor de la débil densidad de población
en la Guajira, Paraguaná, sector occidental de Coro y
Araya. Las altitudes extremas, sobre los 3.000 m, no
favorecieron el poblamiento denso, como se observa en
los sitios parameros de frío isotermo, y lo
impidieron absolutamente en los sitios de clima de
nieve de alta montaña en el piso gélido de la Sierra
Nevada de Mérida. La dificultosa penetración en la ríspida
topografía y densas selvas de las tierras de la
sierra de Motilones hizo rechazar el poblamiento
consolidado, siendo lugar de refugio de indígenas
motilones. Los pobladores hispánicos también
soslayaron el poblamiento en los sitios de excesiva
humedad y pluviosidad. Los paisajes de densas selvas
siempre húmedas, acompañados con altas temperaturas,
rechazaron un poblamiento sostenido en áreas
cenagosas en el delta del Orinoco, sur de la depresión
del lago de Maracaibo, selvas de San Camilo y
Ticoporo, sólo cruzadas por picas ganaderas, siendo
percibidas además como sitios insalubres. Sólo
implantaron en estas áreas en los sitios de mayor
accesibilidad, un poblamiento esclavista que posibilitó
aprovechar algunas de estas condiciones edafológicas
y climatológicas en plantaciones cacaoteras, como se
observó en Barlovento, depresión del Yaracuy y La
Ceiba, en Maracaibo. En estos sitios fue notorio el
ausentismo de la población blanca de sus propiedades
rurales, lo que contribuye a explicar la mayor
raigambre de un poblamiento negro. Incluso en las áreas
guayanesas y amazónicas, su clima tropical lluvioso
de selva fue rechazado por implantaciones permanentes,
salvo enclaves militares y establecimientos
misionales, lo que permitía la persistencia de
poblamiento indígena. Los escasos poblamientos de
origen hispánico se repartieron en las riberas del
Orinoco y del Guainía-Río Negro, permaneciendo vacío
el hinterland selvático, salvo por enclaves de
exploración aurífera, sarrapiera y cauchera en el
siglo XIX. También fue escaso el poblamiento de
origen hispánico en los llanos bajos inundables de
Apure, en especial bajíos y esteros; coetáneamente,
permanecieron vacíos vastos espacios del Meta y áreas
sabaneras. El abandono del poblamiento efectivo en
estas vastas zonas más alejadas y poco accesibles,
desde la zona del poblamiento consolidado del litoral
y tierras altas, facilitó en el siglo XIX el avance
de otras naciones en la usurpación de parte del
territorio nacional.
Condiciones geográfico-físicas en la penetración y
circulación territorial
La penetración del territorio y ulterior trazado de
algunas vías fundamentales en la circulación
regional y nacional, fueron condicionadas en gran
medida por algunos accidentes geográfico-físicos,
que al imponer sus líneas directrices conformaron
ejes de penetración. Entre ellos destacan: valles,
pasos montañosos, conformaciones piedemontanas, vías
fluviales naturales. De especial significación en las
primeras entradas al hinterland han sido los puntos de
apoyo costero que se expresaban en el emplazamiento de
puertos naturales de condiciones favorables para las
operaciones marítimas de la época, como Borburata,
La Vela de Coro, Cumaná, Barcelona y otros. La
evolución de los tipos de embarcación y cambios
tecnológicos, lograron superar estas condiciones
naturales, abriéndose mayores posibilidades
portuarias con la creciente artificialización en los
sitos adecuados. En la geografía de la circulación y
de relación de tráfico entre las regiones centrales
y andinas, tuvo un gran papel el valle del río
Momboy. Coetáneamente, y hasta finales del siglo XIX,
fue fundamental la conexión fluvio-lacustre del
sistema de los ríos Zulia-Catatumbo y Escalante y
lago de Maracaibo; para los tráficos entre el
exterior, occidente de Venezuela y Andes
colombo-venezolanos, facilitándose en las tierras
altas las comunicaciones binacionales por los espacios
de menor altitud de la depresión del Táchira. En el
interior de la región geohistórica de los Andes, ha
sido fundamental en el proceso de circulación
interna, la presencia de grandes valles longitudinales
formados por fosas de hundimiento y por líneas de
fallas, paralelas a las principales sierras andinas.
