Tradiciones
y Costumbres
Leyendas
negra y dorada
Leyenda negra, término empleado para expresar la
imagen desfavorable que tienen algunos críticos
acerca de los procedimientos empleados por los
españoles y en general, de la política de España
durante la conquista y la colonización de América,
acusándoles de fanatismo religioso, crueldad para con
los aborígenes, intransigencia y de casi todos los
vicios, errores y crímenes imaginables. Aunque la
expresión Leyenda negra es muy reciente (quizás
empleada por primera vez por Julián Juderías en
1914), sus raíces se nutrieron de las informaciones
aportadas casi desde el mismo momento del
Descubrimiento. En efecto, la imagen del «buen
salvaje» acerca de los nativos americanos,
transmitida por Cristóbal Colón en su carta a los
Reyes Católicos en 1493: «…son sin engaño y
liberales de lo que tienen (...) y muestran tanto amor
que darían los corazones…», contribuyó para que
fuesen magnificados los excesos en que sin duda
incurrieron algunos conquistadores para someter a los
primitivos pobladores del Nuevo Mundo. Ni todos éstos
eran tan pacíficos ni aquéllos tan despiadados. Es
bien cierto que a la formación de este concepto
negativo contribuyeron poderosamente los enemigos de
España por sus guerras de dominación y especialmente
por la lucha de Carlos V contra la Reforma Luterana a
partir de la década de 1520; no menos cierto es que
muchos españoles, algunos sin pretenderlo sino más
bien tratando de proteger a los indígenas, y otros
por su animadversión contra Carlos V y luego su hijo
Felipe II, hicieron posible la exacerbación de las
críticas contra su patria. Entre los primeros, fray
Francisco de Vitoria, catedrático de la Universidad
de Salamanca (España), considerado por algunos
tratadistas como el fundador del derecho
internacional, con su Relección De Indis (1539), en
el cual se negaba el derecho de conquista sobre
tierras cuyos legítimos y originales poseedores eran
los aborígenes americanos, dio argumentos para que se
condenase a España por haber hecho uso de ese
pretendido derecho y al papa Alejandro VI (Rodrigo
Borja, español) por sus bulas de donación de 1493.
Carlos V dio muestras de que atendía al llamado de
conciencia, pues no solamente no tomó represalias
contra el padre Vitoria por contradecir sus
actuaciones, sino que repetidamente le consultó sobre
la condición y el trato que debía darse a sus nuevos
súbditos americanos. Otro fraile dominico, fray
Bartolomé de Las Casas, impregnado por elevados
sentimientos de compasión por la suerte de los
indios, que condenó la esclavitud de los mismos y
atravesó el Atlántico 14 veces para denunciarla,
también contribuyó, aunque sin quererlo, en su
Brevísima relación de la destrucción de las Indias,
para exagerar los atropellos y deformar la imagen de
los conquistadores. Las actuaciones de ambos
personajes, sopesadas a la luz de la historia, hoy
día no solamente resultan meritorias, sino que
rescatan los valores positivos de España y de sus
reyes como forjadores de nuestro mundo americano.
Entre los españoles que se propusieron
deliberadamente atacar a su patria y a sus soberanos
destaca Antonio Pérez, quien fuera secretario de
Felipe II; desterrado por éste a Francia, escribe en
1594, bajo el seudónimo de Rafael Peregrino, unas
Relaciones en las cuales informa a Enrique IV de
Francia y a Isabel I de Inglaterra acerca de las
intimidades de la corte de Felipe II, haciéndose eco
de las versiones que sobre sus defectos reales o
presuntos, verdaderos o falsos, hacían circular los
enemigos del Rey. Otro español, refugiado en
Heidelberg (Alemania), Reinaldo González Montes,
publicó en latín un libro sobre las prácticas de la
Inquisición española, traducido al inglés en 1568.