Las arterias de comunicación desde el siglo XVI hasta
la actualidad, han aprovechado estas fosas para
desarrollarse. En esta categoría se encuentran los
valles formados en estas depresiones por los ríos
Mocotíes, La Grita, Uribante, Chama, Motatán, Santo
Domingo. La penetración andina hacia las tierras
apureñas se vio facilitada por el aprovechamiento del
sistema fluvial del Uribante. El piedemonte
andino-llanero fue humanizado tempranamente por vías
tradicionales, que sirvieron a un rosario de
establecimientos dispersos que se fueron sucediendo
desde Santa Bárbara, Pedraza, Barinas, hasta
Araure-Acarigua. Esta ruta se aprovechó modernamente,
en la década de 1960, para la carretera Valencia-San
Cristóbal. Más tardíamente, en el siglo XX, se logró
estructurar en el piedemonte andino-lago de Maracaibo,
una ruta continua, expresada en 1953 con la construcción
de la carretera Panamericana. En el tramo central de
la cordillera de la Costa, la implementación geográfico-histórica
se facilitó por un corredor natural que separa las
estribaciones abruptas de las serranías del litoral y
la del interior, marcado por la depresión del lago de
Valencia y valles de Aragua, valle de Caracas, valle
del Tuy. Esta cordillera puede ser abordada en la
sierra del litoral, desde el mar Caribe, por pocos
pasos naturales, destacando los formados por el surco
de Las Trincheras, empleado para comunicaciones de
Valencia con Puerto Cabello y el surco de Tacagua, que
ha sido utilizado tradicionalmente por todas las
comunicaciones de Caracas con La Guaira. En cambio, ha
sido más fácil la comunicación a los altos llanos
centrales por la serranía del interior, diseñándose
aquí la conformación de las influencias valenciana y
caraqueña por las abras naturales de La Puerta, de
Villa de Cura y el valle de Orituco. La presencia de
estas abras, transformadas por el empleo de diversos
tipos de caminos, ha contribuido de manera decisiva al
desarrollo del corredor interno de estas ubérrimas
tierras centrales altas, que, de otra manera, se
encontrarían aisladas. La inmensidad de los espacios
sabaneros constituyó, en el transcurrir histórico,
un obstáculo para las conexiones económicas y el tráfico
humano entre la franja norte-costera, llanos y región
guayanesa. En los llanos bajos, las inundaciones periódicas
hicieron valorizar diferencialmente bancos y médanos,
sitios más altos que no se inundan, siendo lugar de
refugio de hábitat humano, ganadería y sitio de
emplazamiento de caminos locales. Las funciones del río
Orinoco en las comunicaciones, entroncando con el
sistema del Apure y otros, culmina, desde mediados del
siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX, como ruta de
importancia en el intercambio de productos
piedemontanos, llaneros y guayaneses con mercancías
introducidas por el Atlántico. Salvo en Angostura
(Ciudad Bolívar), no se lograron implantar en sus
riberas establecimientos de magnitud, observándose
pocos caseríos de existencia lánguida e incluso
muchos extinguidos. A este respecto, tanto en las
modalidades del tráfico de navegación interna como
en la constitución de la morfología paisajística de
hatos, caseríos y puertos fluviales, tuvieron
incidencia los grandes cambios estacionales del régimen
hidrológico del río con su ritmo anual de creciente
y bajante. El apogeo del tráfico fluvial venezolano,
aprovechando básicamente el sistema del Apure y de
otros ríos inmediatos de gran caudal, que tributan
directamente al Orinoco, se observó desde los
primeros decenios del siglo XIX hasta los primeros del
actual, cuando se estructuraron en una arteria vial
natural de importancia. Este tráfico en el sistema
apureño, explica el surgimiento decimonónico de
numerosos pequeños puertos en las riberas del Apure y
sus afluentes. Estos puertos se constituyeron como
modestos asentamientos de unos pocos centenares de
habitantes, quienes en un alto porcentaje vivían de
la carga y descarga de mercancías o se contrataban
como bogas. Es el caso, entre otros, de Apurito,
Puerto Periquera-Guasdualito, San Vicente, Bruzual,
Quintero. De especial significación fue el
aprovechamiento de las condiciones hidrológicas apureñas
y de ventajosas situaciones geográficas en referencia
al hinterland en el crecimiento de Puerto Nutrias y
San Fernando de Apure. Simultáneamente, tuvo gran
importancia la utilización de otros ríos como el
Arauca, el Masparro, el Santo Domingo y el Boconó. El
puerto de Torunos en el río de Santo Domingo,
posibilitaba el tráfico entre las tierras de Barinas
y el sistema fluvial del Apure, siendo jalonados por
otros puertos, como también se observaba en el río
Guanare y en el río Portuguesa. Estos ríos apureños
y los afluentes que se desprenden de las vertientes
andinas vertebraban los llanos del sur con el puerto
de Ciudad Bolívar, y gracias a estos ríos, las
mejores comunicaciones en estas regiones, cuando aún
no se había iniciado la era de las carreteras, eran
las del llano, gracias a sus vías fluviales. Incluso
en sitios interiores, la ruptura del tráfico fluvial,
con el incremento de trasbordos, favoreció el
emplazamiento de puertos como El Baúl, en la
confluencia de los ríos Cojedes y Tinaco. En otras
regiones también se aprovecharon secciones de algunos
ríos para la navegación fluvial menor, como se
evidenciaba en los tráficos del bajo río Tuy, en el
bajo Tocuyo, en el bajo Unare, en el Aroa y en el
Yaracuy. Fueron canales naturales que contribuyeron a
la circulación local. De esta manera espontánea se
fue consolidando un sistema de navegación fluvial que
sirvió a una fracción importante del territorio
venezolano. Sin embargo, desde los últimos años del
siglo XIX y primeros del actual, esta navegación
fluvial fue reduciendo su significación por la
competencia de los ferrocarriles y la construcción de
carreteras con la irrupción del tráfico automotriz.
A ello se agregó posteriormente, el abandono del
cuidado de las vías fluviales, su embancamiento y
descenso del caudal de la mayor parte de los ríos, al
ser derivadas parte de sus aguas para el riego,
abastecimiento de agua potable y otros servicios, además
de las consecuencias de las talas y quemas de la
vegetación de las laderas inmediatas.
Espacios diferencialmente hollados se expresan en una
singular geohistoria del poblamiento
En la inmensidad territorial venezolana, la huella
histórica, salvo en sitios específicos, se marca
levemente. Durante todo el período de la dominación
hispánica y la mayor parte del período republicano,
Venezuela fue un país subpoblado, que hasta mediados
del siglo XIX bordeó una densidad media global de
apenas 1 h/km2, subiendo luego paulatinamente hasta
culminar en 1891 a 2,55 h/km2. Obviamente, estas
cifras elementales encubren una gran heterogeneidad en
la repartición geohistórica del poblamiento a escala
regional, aunque ha sido una constante el dominio de
grandes espacios sin poblamiento efectivo. Con estas
escasas densidades poblacionales, la huella humana fue
débil, dominando en mayor parte del territorio los
espacios vírgenes o apenas hollados; ella sólo se
marcó fuertemente en los espacios centrales,
occidentales y orientales, lindantes con el mar
Caribe, y con los espacios montañosos de la
cordillera de la Costa y de la cordillera de los
Andes, que se consolidaron como el polinúcleo
tradicional de la nación. En estos variados polinúcleos
del poblamiento tradicional venezolano, los diversos
factores diversificadores geográfico-físicos
contribuyeron, hasta finales del siglo XIX y primeros
decenios del XX, a fragmentar regionalmente la geografía
humana del país. Ello se debe, entre otros factores,
a que las fuerzas de implantación históricas tendían
a tomar modalidades locales por una convergencia de
motivos de dispersión y aislamiento, por la
contrastada y ríspida orografía, barreras climáticas
y vegetacionales, vastedad territorial y deficientes
comunicaciones. A partir del siglo XVI, los paisajes
humanizados de ciudades y campos se estructuraron y
consolidaron, sin grandes cambios globales en su
situación original geohistórica, en una fracción
del espacio venezolano que corresponde a la franja
litoral abierta al mar Caribe y tierras altas y
sabaneras inmediatas, a pesar de traslados del sitio
del emplazamiento de varios núcleos de gestación
urbana, mientras que el resto del territorio sólo se
matizaba por intentos fallidos de poblamiento
permanente o por la irrupción de un poblamiento de
corrientes misionales o asentamientos de implantación
espontánea en hatos y conucos. Estos espacios
vivificados por un poblamiento permanente no obran
como territorios continuos y articulados en el
conjunto nacional, al repartirse en forma esparcida y
aislada en sus respectivas regiones históricas. Esta
puntilleada distribución geohistórica, que se
expresará ulteriormente en circunscripciones geográficas
administrativas de identidad bien marcada, se arraiga
a través de varias fases de poblamiento que se
suceden desde el siglo XVI al siglo XIX en occidente,
centro y oriente de la vertiente del Caribe, sistema
de los Andes venezolanos y corredor del Apure-Orinoco.