Todas estas obras, junto con la Apología o defensa de
Guillermo de Orange, apodado «El Taciturno»,
también antagonizado por Felipe II, constituyeron la
base para la formación de la Leyenda Negra. Durante
la segunda mitad del siglo XVIII, ésta tomó nuevo
impulso en Europa, magnificada por enciclopedistas y
«filósofos» como Diderot, Voltaire, Rousseau,
Raynal, Marmontel, De Pauw. La Historia filosófica y
política de los establecimientos y del comercio de
los europeos en las dos Indias, de Guillermo Tomás
Raynal, en la cual se cree colaboraron Diderot y
Voltaire, tuvo tan extraordinaria difusión que
alcanzó 30 ediciones entre 1770 y 1789; en ella, la
crítica a los métodos de los colonizadores no se
limitaba a los españoles en América, sino que
incluía a los demás europeos tanto en el Nuevo Mundo
como en África y Asia. Rousseau y otros escritores
idealizaron al hombre en estado de naturaleza y
revivieron la imagen del «buen salvaje». El prusiano
Cornelio De Pauw, en cambio, presentaba un cuadro
negativo tanto de los aborígenes como de los
criollos; para él, en América todo se corrompía y
degeneraba, animales, vegetales, seres humanos. Contra
esa tesis extrema de la Leyenda negra protestaron
vehementemente en Europa varios jesuitas que habían
sido expulsados de América en 1767: el mexicano
Francisco Javier Clavijero, el ecuatoriano Pedro Lucas
Larrea y el español Juan Nuix, entre otros. La
polémica halló también eco en los periódicos
publicados por ilustrados criollos en Lima, Guatemala,
Quito, Bogotá. En esta última ciudad el Papel
Periódico de Manuel del Socorro Rodríguez analizaba
en la década de 1790 la actitud de los colonizadores
españoles del siglo XVI, el papel de fray Bartolomé
de Las Casas en los orígenes de la Leyenda Negra y la
situación del indio a fines del siglo XVIII. En
Venezuela, que carecía entonces de imprenta, la
polémica no tuvo repercusión pública inmediata,
pero la corriente del «buen salvaje» explotado por
el español se manifestó en un poema del militar
Francisco González Moreno, (nacido en la Península
pero partidario de la Independencia) que fue publicado
en 1811 en el Mercurio Venezolano. Durante la lucha
emancipadora los argumentos popularizados por los
propagadores de la Leyenda Negra fueron utilizados a
veces en sus escritos por Simón Bolívar y Juan
Germán Roscio, entre otros, en tanto que los
defensores de la causa de España, como el también
venezolano José Domingo Díaz, encarecían
desmesuradamente los efectos de la colonización
hispana. La Leyenda negra, propagada por quienes
adversaban a España por razones políticas o
religiosas, aun cuando evidentemente exageraba los
defectos y opacaba las virtudes, es una mezcla de
verdades y mentiras expresadas con la apasionada
vehemencia propia de aquellas épocas turbulentas.
Todavía hoy contribuye a que se piense que España
excedía a las demás naciones europeas en crueldad y
fanatismo, lo cual no es cierto, si se recuerdan la
«Noche de San Bartolomé» en Francia y los
procedimientos de Enrique VIII e Isabel I en
Inglaterra. La reacción en contra de la Leyenda negra
produjo a su vez otra deformada versión acerca de la
influencia española: la Leyenda dorada, según la
cual los conquistadores y colonizadores resultan poco
menos que santos, desprovistos de defectos y dechados
de virtudes. La verdad, como suele acontecer
frecuentemente, está en el «justo medio». Arturo
Uslar Pietri lo expone de esta manera: «Ambas
leyendas son, por descontado, falsas. Lo que pasó en
América es bastante más complejo que una leyenda
negra o que una leyenda dorada, es la complejidad del
alma humana y de los hechos». A lo largo del siglo
XIX ambas corrientes continuaron manifestándose en la
historiografía y el periodismo (la negra generalmente
en Hispanoamérica, la dorada por lo común en
España) hasta que fueron siendo superadas a partir de
la década de 1930 por estudios de carácter más
amplio. Aunque atenuadas, ambas se han reflejado en
las últimas décadas en ciertas posiciones extremas
del indigenismo y de la hispanidad. La intermitente
polémica acerca del significado del Descubrimiento y
de la pertinencia misma de este concepto es un ejemplo
de tal supervivencia.
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