En la vertiente occidental del Caribe, se privilegia
al poblamiento del enclave de la ciudad de Maracaibo y
los sitios estratégicos en la depresión del lago de
Maracaibo, en función de las comunicaciones fluviales
y terrestres con las tierras altas del Perijá,
Guajira y extensos sectores áridos y cenagosos de la
cuenca lacustre. El poblamiento prende en las áridas
fachadas corianas, donde el vetusto establecimiento
urbano de Coro posibilita la consolidación de una
vasta zona de influencias que es marcada por
asentamientos rurales de subsistencia, aun en los
sitios de pronunciada sequedad del litoral coriano de
sotavento y en la península de Paraguaná, avanzando
en una identidad de poblamiento coriano hacia la
sierra de San Luis y sierra de Churuguara; además de
implantarse con firmeza en el litoral coriano
oriental, beneficiado con mayor pluviosidad. Esencial
resulta la irradiación del poblamiento del valle de
El Tocuyo y la depresión de Barquisimeto-Carora,
resolviéndose transicionalmente en la depresión de
Yaracuy. En el tramo central de la vertiente del
Caribe, se consolidaron las mayores densidades de
poblamiento urbano y rural del país. Aquí destacan
los importantes establecimientos de la cordillera de
la Costa en las ubérrimas depresiones interiores,
bien irrigadas y de adecuada pluviosidad, con acogedor
clima y excelentes suelos, expresadas en la cuenca del
lago de Valencia y valles de Aragua, valles del Tuy y
valle de Caracas, que se prolongan transicionalmente
hacia los espacios del emplazamiento de sus puertos de
exportación en Puerto Cabello y La Guaira, y hacia
los espacios litorales utilizados para plantaciones
comerciales de cacaotales en Ocumare de la Costa y
Barlovento. Hacia el transpaís, tramontada la cadena
del Interior, se consolidaron importantes zonas de
influencia valenciana y caraqueña en los espacios
piedemontanos e inmediatos a la citada cadena, y en
los llanos; en particular en los llanos altos
centrales. En el sector oriental de la vertiente del
Caribe, además de los establecimientos insulares
margariteño y trinitario, los asentamientos
permanentes se afianzan preferentemente en los sitios
urbanos y portuarios de Barcelona y Cumaná
privilegiados en su situación de apertura al exterior
y cabeza en la escalada hacia el transpaís, jalonándose
el poblamiento en la depresión de Unare, cuenca de
Cariaco y sectores de la península de Paria. El
poblamiento se establece en los valles de la vertiente
septentrional y penetra, entre otros sitios, por el
valle de Cumanacoa y áreas específicas de la cadena
del Interior, en especial en el macizo de Caripe. El
poblamiento oriental en sabanas, se prolonga
intermitentemente, en particular, a partir del siglo
XVIII, en los parajes de tráfico en las mesas y
llanos de Maturín. En las riberas del Orinoco, un
puntilleado poblamiento guayanés en Upata y áreas de
misiones capuchinas catalanas. Otro sistema
tradicional de poblamiento, de singular importancia,
se distingue en el sistema de los Andes venezolanos,
en especial en los paisajes de la cordillera de Mérida,
depresión del Táchira, surco Chama-Mocotíes y
comarcas transicionales de Trujillo. Los climas
temperados de altura y las condiciones más favorables
de salubridad y arraigo de cultivos tradicionalmente
mediterráneos, a los que se agregan los de origen
andino, contribuyen a explicar el vigor del
poblamiento andino. Desde el siglo XVII se visualizan
prolongaciones de establecimientos rurales y urbanos
en la franja piedemontana andino-llanera, destacando
el papel irradiador de Guanare y Barinas, prolongándose
su zona de influencia en el alto llano occidental.
Esta geografía histórica del poblamiento colonial
tiene grandes cambios en el siglo XIX por las secuelas
de la emancipación, guerras de federación y el
guzmanato. Debilidad y fragilidad caracterizan el
poblamiento venezolano durante este siglo, debido a
que enfermedades y hambrunas frenan un mayor índice
de crecimiento demográfico interno, al incidir en un
alto índice de mortalidad. En los diversos escenarios
geográficos, las epidemias de paludismo, fiebre
amarilla, cólera, se suceden frecuentemente y las
enfermedades carenciales, por deficiencia en la dieta
alimenticia, como el escorbuto, son una constante en
paisajes urbanos y rurales. Coetáneamente fracasan
todos los intentos de colonización foránea, salvo el
de la Colonia Tovar, registrándose sólo
implantaciones espontáneas, que a finales del siglo
estaban concentradas en los paisajes urbanos de
Caracas, La Guaira, Valencia, Puerto Cabello,
Maracaibo, Coro, Cumaná, Carúpano, en las minas auríferas
del Yuruari, en los paisajes cacaoteros de Paria y
cafetaleros del Táchira. El panorama geográfico
cultural de la fragilidad del poblamiento, se expresa
simultáneamente en la incidencia de situaciones bélicas
y postbélicas de guerras y guerrillas en paisajes
urbanos y rurales: ciudades con barrios incendiados,
pueblos y caseríos expoliados, hatos y haciendas
saqueadas, plantaciones arruinadas, conucos
abandonados, cosechas dilapidadas, ganado exterminado.
Las guerras y las situaciones anárquicas no sólo
inciden directamente en la mortalidad, expresada en
las guerras de la emancipación y de la federación,
sino también en un aumento indirecto de la tasa de
mortalidad, como secuela de hambrunas y desarraigos
por las perturbaciones sociales y las crisis económicas.
En la geografía histórica del poblamiento, la
situación anterior se matiza con la irrupción de
nuevos asentamientos surgidos espontáneamente por
movimientos de colonización criolla. El poblamiento
criollo continúa repartido en forma esparcida y
aislada. Esta puntilleada distribución se explica
debido a que, durante este siglo XIX, no se logra
estructurar una red caminera nacional, manteniéndose
los mismos caminos, picas y senderos del período
colonial, levemente modificados en el período de la
emancipación, salvo las carreteras que se construyen
para servir a los principales puertos agroexportadores
y algunas líneas férreas a fines del siglo. En el
resto del país, cada región continúa virtualmente
aislada, y a su vez, en sus paisajes humanizados
internos, no hay grandes comunicaciones, estimulándose
indirectamente el localismo. Flojos e intermitentes tráficos
se aseguran sólo por vía marítima, el sistema
fluvio-lacustre de Maracaibo y las vías fluviales del
sistema del Apure y del Orinoco. Todo ello contribuye
a explicar que los esparcidos y aislados focos de
poblamiento se estructuran en establecimientos
virtualmente autárquicos, donde, con frugalidad, se
aseguran con medios propios los basamentos del
policultivo de subsistencia, expresado en los
tradicionales conucos y fincas, con escasos
intercambios con otros centros poblados. Incluso
algunas áreas destinadas a cultivo de productos de
exportación, continúan manteniendo muy pocos
contactos comerciales, culturales y étnicos con el
resto del país.
En el temprano siglo XX suben levemente las densidades
de población, alcanzando con 3.364.347 h en 1936, una
densidad de 3,8 h/km2; seguía siendo una población
mayoritariamente rural, más de un 77% del total del
país, agobiada por enfermedades endémicas,
epidemias, paludismo y carencias alimenticias. Ello
explica, junto con otros factores, el descenso
poblacional de regiones llaneras, en particular en Guárico,
Portuguesa, Zamora (Barinas), Cojedes; lo mismo que en
la región oriental de Monagas y Anzoátegui. Durante
el gomecismo, se observan rasgos iniciales de una
nueva geografía del poblamiento en el contexto del
fortalecimiento del Estado nacional, frente a los
espacios regionales en que se compartimentaba el país.
El fomento a las líneas ferroviarias en función de
los enclaves agroexportadores, el mantenimiento de
flotas de navegación marítima y líneas de tráfico
fluvial, la apertura de nuevas carreteras, en especial
la Trasandina, inaugurada en 1925, el asfaltado de
otras vías; corresponden al comienzo de una nueva
infraestructura de comunicaciones que posibilitó
avances en la centralización espacial del país en
los decenios inmediatos, al permitirse una mayor
interrelación del poblamiento local con traslados de
habitantes y mercancías entre los espacios internos y
el litoral. Simultáneamente, la transferencia de
tierras baldías a particulares, contribuyó a
estructurar nuevos tipos de poblamiento, asentados en
medianas y grandes propiedades agrícolas y ganaderas.
También se reconoció un escaso y ocasional
poblamiento intermitente basado en la explotación de
recursos forestales, en particular copaiba, sarrapia,
caucho y maderas finas, con fuerte deterioro
ambiental. Los espacios de poblamiento rural se
incrementaron por la roturación de tierras nuevas,
como se constata en el avance de las superficies
consagradas a la caficultura, en particular en las
tierras andinas y regiones del litoral central hasta
los comienzos de la década de 1930; produciéndose
ulteriormente estancamiento y luego contracción de
estos establecimientos de haciendas y fincas
cafetaleras. Una gran parte de esta población, acompañada
por campesinos de otros sectores, como cacaoteros y
conuqueros, se irá trasladando a centros urbanos y
campamentos petroleros. Maracay se benefició, además
de la centralización del poder gomecista, por la
modernización registrada en los valles de Aragua. Se
acentuó también el papel del poblamiento
centralizado en Caracas y hacia otras ciudades, que
comienzan a crecer por inmigraciones internas rurales.
Todo ello explica el aumento del poblamiento en las
regiones privilegiadas; así, entre 1873 y 1936, las
regiones litorales costeras tienen un peso creciente
en la población nacional, pasando del 33,7% al 38,4%,
lo mismo que la región andina, que en el citado lapso
pasa del 13,7 al 18,4% y la región de Maracaibo que
sube del 4,9 al 8,4%, lo que contrasta con el descenso
del poblamiento de las regiones llaneras. La explotación
petrolera a gran escala incentivó, a partir de 1922,
grandes cambios espaciales, al iniciar una contrastada
geografía del poblamiento expresada en el dualismo
entre los paisajes urbano-petroleros y los paisajes
rurales. Al concluir el período gomecista, se
desencadenaron mayores migraciones internas de
campesinos hacia las principales ciudades, para
avanzar más tarde hacia los centros favorecidos por
mejores condiciones de trabajo: Caracas, Valencia,
Maracaibo y nuevos núcleos petroleros. Además, desde
1945, con el éxito alcanzado por la campaña antimalárica,
se lograron cambios demográficos radicales. Así, en
1950, Venezuela alcanzó una población de 5.034.838
h, con una densidad de 5,6 h km2. En el total
nacional, el porcentaje de población rural disminuyó
al 52,1%. Los campamentos petroleros, ligados a la
extracción o refinación del hidrocarburo, son
característicos en esta fase del proceso. La
explotación en gran escala de los recursos petrolíferos
de la cuenca del lago de Maracaibo y de los llanos
orientales, a lo que se sumarían más tarde los núcleos
originados con la refinación en la península de
Paraguaná, estimuló el surgimiento o la transformación
de a lo menos, 30 ciudades y múltiples campamentos
petroleros, que se convierten ulteriormente en «ciudades
abiertas». En este aspecto, destaca el extraordinario
crecimiento de Maracaibo: varias empresas petroleras
establecieron allí sus despachos y muelles, el
Gobierno remodeló y construyó nuevos edificios
oficiales e incrementando los servicios públicos,
crecieron modernas urbanizaciones y proliferaron
funciones comerciales y de otros tipos. Coetáneamente
se iniciaron diversas formas de crecimiento anárquico
y poblamiento subintegrado. La contaminación
ambiental se incrementó en estos paisajes, llegándose
a erradicaciones por incendios desencadenados por
derrames de petróleo, como la registrada en 1928 en
Lagunillas. En forma simultánea, debido a los logros
de la campaña antimalárica, se observó que regiones
fértiles pero subpobladas debido a la malaria,
florecieron al ser ésta erradicada y convertirse en
focos de atracción para las migraciones interiores,
que antes se habían encaminado hacia áreas menos
infectadas, como se registra en muchos sitios en los
llanos y oriente. Desde mediados del siglo XX, se
inicia la nueva etapa del poblamiento mayoritario
urbano del país y la consolidación de movimientos
migratorios foráneos.
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